martes, 2 de agosto de 2016

Día 23 (Parte III). Torrevieja Zombie.

El mismo tiempo nos llevó a los dos grupos separados llegar a nuestros destinos. Para cuando el furgón cargado de gente entraba en el parking del Mercadona, Aris, Javier y yo nos ocultábamos de un grupo reducido de zetas que rodeaban la iglesia. Estaba claro que algo o alguien estaba haciendo sonar la campana. Recordé que algunas iglesias más modernas, como la del Sagrado Corazón, ni siquiera tenían campanas y era una grabación que se emitía por grandes altavoces. No sabía si la ermita tenía o no campana, pero no podíamos quedarnos parados sin comprobar qué había hecho sonar aquella melodía que incitaba al rezo.
Rodeamos la iglesia para poder entrar por la puerta principal sin que nos advirtieran los zetas. La verdad es que no sabía muy bien cómo eran capaces de conocer nuestra posición, pero en aquel momento, el no hacer ruido y ser un grupo tan pequeño nos sirvió para pasar inadvertidos. Entramos en la iglesia. El portón estaba semiabierto, así que alzamos nuestras armas y estuvimos preparados para, en caso necesario, salir disparados. La Iglesia se abría ante nosotros solemne. Miré al gran cristo en la cruz y por un momento creí que se bajaría de la cruz y nos echaría a patadas de allí por infieles. Nos miré a Javi, a Aris y a mí y no pude más que reír a carcajadas. Se me escapó la risa nerviosa e hice mucho ruido. Demasiado. Tanto que loz zombies de afuera me escucharon y se empezaron a amontonar en la entrada. Javi se cargó a dos que ya entraban en la sala con dos disparos espléndidos entre ceja y ceja. Aris se puso a cubierto, pues maniatado como estaba no podía hacer mucho. Yo cerré el portón como pude, y advertí que la cruz que adornaba el tejado de la iglesia estaba caída, clavada en el suelo. Nos quedamos atrapados en la iglesia. Buscamos por toda la iglesia algún rastro de vida, pero lo único que encontramos fueron cuadros de santos por los suelos, papeles volados, y el reproductor que daba las campanadas. Lo apagué para que no llamase más la atención. Me sentí solo después de que las campanas dejasen de sonar. Volvieron los rugidos de zombies del exterior.
     - Parece que estamos solos - dijo Aris. Hasta su tono de voz había cambiado.
     - Pasaremos aquí la noche - continuó Javi -. Mañana ya veremos qué hacemos.

En el Mercadona, el grupo con Claire a la cabeza, habían hecho un círculo pegando sus espaldas para cubrirse unos a otros por todos los flancos. Todos llevaban una pistola en la mano con la que defenderse. Entraron por la puerta, completamente abierta de par en par. Parecía que hacía bastante tiempo que nadie (ni nada) había pasado por allí.
Todo estaba revuelto, cosas por el suelo y cristales rotos. Lo primero que hicieron fue reconocer el lugar por completo. Recorrieron los pasillos, ya un poco más separados y tranquilos, y descubrieron que allí no había absolutamente nada. Ni una sola persona o cadáver o muerto viviente. Se sorprendieron, pero al fin y al cabo, se aliviaron. Estaban en una zona relativamente segura y repleta de provisiones. Se apresuraron en tapar absolutamente todas las entradas con estanterías, cajas y todo lo que encontraron. Y consiguieron encerrarse dentro.
Se sentaron todos en círculo en el pasillo de los snacks y mientras abrían bolsas de patatas y Cheetos se miraban los unos a los otros. Raúl miraba a todos, completamente preocupado. Era el mayor de todos, pero se veía superado por la situación completamente, y era incapaz de pensar con claridad. Se sintió seguro por primera vez, y entonces cayó en la cuenta de que lo que estaban haciendo era peligroso. Pero prefirió ahorrárselo hasta el día siguiente. Se merecían una noche de descanso al menos. Gema y Asun estaban abrazadas, calmándose la una a la otra.
     - Lo hemos abandonado allí - dijo Gema -. Teníamos que habernos quedado con él - dijo refiriéndose a mí.
     - Nos estaba poniendo en peligro a todos - respondió Asun.
     - Nos ha salvado la vida muchas veces, ha estado más en peligro por nosotros que por los zombies.
     - No... ha estado en peligro por Aris - siguió Claire, que se unió a la conversación -. Dejar a ese tarado solo y que se las apañase era la mejor opción. Pero el cabezota de Adrián jamás lo permitiría.
     - Tenemos que volver a por ellos - Gema parecía arrepentida.
     - Estarán bien - saltó Mario mientras terminaba de apagar el cigarrillo en el suelo -. Conozco a Adrián y a Javi, mientras permanezcan juntos estarán bien.
     - ¡No te da vergüenza! - gritó Gema -. ¡Has abandonado a tu propio hermano!
Mario no le dio importancia. Pero en el fondo sabía que llevaba razón. Se acercó a Álex y se sentó a su lado.
     - Nunca me han gustado mucho las Pringles - comenzó a hablar Álex -. Pero ahora... me saben a gloria.
     - Tú pareces el más razonable aquí - fue directo Mario -. ¿Crees que hicimos bien viniendo aquí?
     - Desde luego no hicimos bien separándonos - sentenció Álex acabando el bote de Pringles.
Mientras todos hablaban con todos, nadie se dio cuenta de que Mari se había ausentado. Desapareció por una de las puertas del personal del Mercadona.
Y lo que no sabían ninguno de los dos grupos, es que, tras caer la noche, descubrirían que no estaban solos como pensaban.