martes, 27 de enero de 2015

De cuando nace el amor.

Tiritaba. Pero no de frío. Eran los nervios que se transformaban en esos temblores que hacen que castañeteen los dientes. Entrelazaba los dedos de las manos enfundadas en guantes negros y cruzaba aliento y espera. Jugaba a fumar con los dedos, el vaho y el frío para distraerse y no estar tan nerviosa. Pero no lo conseguía. En su garganta una bufanda beige. En su cabeza, bajo un gorro del mismo color sólo cinco palabras: te espero en el parque.

Quedaron a las seis, pero ella se adelantó una hora por los nervios de llegar tarde. Llevaba una gabardina negra en la que escondía sus manos, que ya no sabía qué hacer con ellas. La nieve derritiéndose en los bordes de las aceras. Hielo en las hojas de los árboles. Sara estaba nerviosa como si fuese la primera vez que quedaba con alguien. Sentía su corazón volver a latir con una fuerza inconmesurable. Ya estaba harta de llorar y sentir el sabor salado en sus mejillas de sus lágrimas. Las había sustituido por una sonrisa que enamoraba.

Sara metió la mano por debajo del gorro sin llegar a quitárselo para colocarse bien el pelo, una larga melena pelirroja que caía en cascada por sus hombros hasta la mitad de su espalda. Sus padres le habían dotado del don de la belleza, acompañado por unas pecas preciosas en la cara que se acumulaban, pizpiretas, alrededor de la nariz. Se colocó también mil veces las gafas en su sitio, sobre una tez blanca que irradiaba luz. Quería estar perfecta para la persona que estaba esperando.

Marta vivía sus sentimientos a escondidas. Criada bajo la mano de unos padres muy conservadores tenía que ocultar lo que sentía. Reprimida y angustiada a partes iguales. Pero aquel día se enfundó en belleza. El frío se pegaba a su ventana mientras se vestía. Vaqueros negros y abrigo naranja. Bufanda y guantes negros. Se peinó el pelo durante una hora hasta que adquirió un brillo natural impagable, era castaño oscuro y largo como un día sin pan. Estaba radiante.

Se despidió de sus padres diciéndoles que iba a casa de una amiga. En cierto modo no mentía. En cierto modo era su amiga. En cierto modo aquellas palabras eran verdad. Pero sólo en cierto modo. De aquella amistad surgió una chispa un tarde. Marta recordaba mientras andaba hasta el parque los nervios que pasaron ella y Sara cuando sucedió todo. Y los nervios y miradas hacia otro lado de después. 

En el mismo intante, aquel recuerdo también estaba en la mente de Sara, que sonreía como extasiada al sentirse protagonista de una historia tan cinematográfica. Ellas se conocían desde que tenían 4 años en el colegio. En seguida se hicieron inseparables, y en poco tiempo, amigas de por vida. Crecieron juntas, aprendieron juntas, buscaron el amor, que no encontraban, juntas. 

Todo pasó en cierto modo muy rápido una semana atrás. Una tarde en la que se desbordaron los sentimientos y las palabras dejaron paso a los hechos. Era el cumpleaños de una amiga en común, y ambas se propusieron hacer la tarta de cumpleaños como regalo conjunto. La cocina sirvió para que la historia de amor de estas dos jóvenes comenzase. La masa ya estaba hecha, sólo faltaba decorar la tarta para dejarla perfecta. Su amistad ya estaba hecha, sólo faltaba decorar la tarta para dejarla perfecta.

Empezaron con el típico juego de ensuciarse la cara. Marta cogió el bote de nata y le hizo un cono en la nariz a Sara. Ésta cogió un poco de la crema de chocolate con dos dedos y se los pasó por los labios a su amiga embadurnando toda la barbilla. Risas y carcajadas. Más calmadas se miraron la una a la otra. Y los sentimientos jugaron a su juego favorito. Marta, en un acto involuntario y con la normalidad de una amistad fraguada, acercó su boca hasta la nariz de su amiga y lamió con gusto y sonrisas la nata. Sara recibió el primer flechazo. Su corazón encajó aquello feliz y bombeó con pasión. Y no pudo reprimir sus actos. Sara, de igual manera que hizo Marta, se acercó para pasar su lengua por el chocolate de la mejilla de su amiga. Y el tiempo se paró. La respiración de ambas agitada. No estaban acompasadas, pero poco le faltaba. Sara bajó su lengua por la mejilla de Marta, hundió sus labios en la comisura de los de su mejor amiga, y el tiempo volvió a detenerse. Marta bombeaba felicidad. Jamás se había sentido tan feliz y libre. Giró su cabeza y completó el beso uniendo los labios en una figura de amor. Se besaron intercambiando sentimientos. Y volaban. Escapando de un mundo frágil y monótono hasta el satélite en el que se encontraban. Besándose. Sintiendo. Amando.

Se oyó la puerta de la casa y entró la madre de Marta, apagando el calor de la cocina, pero no extinguiendo la llama que acababa de nacer. Se intercambiaron miradas de vergüenza y sonrisas de gratitud y amor. Los ojos vidriosos. Dicen que cuando besas de verdad por primera vez no puedes evitar que se te empañen los ojos, pues estos creen que no es real lo que está sucediendo y se limpian para ver mejor.

La semana trascurrió con preguntas individuales sin respuesta. Ambas se preguntaban así mismas qué había pasado. ¿Qué fue aquello? ¿Le habrá gustado a ella tanto como a mí? ¿Qué es este sentimiento en mi pecho? Fue una semana de introspección, en la que no se vieron en ningún momento y sus conversaciones por redes sociales y móviles se limitaron a simples monosílabos y frases hechas.

Por ello, cuando a la semana Marta llamó a Sara y le dijo "te espero en el parque" a ambas se le encendieron los corazones.

Y con pasos grandes Marta se presentó frente a Sara. Se miraron y rieron tontamente. Sara se moría de vergüenza y giró la cara a la izquierda rozando la mejilla por su hombro. Mientras, Marta enrojecía como los tomates. La luz, el frío, el vaho, la nieve. Todo parecía perfectamente manipulado y colocado en su sitio perfecto para que la imagen de aquellas dos chicas fuese la mejor posible. 

Marta tomó la iniciativa y rodeó sin miramiento la cintura de Sara con sus brazos, acercándola a su cuerpo. Ambas no podían evitar la amplia sonrisa de satisfacción que tenían.

- Tienes la mezcla perfecta de timidez y ternura - declaró Marta.

Era una voz dulce que erizó cada vello de Sara. Se acercaron lentamente, tan lento que creyeron enloquecer. Unieron sus frentes y respiraron juntas, mirándose fijamente a los ojos. Se retiraron el pelo la una a la otra por detrás de la oreja, sonriéron a la vez, nerviosas por lo que estaba pasando y lo que estaban deseando que sucediese.  pasó. Marta pasó su lengua por sus labios, nerviosa y tímida, y aquello no pudo resistirlo Sara. En un movimiento fugaz se besaron. Sus labios unidos. Sus lenguas bailando. Su aliento fundido.

Y comenzó a nevar.



Los restos de una cena romántica reposaban en la mesa. Las velas consumidas. La casa de Sara preparada para una ocasión tan especial. Había estado allí tantas veces que se sabía la casa de memoria, pero Marta, aquella noche, se sentía una extraña en aquellas habitaciones.

- Voy un momento a ponerme más cómoda - dijo Sara nerviosa desapareciendo por la puerta del vestidor -. Espérame en mi habitación si quieres.

Marta se sentó en la cama donde ellas mismas habían hablado de amores no correspondidos, discutido y arreglado en mil ocasiones su amistad, estudiado y compartido su niñez y adolescencia. Y ahora se sentaba en ella esperando a que su amiga entrase por la puerta y volviese a besarla.

Sara estaba temblando en el vestidor. Estaba tan nerviosa que no sabía lo que ponerse, así que se desnudó.

Entró en la habitación sin miedo.

- Prométeme que no dejarás de besarme así - dijo Marta con la cara de su amiga entre sus manos.
- Te lo prometo. 

Y los besos se elevaron al cuadrado y la humedad y el calor empaparon los cristales de las ventanas.

FIN




Tus labios saben a café


Tus labios saben a café,
y mis besos son bocados,
y la noche tu regalo,
de tu cuerpo beberé.

Tus labios saben a café,
y mis besos no han dudado,
y la noche mi pecado,
en tu cuerpo escribiré.

Tus labios saben a café,
y mis besos silenciados,
y la noche contemplado,
a tu cuerpo me uniré.

Tus labios saben a café,
y mis besos te han amado,
y la noche ha empezado,
con tu cuerpo soñaré.

Tus labios saben a café.

miércoles, 14 de enero de 2015

Requiem aeternam: Descanso eterno.


Requiem aeternam: Descanso eterno.



 

Esta historia no es una historia cualquiera…

Nací el 21 de diciembre del año 2012. El mismo día en que los antiguos Mayas vislumbraron el fin del mundo. Quizás tuviesen razón. A las 0 horas del 20 de diciembre del mismo año en que nací, el cielo se cubrió de negro y rojo, como si estuviese condenado al anochecer. Se condensaron nubes grises y negras, cayó la eterna noche y jamás se volvió a ver el sol. Las tormentas eran diarias y, cuando cesaban unos instantes, el viento huracanado lo sustituía. Rayos y truenos ocuparon el lugar del ruido ensordecedor de toda ciudad o pueblo…

… en los pueblos y ciudades se abrieron agujeros en el suelo y comenzaron a salir de ellos unas criaturas horrendas. De los bosques emanaban lobos agresivos; otras criaturas caían del cielo y amenazaba a todo lo que se pusiese por delante. En pocas horas se abrió el fuego del ejército contra esos seres… y éstos devolvían el fuego con armas que la raza humana jamás había visto. Todo tipo de criaturas que los humanos creían legendarias o que solo habitaban en cuentos e historias salieron a la luz de las farolas y el fuego. No tardó el mundo en convertirse en infierno, no tardó en llover sangre y en respirar miedo…. Y oírse gritos y lamentos. Los disparos del ejército humano y de las criaturas…

Ya he dicho que esta historia no es una historia cualquiera… porque… esta historia… es real.

Nací en una casa ruinosa. Mi madre rompió aguas cuando una granada (o un misil, o sabe Dios qué) explotó contra el edificio y bañó todo de escombros. Mi padre siempre me ha contado que mientras mi madre dilataba él disparaba desde una ventana de al lado, y que cuando salí y comencé a llorar mi madre murió. En el transcurso de ese día no paré de llorar. A duras penas mi padre consiguió mantenerme vivo ese día. Le pidió a sus compañeros de pelotón agua y leche que aún quedaba reservada. Cuando cumplí doce años mi padre me contó que todos ellos murieron… unos por los enemigos… otro de hambre y sed.

Hoy hace ya 27 años de eso… he nacido, crecido y vivido en esta eterna guerra. Y es más que probable que muera en ella, estoy seguro de ello. Hijo mío, se fuerte y cuida de tu madre. Pronto acabará todo esto… pronto acabará… -terminó de leer la carta con lágrimas en los ojos.

Jack no tardó en bajarse de un improvisado altar en aquella ruinosa catedral, donde la cruz de Cristo lucía dañada y oscurecida por el fuego feroz de las fieras de las que el padre del pequeño, que lloraba desconsolado abrazado al cadáver, hablaba.

Un hombre que apenas nadie de los allí presentes conocía subió en lugar de Jack.

  • Hoy despedimos así a un gran hombre, amigo de sus amigos, padre y esposo, y sobre todo, gran soldado – se santiguó –. In nomine pater et filio et espiritu santi. Que Dios te tenga en su gloria. Por fin descansas en paz, amigo.
El cura, o aquel hombre que hacía las de reverendo, dio la bendición a todos los que estaban presentes en la sala. Cuesta creer, en ocasiones, que la religión sobrevive más y mejor cuantas más penurias sufre el mundo. Jack se acercó al niño, lo abrazó y le pidió a una mujer que lo apartase de aquel lugar. Cogió una antorcha y prendió fuego al pedestal de ramas y hojas de libros antiguos en el que permanecía tumbado el cadáver.
  • No sé cómo lo haréis por Canadá, pero aquí incineramos siempre a los muertos. Las bestias los huelen y no queremos que nadie más la palme – gritó una voz desde el fondo de la sala.
  • Podías tener un poco más de respeto, Ryan – dijo Jack dándole la espalda al fuego
  • Sólo le explicaba al nuevo cómo hacemos las cosas aquí. Nief… Lief…
  • Quieff. Mi nombre es Quieff. Y en Canadá tenemos más respeto por la muerte de un compañero – respondió el joven muchacho.
  • Religión, muerte, Dios… y mientras tanto las bestias comiéndonos terreno. Te voy a decir algo sobre la muerte. Es inútil. Es inútil morir. Ya estás muerto desde el día en que tu madre te dio a luz. Lo que ha hecho ese gilipollas, que ahora arde y se dirige al puto infierno, es traicionarme al comenzar ahora a vivir. La muerte es inútil porque un muerto no puede devolverles los disparos a esos cabrones. Y el fiambre ese era un puto inútil incluso en vida, porque se dejó matar – dijo Ryan tan bebido que apenas se entendía lo que vociferaba.
  • No consiento que hable así de mi marido, y menos en presencia de mi hijo – saltó la mujer del fallecido, Eva.
  • Mire señora, si su marido me hubiese hecho caso aún seguiría con vida – se dio la vuelta mirando ahora al niño –. Y tú, haz caso a tu madre. Seguro que acabarás yendo tan lejos como tu padre.
Se hizo el silencio, y Ryan salió de la sala del mismo modo en que entró, silenciosamente.
  • Perdonadlo… él siempre es así cuando muere un compañero querido – se disculpó Jack.
  • Lo comprendo – mintió Eva, aún con la rabia en los ojos.
Jack siguió a Ryan a la habitación contigua. Ryan estaba de espaldas a la puerta y lo vio que fumaba por el humo del aire de alrededor su cabeza. Jack se acercó. Aún sin verlo de todo bien sintió que Ryan sostenía algo en las manos.
  • No tienen nombre – dijo Ryan bastante más calmado pero sin darle la cara a Jack.
  • ¿Quién no tiene nombre? – preguntó Jack dándole la vuelta por el hombro. Ryan sostenía abierto una especie de libro o diario con unas fotos dentro.
  • Las bestias… no tienen nombre. Sólo las llamamos bestias.
  • No serviría de nada, Ryan.
  • Nuestros descendientes no sabrán nada de ellos cuando termine esto. Todos ellos son diferentes…
  • Ryan, sólo sabe leer una de cada veinte personas ahora mismo en el mundo. Aunque les pusiésemos nombre no tardarían en perderse en el tiempo.
  • Pero tú y yo si sabemos, Jack… y sabes perfectamente que aprendimos solos – parecía suplicar Ryan.
  • ¿A dónde quieres llegar? – Preguntó curioso Jack
  • A contar la historia de la humanidad
  • No hay tiempo para eso, Ryan – se dañó incluso Jack con esas palabras.
  • Ah. Es verdad… es más importante salvar a la puta de tu novia que a todo el futuro del mundo – respondió Ryan tirando las fotos al suelo.
Jack no se paró a contestarle. Con cara de tristeza por lo que acababa de oír se reprimió darle un puñetazo en la cara a su compañero (en ocasiones amigo, en otras odiado). Se dio la vuelta y se marchó por la puerta por la que había entrado. Ryan, aún ebrio, oía los susurros y los lamentos de la sala contigua. Recogió de nuevo el libro de un suelo sucio, con polvo por toda su extensión y únicamente marcado por los pasos de los dos únicos hombres que habían pisado esa oscura habitación desde hacía muchos años.
  • No necesito a ese gilipollas para escribir la puta historia - se mintió Ryan a sí mismo.

 

Vivo en un mundo que ha dejado de tener vida y la ha cambiado por muerte y destrucción. He estado… hemos estado buscando información sobre quién o qué nos ataca, quiénes somos, cómo podemos acabar con todo esto, o simplemente en qué fecha estamos. Lo único que conocemos del exterior de los edificios en los que estamos encerrados son lo que nuestros padres nos han contado, y a ellos sus padres, y a estos sus padres, y así sucesivamente pasando de generación en generación. Y lo que encontramos en las antiguas bibliotecas. ¿Vivimos? No. ¿Sobrevivimos? Como podemos, y parece que cada vez queda menos. Parece imposible poseer la información que poseemos al haber pasado tantos años desde que empezó todo esto: muchas generaciones de hombres.
Los escritos que encontramos en nuestras expediciones no nos revelan nada sobre lo que nos ataca. Parece que nadie se ha acercado lo suficiente a ellos. Siempre atacan desde lejos, más lejos de lo que alcanza nuestra vista. Y no podemos verlos de cerca más que con prismáticos, y ni eso sirve porque se esconden totalmente. Si alguien ha conseguido estar cerca de ellos estoy completamente seguro que no ha sido por gusto y que no ha salido vivo de la situación.

He de presentarme. Mi nombre es Ryan Sutherland. Y hoy os contaré mi vida… Vivo en una carrera constante de edificio en edificio con un grupo de cuatro personas, contándome a mí. Jack es una de ellas. Jack es el hijo de puta más sereno que puedes encontrarte en la vida. Pone la calma cuando se necesita, y sabe actuar cuando se debe. A mi parecer él es el único que puede sobrevivir dentro de esta mierda.

Para describir a los otros dos integrantes, Ivetta y María, tengo que hacer un alto en la historia que os estoy contando.

Ya que puede que no sobreviva más la especie, y es más que probable que el mito no llegue a los oídos de quien lea esto cuando esta mierda acabe, he de contaros qué son Ivetta y María. Por lo que conocemos de nuestros antepasados ha habido historias inventadas por gente aburrida en sus casas sobre seres que no podían ver la luz. Los hacían llamar: vampiros. No sabemos mucho más, pero sí sabemos algo. Ivetta y María están muertas. Pero no lo están. Estamos acorralados por todos los lados, adultos y niños están en constante huida, y muchos mueren. Los vampiros son niños, niños normales y adolescentes que han sufrido una muerte prematura por esos hijos de puta. No sabemos por qué. Ni cómo. Ni nada. Ellas dos están muertas, pero no lo están. Tienen alma. Dios aún está dentro de sus corazones, pero por alguna razón los sacerdotes no les dejan entrar en la casa del señor. Por ello, Ivetta y María no entraron a la ceremonia del fallecido, ni en la catedral. Se quedaron en el sótano de la misma sin poder salir de allí en ningún momento. Por ello ellas están ajenas a todo lo que respecta a la religión.

Acabamos de cruzar medio país de Estados Unidos los cuatro juntos, y aún nos queda medio país más. Vamos en dirección a lo que creemos es un conjunto de supervivientes en una ciudad de México, puede que allí se hayan puesto de espaldas al mar y resistido las envestidas de esos hijos de puta.

Jack está delante de mí, viéndome escribir. Creo que no sabe exactamente qué estoy haciendo, pero seguro que se lo huele. Creo que me va a decir algo.

Jack se acercó a Ryan con curiosidad, le había visto escribir algo a escondidas y quería saber qué se traía entre manos, aunque ya se imaginaba qué era.
  • ¿Qué escondes, Ryan?
  • Una revista porno… me encanta antes de continuar nuestro camino…
Jack estaba acostumbrado a esas tonterías de Ryan, pero eso no era escusa para que tuviese ganas de partirle la cara.
  • ¿Puedo preguntarte algo, Ryan? – preguntó Jack.
  • Dime…
  • Las historias que escribíamos de pequeños…
  • … las historias… - pareció recordar Ryan.
  • ¿Podías explicarme la de la Manzana de oro de una puta vez? No la acabé por comprender.
  • … - Ryan meditó un poco – Las hice para que la leyeses no para que las entendieses.
Estoy escribiendo ahora con el Verbalpen. No me escucha nadie, estoy en la retaguardia, con el rifle. Jack está demasiado lejos para escucharme al frente del grupo, y las dos vampiresas están demasiado ocupadas en mantenerse vivas. Así que estoy a cubierto. Hemos bajado a las alcantarillas, nadie más quería, así que ese gilipollas canadiense se ha quedado con los demás en la maldita catedral. No durarán.

Esto está demasiado oscuro, no se ve absolutamente nada más lejos de dos metros. No sabemos qué podemos encontrarnos aquí, pero nada bueno, estoy seguro. El túnel es oscuro, y demasiado largo como para hallar nada bueno. Huele a muertos aquí abajo, y no descarto para nada que estemos pisando algún que otro cadáver debajo del agua por la que andamos. El agua nos llega hasta las rodillas, y si arrastras los pies por el fondo puedes notar cómo tus pies chocan con algo blando y con un tacto que reconocerías: humanos.

Veo justo delante de mí, y también vislumbro el cabello de Ivetta, rubio, recogido en coleta. Pero no veo a Jack, está demasiado lejos y la oscuridad lo devora. Aún así le oigo conversar con Ivetta. Está enamorado de ella… gilipollas. A la mierda el amor en estos tiempos. No es más que perder el tiempo. María sabe de lo que hablo.

Llegamos a una bifurcación. Izquierda o derecha. Jack está consultando el mapa. Arriba, en la Catedral, decidimos que él elegiría el camino, pues es el único que puede siquiera conocer a donde vamos. Creo que es un hospital donde pasaremos la noche. Mientras decide se ha hecho el silencio. Si me callo puedo oír el exterior (…)

(…) hay alguien ahí a fuera. Les he mandado callar a todos. A mí no puede oírme nadie, estoy hablando directamente al verb con la garganta. Se oyen los pasos por encima de nosotros, apunto con el rifle por encima de mí, hacia la superficie. Pam, pam, pam… son pasos muy pesados, como si fuese un puto elefante el que está andando por encima de nosotros. Hace un ruido ensordecedor. Lleva algo colgado a los pies, o algo que está arrastrando que hace un chirrido estruendoso y no lo soporto más. Si no hacemos ruido no notarán nuestra presencia. Jack ya ha decidido, por la izquierda.
  • No hagáis ni un solo ruido – susurró Jack al grupo.
Deslizándonos por el agua al paso de una tortuga avanzamos. Nos hemos metido en el agua hasta el cuello, para así poder flotar y nadar en vez de andar. El olor es peor que el chirrido que hace aquella cosa, y María está a punto de desmayarse. No puede más, va a vomitar (…)
(…) Nos han oído…
  • ¡Corred!
… María, vamos… vamos, levanta…
Joder. Están abriendo la alcantarilla de al lado. Están a punto de bajar. ¡Maríaaaaa!. ¡Jack, joder, María se ha desmayado! ¡Jack, responde! ¡Jaaaack!
Se ha ido, están bajando, creo que puedo verlos a lo lejos, pero la oscuridad me ciega. ¡Jack! Ese gilipollas está salvando a su novia. ¡Jack!. Están cerca… andan lento estos, pero están cerca, el chirrido es cada vez mayor, en el agua se están formando unas olas que me desequilibran, y el olor repugnante ese aumenta. Están a punto de llegar, les veo… María… María… lo… siento.
Tengo que salir de aquí, echo a correr como puedo por el agua, no miro atrás. Ryan, no mires atrás. No me van a perseguir más, estarán con María. Por favor, María, no te despiertes, no te despiertes. No sé cuántos eran, pero no me perseguirán más.
  • ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahh! - gritaba María.
No, María. ¡NO! Por qué te has despertado. Puedo oír sus gritos. ¡Ah, ah, ah! Qué te están haciendo… no puedo ir a por ti. Lo siento, lo siento María… Para de gritar. Para de gritar. No puedo soportarlo más… para de gritar.
  • ¡Lo siento, María! – gritó Ryan.
Oigo cómo le están desgarrando la piel a tiras. Y ella sigue gritando. Muérete ya, María. No sufras más… muere y ve al cielo.
Esos cabrones saben que es vampiro. Saben que sólo la matarán cuando maten su corazón. La están desgarrando. Puedo oír sus lamentos. Está sufriendo, ¡dejadla ya!

Ryan echó a correr. Los lamentos de María aún se oían a lo lejos de aquella cruel alcantarilla que una vez más, con los cadáveres por los que corría Ryan, se había cobrado otra vida de una inocente muchacha de menos de 17 años. Ryan no sabía dónde estaban Jack e Ivetta, pero estaba seguro de que estaban bien, él se habría encargado de que no les pasase absolutamente nada a ambos.

No sé dónde están, llevo un rato perdido, a oscuras. Se me ha caído la linterna al agua mientras huía y ya no funciona. No oigo nada, no sé si es bueno o malo, pero me aterroriza, es un silencio abrumador que se me sube a la espalda y me paraliza. Pero no puedo pararme, estoy encerrado en una alcantarilla oscura y fría de la que quiero salir ya.
Allí parece que hay algo… parece un conducto que va directamente a una casa. Tengo que salir de aquí, ya buscaré a Jack y su novia más tarde, ahora quiero salir de aquí lo antes posible. No quiero seguir en esto. Estoy sucio y maloliente. Y acabo ver morir a una gran amiga. No puedo seguir vagando por esta alcantarilla.

Ryan subió por unas escaleras de metal oxidado que daban al sótano de un antiguo hospital. No tardó mucho en subir y abrir la alcantarilla, pues ya se oían a los monstruos acercarse con su lento pero estruendoso paso. Cuando subió no oía nada, parecía que el silencio se había apoderado del sótano de aquel hospital hacía mucho tiempo atrás. Se acercó a las escaleras que daban al piso superior apuntando con el rifle a la inmensa oscuridad. Solo salía una pequeña luz amarilla, de antorcha o de chimenea, por el resquicio de la puerta de encima de las escaleras, y hacia allí se dirigía.

Espero que sea Jack… pero pueden ser ellos. No estoy nada seguro, tengo que ir con cuidado o me escucharán y encontrarán. Espero que sea Jack… pero como no sea pienso cargarme a esos hijos de puta por lo que le han hecho a María.
Estoy subiendo la escalera con mucho cuidado. Es de madera, de madera muy antigua, así que estoy intentando ir pegado a la pared, por el lateral, para así ejercer el menor peso posible, por si la madera está carcomida o rota. Estoy subiendo peldaño a peldaño y la madera cruje muchísimo con solo poner el pie encima del siguiente escalón, pero no se oye mucho. Espero que lo que sea que haya ahí arriba no me esté oyendo.
Llego a la puerta. Una puerta hecha añicos me espera, solo tengo que empujarla con la punta de mi rifle para que se abra. Allá voy… Una… dos… Respira… tres.

Abrió la puerta de un golpe con la punta del arma y saltó hacia donde estaba la luz.
Una chimenea encendida expresamente para la ocasión. (Mother's Journey – Yann Tiersen).
Allí estaban Jack e Ivetta, justo en el centro de la habitación, de espaldas a la luz de la lumbre, del fuego intenso. Únicamente sonaba las chispas de la chimenea revoloteando entre sí. Jack sostenía a Ivetta encima de sus piernas, mientras le daba de comer de la sangre de su propio brazo. Ivetta, como un bebé, chupaba la sangre de Jack con total tranquilidad, protegida por sus brazos. Jack acariciaba la larga melena rubia de su amada como si estuviese alimentando a su cría. Ryan, contemplando la escena y bajando ya el arma se acercaba lentamente a la chimenea. Jack sentía la necesidad de proteger a aquella vampira. Para sus ojos, mujer. Le daba de comer su propia sangre pues los vampiros no comían otra cosa, y él necesitaba que ella viviese pues la amaba sobre su propia vida. Ryan movía las ascuas de la chimenea para darle más intensidad a la luz mientras Jack miraba al infinito y sentía cómo Ivetta le succionaba la sangre del brazo a sorbos largos. A cada sorbo Ivetta hacía un movimiento con su mandíbula de querer más, de no querer soltar a Jack hasta que muriese por falta de sangre. Quería más y más. Más sangre. Más sangre. Más vida. Sentía la necesidad innata de querer devorar y saborear toda la sangre del hombre al que amaba, pues no solo la protegía, si no que sentía, en su alma de vampiro, que él era el hombre que la ayudaría en cada momento de su penosa vida.
Una vampira enamorada de un humano, un humano loco por una mujer vampiro. Amor infinito incluso en la más difícil de las situaciones posibles.

A cada succión ambos daban un suspiro al unísono, un suspiro que les unía en un frenesí de lujuria y sentimientos que partían de lo más profundo de sus almas y les mantenía en la más exquisita de las alianzas, el amor. El amor que sentían les hacía permanecer con vida a uno y a otro. Les hacía querer vivir por y para el otro. Les hacía no morir y poder despertarse cada día. A cada sorbo se sentían más unidos, la misma sangre recorriendo dos cuerpos distintos al mismo tiempo. Sólo les separaban lo físico; alma y corazón ya estaban unidos. Un último sorbo largo de sangre en el que Ivetta pareció despertar de su sueño de bebé y alzó su cabeza al aire moviendo su larga melena. Allí ya había despertado, sentía a Jack dentro de sí misma. Le sentía rondando por todos los lados de dentro de sí, hasta el más ínfimo lugar de su cuerpo. Jack estaba pálido, quizás había perdido demasiada sangre, pero Ivetta ya había bebido la sangre de Jack y eso era normal, sólo tenía que recuperarse. 

Se fundieron en un beso. La cara de Ivetta brillaba como la luz de la luna con la suave luz que le proporcionaba el fuego.
  • Tenía que comer algo – se explicó Jack a Ryan.
  • Te llamé… - dijo casi susurrando Ryan.
  • ¿Dónde está María? – preguntó Ivetta.
  • ¡Te llamé y no contestaste! – gritó Ryan – ¡y ahora está muerta!
  • ¡¿Muerta!? – Jack e Ivetta al unísono.
  • ¡Muerta porque le diste de comer a tu putita en vez de venir a ayudarme! – se explicó Ryan y empezó a susurrar –… yo solo no podía. No podía. Lo siento, María.
He decidido que no puedo contar con Jack e Ivetta. Les he dicho que María había muerto por su culpa y lo único que han hecho ha sido besarse el uno al otro como si eso lo arreglase todo. No puedo contar con ellos porque ellos no cuentan conmigo. Han dejado morir a María, sí, eso han hecho. Jack. Le pedí ayuda, para que viniese. Eran dos, y yo solo, con mi rifle, no puedo cargarme a dos monstruos que ni siquiera sé como son. Por ese chirrido estoy seguro de que eran enormes… y por los gritos de María sé que son crueles e inhumanos.

Los detesto. No puedo más. Les acompañaré lo más cerca que pueda de México y después…

Un ruido de unas puertas chirriando detrás de la puerta del despacho en el que estaban les llamó la atención.

¡Qué ha sido eso! Mi rifle. Estoy apuntando a la puerta de donde vienen los ruidos. Oigo pasos… ¡son pasos! Algo viene. Me da igual lo que entre por la puerta, pienso pegarle un tiro en la puta cabeza. Están cada vez más cerca, más y más cerca. Les escucho hablar, no les entiendo… ¿son humanos?

Está girando el picaporte, está girando muy despacio. Saben que estamos aquí.
  • Escondeos – susurró Ryan. Jack e Ivetta se escondieron dentro de un armario enorme del despacho, y Ryan se escondió bajo la alfombra que había debajo de un escritorio, justo en la otra punta de la habitación, sin dejar de apuntar a la puerta.
Aquí no estoy muy seguro, pero si tengo suerte no me verán. Están abriendo la puerta, les veo, pero no muy bien. Puedo disparar… ¿disparo?... si dejo que entren puede que acaben con nosotros en un momento, pero quizás si disparo se abstengan de entrar… ¡a la mierda!

Disparó.

Le di...
  • ¡Alto el fuego…! ¡Alto el fuego…! ¡Somos humanos! – gritó la voz de una mujer desde detrás de la puerta.
¡Son humanos!
  • ¿Estáis bien? – preguntó Jack saliendo del armario y mirando con una cara de odio a Ryan por haber disparado a un aliado.
  • ¡Si! Solo le ha dado en el hombro – volvió a decir la voz de la mujer.
Jack se acercó, seguido de Ivetta, a la puerta y la terminó de abrir del todo. Tras ella estaba la chica herida en el hombro por Ryan y la chica de la voz ayudándole a levantarse. Además, para completar el grupo, también había tres mujeres con unos fusiles de asalto colgados del hombro.
  • Vimos el humo de la chimenea y creímos que había gente dentro. A esos monstruos no les gusta encender chimeneas – dijo la chica.
  • Jack Kennedy – dijo presentándose – esta chica preciosa de aquí (Jack, qué estúpido eres) se llama Ivetta Ivanova, y el que ha disparado es Ryan…
  • … se presentarme – interrumpió Ryan, pero no dijo nada.
  • Yo soy Sarah Fernández – dijo la chica – y estas son las hermanas White: Jenny, Jersey, Jasmin… y Carla la que ha sufrido el disparo.
Debería disculparme, pero a la mierda, que se hubiesen identificado.

Sarah estaba esperando la disculpa de Ryan, pero al ver que eso no ocurría prosiguió su discurso.
  • Vimos el humo, y decidimos venir. Estamos aisladas aquí en este hospital, y habíamos salido a por provisiones.
¿Qué es ese ruido?
  • ¿Os han seguido? – preguntó Ryan.
  • No que sepamos, "gatillo-fácil" – dijo Carla poniéndose una venda con la ayuda de una de sus hermanas.
  • Pues sí, os han seguido, oíd.
Se oyen ruidos en el tejado, están acechándonos o algo parecido. Deberíamos escondernos porque como sean ellos somos muchos como para huir. No tenemos escapatoria, tenemos que escondernos lo mejor que podamos y rezar.

Se oye perfectamente el ruido de las tejas del tejado agrietándose por el paso de lo que esté ahí arriba. Parece que no nos ha oído. Pero seguro que el humo de la chimenea los atrae. ¡Genial idea, Jack! Tú y tu puta novia vais a acabar con nosotros.
  • ¿Dónde os escondéis cuando vienen los monstruos? – preguntó Ryan a Sarah agarrándola con violencia en el brazo - ¡Rápido!
  • Aquí, nos escondemos aquí… nunca se nos ha ocurrido encender la chimenea
  • Ya… - dijo Ryan mirando a Jack
Lo que sea que esté ahí arriba sabe que estamos aquí, se oyen las tejas rompiéndose rápido, está corriendo por encima del tejado, hay que salir de aquí.

¡Vámonos! Les he dicho a todos que me sigan, les sacaré del despacho y nos iremos a otro sitio. Si esto es un hospital seguro que hay más habitaciones para escondernos. Nada más, abro la puerta y…

El sonido de un grito cayendo por la chimenea hizo que Ryan, y todos lo que llevaban armas, apuntaran hacia la chimenea, todavía encendida.

Algo ha caído por la chimenea. Me acerco lentamente, no quiero que nadie más se la juegue como yo, y se lo digo a todos. Sea lo que sea ha levantado mucha humareda, pero ha apagado el fuego. Maldito humo, no veo nada, ni siquiera apartándolo con la mano veo nada. Cof, cof, cof.

Ya estoy casi al lado, pero el humo todavía es mucho. No puede ser un monstruo, pues ya me habría atacado, tiene que ser otra cosa. Me acerco lentamente para ver qué es… Es una mujer. Está inconsciente y tiene muchas magulladuras por todo el costado. Lleva algo colgado en el cuello. Parecen unas cadenas de tortura. Hay que salir de aquí, si esta chica se ha tirado por la chimenea de un edificio es porque algo la perseguía.

Todos los demás miraban a Ryan cómo cogía a la chica de la mano.
  • Nos vamos, ¡ya! – dijo Ryan
  • Si – corroboró Jack – algo estaba persiguiendo a esa chica.
Tengo que sacarla de aquí. Le cojo la mano, está temblando incluso inconsciente. Tiro de ella, tiene ardiendo la ropa por la espalda. Le doy unas palmadas y lo apago, por suerte el fuego no estaba muy vivo y solo quedaban ascuas. No se despierta, la levanto en brazos y le digo a Ivetta y a Jack que cierren la chimenea con sillas o con lo que sea. Que les cueste llegar a nosotros.
He tumbado a la chica desconocida en el suelo para intentar reconocerla un poco. Sarah se ha puesto a mi lado, y la ha empezado a tocar. Parece toda una profesional en ello, será doctora.
  • Enfermera - dijo Sarah.
  • ¿Cómo?
  • Soy enfermera… sé lo que estás pensando.
Si lo que crees que estoy pensando es que te falta el uniforme de enfermera… 

La chica desconocida no despierta, pero Sarah dice que se recuperará, que solo es por el shock y el golpe, pero que está bien. Es preciosa. Ambas son preciosas. Sarah, con su uniforme militar está increíblemente guapa. Su melena, castaña como el tronco de los árboles, está sujeta con un trozo de metal en forma de moño en la nuca.

La chica de la chimenea tiene la piel muy mojada, puede que esté lloviendo fuera, pero no se oye nada, y las ventanas están cerradas con maderas y barrotes de hierros y tampoco se puede ver. ¿Cómo no me di cuenta antes de que alguien se estaba escondiendo aquí?

No está mojada… está empapada, y tiene los dedos de las manos y de los pies muy arrugados y entumecidos. Puede que llevase días bajo la incesante lluvia. Y la ropa que lleva no dice lo contrario, una camiseta sucia gris y rota por todos los lados y unos pantalones militares tres tallas más grandes que su cuerpo agarrados a su cintura con alambres en forma de cinturón. Su pelo, más dorado incluso que el oro, luce como el bronce por la suciedad de días incesantes en barro, polvo y agua. No se despierta, no habla, pero su cuerpo, un poco más maduro que el de una adolescente, lo dice todo.
Jack e Ivetta ya han terminado de cerrar la chimenea con sillas y muebles de la habitación, y que estén las ventanas cerradas a cal y canto nos proporcionará más ventaja de la que me esperaba. No sé qué le pasa a Jack, últimamente ha cambiado como si llevase una década sin verlo. Está más sobre-protector con Ivetta que nunca, y descuida su propia seguridad. Por eso prefiero ir yo delante esta vez. Ahora no confío tanto en que Jack sea el único que puede salir de aquí con vida.

No pesa nada, la chica de la chimenea no pesa nada. Me la he echado al hombro como si del petate se tratase y apenas la siento. Me pregunto si ha comido algo que la mantenga con vida.

Ahora sí que podemos irnos. Les he pedido a las hermanas White que fuesen delante, ya que ellas conocían el hospital. Salimos a un pasillo oscuro, iluminado en ocasiones con unas lámparas de pie en las esquinas del pasillo que hacían las de iluminar pero que acababan siempre por recular a la oscuridad para después volver a dar luz en un incesante tintineo. Se encendían y apagaban como por propia voluntad, indicándonos el camino y no dejando que nuestros ojos se acostumbrasen ni a la luz ni a la oscuridad. Aún así se podía ver decentemente, incluso ver que en el pasillo había cuadros de hombres en posiciones presidenciales e inscripciones y diplomas enmarcados. Jack iba el último, y cerró la puerta de golpe, haciendo que una de esas placas enmarcadas cayese al suelo. La recogí.


En memoria
de las víctimas del
incidente del centro médico
mental de Massachusetts.
J. A. Fuenzalida.

Lo que hubiese pasado en este psiquiátrico ya era cosa del pasado y no era para nada comparable con lo que estaba pasando ahora. Avanzamos a través de los escombros por el pasillo hasta unas escaleras que subían a pisos superiores. Pero nosotros no íbamos para arriba. Tampoco para abajo. Salíamos al exterior por la puerta principal del hospital.

Yo, con 24 ó 25 años de edad nunca he estado en el exterior de los edificios. Pero estas chicas sí, y conocían la zona como si hubiesen nacido allí mismo. Salimos fuera. La lluvia toca mi cara por primera vez, y no tarda en mojarme por completo. Con la lluvia cayendo directamente en su cabeza y los truenos sonando a lo lejos la chica que llevo en el hombro se ha despertado de golpe y me da patadas en el estómago para bajar.
  • Tranquila… tranquila. Somos amigos… queremos ayudarte – decía Jack intentando tranquilizarla.
La chica estaba hecha una furia, y no hacía más que mirar a todos los lados y sacudir sus brazos en todas direcciones si alguien se atrevía a acercarse a ella.
  • No vendrán… hemos huido, y la lluvia nos ayudará a escondernos – dijo Ryan aún alucinado con la lluvia.
La lluvia caía incesantemente sobre la calle a la que habían dado a parar y formaba una especie de corriente que caía por los laterales del asfalto y aceras inundando el alcantarillado del final de la calle. Era una escena conmovedora y siniestra a su vez, pero no calmaba a la chica.
  • ¡Jack! Haz algo – dijo Ryan.
  • No sé qué hacer. No está gritando. ¿Sabe hablar?
La lluvia no paraba de caer.
  • Mi… mi nombre es… Alice – dijo la chica.
  • Alice, estamos huyendo. Puedes venir con nosotros hasta que estemos bien lejos de aquí. Te daremos de comer y todo lo que necesites, pero debemos darnos prisa y salir de aquí, ¿vale? – dijo Sarah.
  • ¿Y hacia dónde vamos a ir? – preguntó Ivetta desde atrás del grupo.
  • Creo que la mejor idea es descansar en la Catedral de aquí al lado y después decidir allí – dijo una de las hermanas.
  • No creo que eso sea una buena idea. Venimos de allí por el alcantarillado, y en él nos hemos cruzado con dos monstruos, se dirigían hacia allí.
  • Pues bajemos esta calle… como tardemos más en movernos nos cogerán.
Se pusieron rumbo calle abajo. Ryan miraba al cielo, negro y gris y se dejaba mojar la cara con las gotas de lluvia que caían. Los demás miraban el gran charco que les esperaba, donde las casas se sumergían bajo ese gran "mar" y los escombros flotaban por todos los sitios.

(…)

Decidimos ir al sur. Por lo poco que hemos hablado mientras cruzábamos el charco de agua de lluvia, donde claro está que no podía utilizar el Verbalpen, estas chicas saben de un lugar donde soldados reales del ejército estadounidense y canadiense luchan. Iremos allí y después intentaremos convencerles de que nos lleven a México.

Huele mal. Acabamos de salir del charco ese y hemos avanzado hasta la mitad de la calle y el ambiente está muy cargado de un olor horrible que haría vomitar hasta al estómago más fuerte. De hecho, la mitad de las chicas están haciéndolo tras unas cajas que hay por la acera.

Estamos en una calle desértica. Los edificios, muy juntos los unos de los otros, dejan la zona más oscura de lo que realmente debería ser, y no se ve demasiado bien. Sin embargo, el olor es nuestro primer enemigo ahora mismo. No creo que los que nos perseguían crucen el charco para seguirnos, no, no lo harán. Tenemos que pasar por esa oscuridad. Las chicas han dicho que el campamento ese de los soldados estaba al norte, y para ir hacia el norte tenemos que pasar por esta calle de sombras para acabar en una avenida con la que podemos ir al norte más rápidamente. Hay unos objetos que no conozco al final de la calle. Lo puedo ver con la mirilla de mi arma. Es de un metal poco pesado y tiene cuatro ruedas. Pero no se para que sirve. De todas formas parece que está inservible porque su interior está ardiendo, y desprende unas llamaradas por todos los orificios que tiene.

Por fin las chicas están mejor y podemos proseguir la marcha. Este parón ha sido bueno para todos. Jack ha descansado un poco de Ivetta, que aunque no lo crea le hacía falta, Alice ha descansado y ha reflexionado de que somos los amigos, Sarah ha reposado pues se la veía muy fatigada, y las hermanas White, Carla, Jersey, Jenny y… un momento. ¿Dónde está Jasmin?

Nadie se había dado cuenta, pero faltaba una de las hermanas White. La menor, Jasmin. Nadie sabía dónde estaba, nadie sabía si había escapado o si había sufrido un ataque del que nadie se había enterado.
  • ¿Dónde está Jasmin? – preguntó primero Ryan.
  • Estaba aquí, aquí mismo - dijo Jack.
Las hermanas White y Sarah comenzaron a buscarla por los alrededores. Miraron en el agua, por si acaso estaba volviendo, miraron incluso bajo ella, pero era muy difícil abrir los ojos. Miraron en los portales de los edificios, por si acaso estaba alguno abierto y se hubiese escondido allí, pero no. Nadie la encontró y nadie sabía dónde estaba. Sus hermanas comenzaron a ponerse muy nerviosas, y empezaron a temer que le hubiese pasado algo.

Ese olor de nuevo. Esa sensación de agobio de nuevo. Como si el aire que respiramos se solidificase a dura piedra dentro de nuestros pulmones. Otra vez las arcadas para intentar sacarse ese olor de los adentros. Retrocedemos hasta el charco, otra vez a vomitar… todos… (…) (…) (…) estamos en la orilla (…) vomitan… (…) vomitando... Levanto mi cabeza para tomar aire. Están todos vomitando. Jack, Alice, Sarah, Ivetta, Jersey, Jenny y Carla. Pero un momento. Qué es eso… (…) qué es eso que hay detrás de Carla (…) ¡Cuidado!
  • ¡Carlaaaaaa! – gritó Ryan entre arcadas.
Instantáneamente todos miraron a Carla y vieron lo mismo. Un monstruo, justo tras ella, la agarraba de las axilas y la alzaba hacia la oscuridad del cielo. Sus alas, negras como la más absoluta de las oscuridades se batían una y otra vez para superar con facilidad la gravedad y alzarse al cielo. Ni Jack, ni Ryan ni nadie podía hacer nada. Estaban tan mareados y con tantas nauseas que no podían moverse. El olor se lo impedía.

El olor cesó. Ya sabían a dónde había ido a parar Jasmin al principio. Y ahora Carla también se ha ido a reunir con su hermana.

El olor cesó, y con él las nauseas.
  • Si nos quedamos aquí ese olor volverá, y ellos también. No podemos quedarnos aquí – dijo Jack, el primero que se recuperó.
  • Tienes razón. Debemos salir de aquí – aprobó Ryan.
  • ¡¡¡No!!! ¡No nos iremos de aquí sin mis hermanas! – dijo Jersey.
Sarah se acercó por la espalda a su amiga. Y con un fuerte abrazo la intentó tranquilizar.
  • Debemos irnos, Jersey
  • ¡No! – gritó -. ¡Me niego!
  • ¡Tus hermanas ya están muertas! – exclamó Ryan –. ¿O es que no te has dado cuenta? ¡Si nos quedamos aquí también moriremos!
  • Iremos a por ellas… no están muertas – saltó desde atrás Jenny –. Hay que ir a buscarlas.
Mientras tanto Jack e Ivetta negaban con la cabeza lo que decían las hermanas White.
  • ¡Hay que ir a por ellas! – insistían las hermanas –. No podemos quedarnos sin hacer nada.
El olor volvía poco a poco sin que ellos se diesen cuenta por la acalorada discusión. Excepto Alice.
  • Chi… chicos… ese olor, de nuevo – susurró Alice. Nadie pareció oírla.
  • Vamos a ir a por ellas os guste o no os guste.
  • ¡No, os matarán! – decía Sarah –. Hay que ir al campamento militar.
  • Ni siquiera sabemos si…
  • ¡CHICOS! ¡ESE OLOR DE NUEVO! – gritó Alice del todo.
No… ese olor de nuevo, no se puede soportar. Hay que salir de aquí como sea. Les digo a todos que se muevan pero no me responden, están como inmóviles por la situación. Menos Ivetta, ella parece que es más inmune que el resto, aunque también le afecta. Vamos. Vamos Ivetta, abre la puerta. Te estoy haciendo señales, abre la maldita puerta del edificio.

La puta puerta, joder.

No me escucha. Iré yo. El olor aumenta de intensidad, es más difícil mantenerse en pie lúcido, cuando lo único que quieres hacer es sacarte como sea ese olor de dentro de ti. Como sea. Pero tengo que abrir la maldita puerta y meternos todos ahí.

Lo estoy consiguiendo. Todos están con arcadas, a la orilla del charco, vomitando hacia el agua. Pero yo no. Yo tengo que abrir la puta puerta. Me acerco como puedo al edificio. Vamos, piernas… responded.

Patada a la puerta.

Vamos… ábreTE.

Otra más.

Hija de puta… ábreTE.

Otra patada más, y la puerta cede.
  • ¡Corred… venid aquí! – gritó Ryan desde la puerta -. ¡Antes de que llegue!
Jack se levantó el primero, todavía estaba con las náuseas, pero luchó contra su voluntad y se levantó. Ayudó a Ivetta a colocarse de pie y corrieron como pudieron hasta entrar en el edificio, en un portal del mismo, todo derruido y con múltiples grietas en las paredes y techo que hacía parecer que no iba a durar mucho tiempo de pie.

Sarah consiguió levantarse, y como tenía al lado a Alice la ayudó a levantarse, pero ya era tarde. El monstruo alado volvió a bajar, batía las alas y apartaba a uno y otro lado las gotas de lluvia que caían del cielo. Agarró con una de sus patas a Alice por una mano. Ryan y Jack lo habían visto, ya estaban mejor pues dentro del edificio no se había filtrado ese olor profundo y terrorífico, se acercaban disparando al monstruo no con mucha puntería, mientras, además, mandaban a Jersey y a Jenny que se escondieran en el edificio. Las hermanas corrieron asustadas hacia el portal. Sarah tiraba de Alice hacia abajo mientras el monstruo alado tiraba de su brazo hacia arriba. Jack y Ryan siguieron disparando a las alas del monstruo, que tiraba con más fuerza levantando a Alice al aire. Sarah rodeó con sus brazos la cintura de la chica y se agarró con todas sus fuerzas, intentando con su propio peso que no pudiese llevársela. Ryan y Jack continuaron con el fuego a discreción, pero iban perdiendo puntería porque el olor de nuevo volvía cuanto más cerca del monstruo estaban. Sarah se resbalaba y ya estaba casi colgada en el aire sujetada en las piernas de Alice. Alice lloraba, pero las nauseas le impedían gritar. Ryan y Jack ya estaban casi al lado, dispararon a la cabeza del monstruo, una y otra vez, uno y otro disparo.

¡Muérete hijo de puta! ¡Suelta a la chica!

El monstruo cedió, y soltó a Alice, que cayó encima de Sarah cayendo las dos al agua. Intentaba huir volando, pero Jack y Ryan seguían disparando. Todas las balas llegaron a su objetivo. Murió el monstruo, que se precipitó hacia abajo, hacia el agua, cayendo justo al lado de Sarah y Alice que estaban levantándose, algo doloridas, después de su caída.

Le hemos tumbado, lo hemos conseguido y le hemos tumbado. Ese hijo de puta. El olor está desapareciendo poco a poco. Alice y Sarah se han levantado y están perfectamente. Alice está llorando, supongo que es por el susto que se ha llevado y porque ha visto la muerte rondándola por sus alrededores. De todas formas el peligro inminente ya ha pasado, ahora solo queda irnos de aquí por si deciden volver otros.

Andamos en silencio hacia el portal del edificio, nadie, y digo nadie incluyéndome a mí, quiere hablar de lo que ha pasado, simplemente queremos olvidarlo lo más rápido posible y llegar al campamento ese. Espero que exista.

Ninguno había sentido nunca tanto alivio en sus pulmones hasta que el olor de aquel monstruo acabó completamente por desaparecer. Andaban en silencio los pocos metros que les separaba de la orilla del río hasta el portal del edificio que Ryan había abierto con tanto esfuerzo. Llegaban al portal, antes de entrar en el edificio notaron que algo pasaba.
Un olor que les resultaba familiar se apoderó de los pulmones del los muchachos.
  • Ese olor otra vez – dijo Alice.
  • No, no es el mismo – contestó Jack –. Esto huele a sangre.
Entraron rápido, si algo pasaba quería solucionarlo lo antes posible. Pero cuando entraron se llevaron las manos a la cabeza al ver la escena que había. Jersey yacía muerta en el suelo, rodeada por un charco de sangre que cubría casi la totalidad de la superficie del portal del edificio. Sarah, Alice, Jack y Ryan se miraron atónitos por lo macabro de la situación. Buscaron a Ivetta y a Jenny, no estaban por ningún lado del portal.
Ryan y Jack alzaron las armas como un comando.
  • Mirad eso – advirtió susurrando Sarah –. Es un rastro de sangre.
Comenzaron a seguirlo encabezando el grupo Ryan y Jack. Jack estaba muy preocupado por si le había ocurrido algo a su amada Ivetta, por eso estaba tan ansioso de ir el primero a buscarla.
  • Ruidos. Oigo ruidos en el primer piso – dijo Jack –. Son monstruos. No hablan… están… Dios que no sea ella.
  • Todos en silencio. Ni un solo ruido y siguiéndome a mi – dijo Ryan poniéndose en cabeza y siguiendo aún el rastro de sangre.
Me he puesto en cabeza. Lo he hecho porque veo a Jack muy desconfiado y sólo quiere encontrar a Ivetta. Eso nos pone en peligro. No podemos tener a un líder nervioso y con miedo. Aunque yo tengo también muchísimo miedo. Quiero salir de aquí y volver a algún sitio seguro. Estamos en mitad de una jodida selva de monstruos, no pienso quedarme aquí para morir.

Estoy avanzando siguiendo el rastro de sangre. Es un rastro de sangre que lo más lógico haya salido de un cuerpo que ha sido arrastrado. No hay pasos ni nada que nos indique nada. Estamos siguiéndolo a ciegas. Pero tenemos el factor sorpresa.

Jack no para de darme golpes para que avance más rápido. Pero no puedo ir más rápido por este estrecho pasillo y siguiendo el rastro de sangre. Las puertas de casas que nos cruzamos están todas cerradas a cal y canto u obstruidas por muebles y trozos de pared que nos impiden abrirlas, no sabemos qué hay dentro. Pero no hay por qué preocuparse de eso. Ahora lo primordial es la sangre del suelo. Parece que lleva a una habitación del final del pasillo. Estoy intentando ir lo más rápido posible pero sin hacer ruido. Estamos buscando a Ivetta y a la otra chica. 

Joder, la otra J de las hermanas. No me acuerdo del nombre, pero hay que ayudarlas.

Paso a paso nos acercamos. Jack está impaciente. Dentro de la habitación hay fuego, se ve desde afuera, por unos agujeros que tiene la puerta, no se ve más que la luz. Nada más. No sé qué hacer. Entrar a saco y matar a todo el que me mire mal o si entrar poco a poco y ver la situación. Me da igual, decidiré sobre la marcha. El picaporte, ¿dónde está? No hay. Una patada y entro. Vamos, vamos.

Patada

¡Oh!¡Dios!¡No!

Ryan abrió la puerta. Al fondo de la habitación dos cubos de metal iluminaban la habitación pues ardían. Y justo en el centro, bajo una lámpara de araña y sobre una alfombra roja con polvo acumulado de decenas de años estaba Ivetta. Y entre sus brazos Jenny.
  • Tenía hambre – dijo con su voz de niña Ivetta.
Ivetta estaba de rodillas, sujetando el cadáver de Jenny con un brazo por la cintura en la misma posición que ella, de rodillas. La cabeza de Jenny se mecía por el peso de la gravedad a un lado y a otro mientras se desangraba con la poca sangre que le quedaba. E Ivetta, con un gesto de niña y riendo, acompañaba esos movimientos con carcajadas de niña pequeña. Jack se acercó a ella, embobado y enamorado, mientras Ryan, susurrando, intentaba explicarles a Sarah y Alice que no entraran de momento en la habitación.

Pero no lo consiguió.

Sarah entró y vio la escena. Se volvió histérica y empezó a chillar y gritar insultos y maldiciones contra Ivetta, que se acurrucó asustada en el hombro de Jack. No tenía perdón alguno. Pero tenía hambre. Los ruidos que estaba haciendo Sarah llamó la atención a Alice. Y ésta advirtió que los ruidos en el piso superior que estaban haciendo los monstruos cesaron.
  • Nos han oído – susurró Ryan.
Nos han oído. Han dejado de hacer ruidos y es porque han oído a la loca de Sarah. Se ha puesto como una furia, aunque no la culpo. Ivetta ha matado a las dos hermanas que quedaban vivas… pero eso es otra cosa. Ahora tenemos que salir de aquí, nos están persiguiendo.

No podemos volver sobre nuestros pasos. Si volvemos corremos el riesgo de encontrárnoslos por el camino, o incluso a los monstruos voladores que acabaron con las hermanas White. Tenemos que avanzar por el edificio, e ir a la puerta de atrás. Estos edificios siempre tienen una, o eso espero. Por el momento voy a estar en completo silencio, solo le hablaré al verbalpen. Esta maldita historia se está complicando un poco, pero no la dejaré a medias.

Estamos continuando por el pasillo de antes. No oímos a los monstruos, pero sabemos que están ahí. Los notamos. Estamos en fila de uno, uno tras otro, comunicándonos por señas, y vamos avanzando. Vamos por el pasillo, que cada vez es más oscuro, intentamos abrir todas las puertas de viviendas que nos encontramos, pero ninguna cede. Todas están cerradas, y por el paso de los años la madera se ha puesto dura como la roca.

Andamos paso a paso, siento agobio, temor, miedo, ansiedad, frío, tristeza. Todo lo que siento me paraliza. Pero sigo andando, y los demás me siguen. Doy con una puerta, la abro. Dentro de la habitación hay cientos de estantes que forman dos pasillos, no sé qué clase de edificio es este, pero avanzamos por el camino de la derecha. Todos juntos, como un grupo, si uno da un paso los demás dan el mismo paso. Si alguien se para los demás se paran.

Ruido de portazo.

Mierda. La puerta por la que entramos se ha cerrado de golpe, haciendo un ruido tremendo. En el fondo de la habitación, en el fondo de los dos pasillos, en el fondo de la más absoluta de las oscuridades hay un monstruo. Se nota en la biblioteca. Se siente su olor, su presencia, sus gruñidos sordos rebotando en las paredes haciendo eco. Estamos encerrados. Oímos perfectamente al monstruo, cómo avanza pisando cristales, maderas y libros. Seguramente el portazo ha llamado su atención, más de lo que ya habían hecho los gritos de Sarah. Pero avanza por el lado izquierdo. Sólo nos separa una estantería de libros, cientos de ellos, pero con muchos huecos entre sí. Estamos quietos. Ninguno quiere moverse.

Jack me está señalando algo. ¡Una puerta! Al final de la habitación. Hay que ir a ella, pero está el monstruo. Despacio, moviéndonos con el ruido de sus pasos, fundiendo nuestro ruido con el ruido que hace el monstruo al andar, avanzamos poco a poco a través del pasillo. Estamos andando hacia el monstruo cuando sólo nos separa unas librerías. Poco a poco nos vamos juntando, unos por cada pasillo.


Estoy empezando a susurrar más de lo que lo hacía hasta ahora, para evitar que me oiga. Lo estamos viendo, está ahí, es enorme, feo, y completamente negro. Parece un animal que se extinguió que mi padre me contó. Orangután creo recordar. Grande, muy grande. Y sus gruñidos aterrorizan, te erizan los vellos de la piel y te paralizan. Da un paso, y gruñe. Nosotros damos un paso al unísono, para camuflar nuestro ruido con el suyo. Da otro paso y nosotros también. Otro más y nosotros también. Conseguimos superarle y acercarnos lentamente a la puerta.

Los libros nos ocultan, pero si girara la cabeza nos vería a los cinco agarrados unos a otros mirándole y caminando de espaldas para no perderle de vista. Nos está acechando, o eso parece. Poco a poco anda y anda, como si supiese que estamos ahí pero que no quiere darse cuenta. Otro paso más, ya estamos más cerca de la puerta. Otro más y estamos aún más cerca. Otro más, de espaldas, y ya estamos al lado de la puerta.
  • ¡Corred! – gritó Jack.
Todos salieron corriendo hacia la puerta. No había ni un segundo que perder. El monstruo los oyó y salió corriendo tras ellos. Estaban ya al lado de la puerta, Jack intentaba abrirla, pero estaba cerrada. El monstruo empezó a correr hacia ellos. Su cara, casi plana como un papel se confundía con los miles de libros que había en la habitación, pero su cuerpo era indiscutiblemente visible, y el ruido que hacía al pisar el suelo de madera dejaba ver que era grande y pesado. Estaba alcanzándoles. Jack, desesperado, intentaba abrir la puerta. Una y otra vez zarandeaba el tirador. Ryan intentaba empujar con el hombro la puerta y derribarla, pero algo se lo impedía. Ya estaba casi al lado el monstruo. Las chicas gritaban, Ivetta lloraba, Sarah le pedía a Ryan a gritos que abriese la puerta, Alice le daba puñetazos pidiéndole lo mismo entre lágrimas.

Cuando llegó el monstruo a su lado todos se dieron la vuelta y lo vieron de cerca.

Su cara. Sus ojos. Su boca. Está respirando encima de nuestros rostros. Su cara plana propone unos ojos que lucen enormes e inyectados en sangre y furia. Su boca, babeante y con hambre cuelga del inferior de su cara. Jadea sobre nosotros con hambre. Es enorme. No puedo dejar que esa cosa nos mate.

¡Ábrete! Jodida puerta, ábrete.

Ryan hizo un último intento y cargó toda su fuerza contra la puerta, que cedió de vieja y se partió en mil pedazos. Ryan la atravesó de parte a parte, atravesó la puerta hasta otra habitación con más libros. La continuación de lo que en su día fue una biblioteca enorme. Todos corrieron y se metieron por el boquete que había hecho en la puerta de madera. El monstruo no podía pasar por ahí. Estaban a salvo. O no.

Ryan se levantó del suelo dolorido, pero recuperado. El monstruo que les perseguía se quedó encerrado tras la puerta. Gruñéndoles desde el otro lado, pero sin poder moverse de allí. Intentaron tranquilizarse y salir del edificio.
  • Volvamos a la catedral. Dentro estaremos a salvo un poco de tiempo, espero que no hayan podido entrar aún. Luego veremos qué hacer – dijo Jack.
Todos aceptaron con la cabeza. Y justo con el movimiento, del techo calló otro monstruo, idéntico al anterior, al lado de ellos. Todos, presa del pánico, comenzaron a correr hacia el fondo de la habitación con la esperanza de que hubiese una puerta que se abriese a la primera. Pero el monstruo corría más rápido. Ryan apuntó con su rifle a la nada, corriendo y disparando hacia atrás sin mirar, pero no consiguió darle en ningún momento. Llegaron al final de la habitación.

No hay puerta.

Los dientes de la bestia rozaban ya la nuca de Ryan, que iba el último. Corrían para salvar sus vidas, y llegar al final de la habitación, atravesando pasillos con libros caídos de las librerías y hojas sueltas de, seguramente, ensayos de autores que la humanidad ya había olvidado para no hallar puerta alguna. Y por tanto no hay escapatoria. No hay forma de seguir viviendo.

Este es nuestro fin. No hay escapatoria. No sé si rezar, si mirar al cielo y pedirle a Dios que me lleve a su lado.

Ivetta dio un paso al frente. Se puso cara a cara con el monstruo, siempre con una sonrisa en la boca. El monstruo gruñó como nunca antes había gruñido. Parecía un desafío. Un duelo.
Ivetta levantó un brazo. Simplemente un brazo, y el monstruo dejó de gruñir. Levantó el otro brazo y se elevó poco a poco en el aire. Ivetta empezó a levitar. Se elevó por encima del monstruo, nadie le quitó ojo a la vampiro, que parecía pasárselo bien con aquella nueva situación.
  • Tengo hambre – dijo desde el cielo con su característica voz de niña. Y con un simple movimiento de brazo el monstruo cayó muerto frente al grupo, que quedó atónito.
Sin dejarse apabullar por las miradas de sus compañeros, Ivetta descendió y se acercó al monstruo. Se agachó, agarró uno de sus brazos y mordió en la muñeca al monstruo, tragando su sangre.

Cinco minutos después Jack se acercó a su novia. La abrazó por la espalada. Quizás le diese las gracias o quizás la compadecía. Y la apartó del monstruo. Ya no tenía hambre. Se alejó del monstruo abrazada a Jack, como una niña, como si fuese la niña pequeña de Jack.

Nadie habló nada después de aquello. Salieron de la habitación por una puerta lateral que por el estrés y shock de la situación no vieron antes. Daba directamente a la calle. Retrocedieron sobre sus pasos. Teniendo cuidado con los monstruos alados, atravesando el charco de agua de lluvia y volviendo por la calle a la Catedral. Donde se supone que estarían a salvo durante un tiempo.

(Mozart - Requiem – Lacrimosa)
Las escaleras que se alzaban hacia la entrada de la catedral invitaban a quedarse allí. Parecía un sitio de total paz en unos días de lágrimas y de guerra. Lucía enorme y se elevaba al cielo, ladrillo a ladrillo, para parecer rozarlo con sus picos de metal. Y en lo alto, presidiendo, triste y melancólica, la cruz cristiana aún resistía el ataque de los monstruos y de los años, del fuego y de la lluvia.

El grupo subía las escaleras una a una con mucha parsimonia. Sabían que dentro de la casa de Cristo nada les podría pasar, que nada les destruiría su vida dentro de aquella catedral. Dentro se respiraba la paz que solo se encuentra en el centro de las guerras. Era la burbuja que se forma dentro del agua para que los peces respiren. Era el sol que surge de entre las nubes para que las plantas vivan en un mundo de eterna lluvia.

El gran portón de la catedral hacía un pequeño chirrido cuando se abría. Todos entraron. Ivetta se escondió bajo los brazos de Jack, acongojada por la propia casa de Cristo.
  • No permitiré que una hija del diablo entre en la casa del Señor – dijo el hombre que hizo de sacerdote en el entierro del soldado –. Y menos cuando ha acabado con la vida de sus siervos.
  • ¡Padre! – dijo Jack – ella es…
  • Ella es una endemoniada – interrumpió el sacerdote.
  • ¡Ella tiene al Señor en su corazón! – gritó Jack.
  • ¡No! – gritó de nuevo el sacerdote dejando en su eco su enfado.
Se hizo el silencio en la catedral, se oían las gotas de lluvia caer y chisporrotear sobre las cristaleras y techo de la catedral. El sacerdote se dio la vuelta. Dando la espalda al grupo. Fue al altar y cogió la biblia que allí reposaba abierta. Se acercó de nuevo al grupo y fijó su mirada en Jack, y después la desplazó hacia Ivetta, que se mantenía cabizbaja bajo el brazo de Jack.

  • ¿Dónde están Quieff, Eva y el resto? - preguntó Jack.
  • Partieron esta mañana y no han vuelto - respondió enfadado el padre. Ryan sonrió inesperadamente, quizá porque sabía desde el principio el destino de aquel grupo.
El sacerdote volvió al tema.
  • Si quieres que se quede tendrás que hacer eso – dijo el sacerdote dándole un papel a Jack pero sin quitar los ojos de Ivetta.
  • Si, padre.
Era el padre biológico de Jack. No era respeto al sacerdote por lo que le llamaba "padre", era respeto hacia su propio padre. Respeto que aún mantenía de palabra pero que realmente no sentía. Su novia, su amada, no era bien vista por sus ojos, y eso nunca se lo permitiría.

Ivetta se acurrucó aún más en el brazo de Jack pues la mirada del sacerdote parecía asesinarla y estrangularla. El padre se volvió y fue andando lentamente, seguido por la mirada de todos los miembros del grupo, hasta el confesionario. Allí se encerró y espero paciente. Todos se quedaron callados, esperando a que alguien cortase aquel silencio tan incómodo. Se les permitía estar allí para descansar, pero deberían partir, pues no se permitía la entrada de los vampiros en la casa del Señor.
  • Ryan - dijo Jack por fin rompiendo el silencio –. Sé lo que estás haciendo.
  • Eeeh… - balbuceó Ryan
  • Yo también quiero participar – dijo señalando el verbalpen de Ryan –. El mundo merece conocer su propia historia.
Ryan no dijo nada. Se quitó el verbalpen de la garganta y se lo prestó a Jack. Ivetta no le soltaba el brazo, así que tuvo que hacer un movimiento para que ésta se lo dejase libre y poder ponérselo.
  • No hace falta que hables, tan solo pronuncia tus palabras con la garganta.
  • Lo sé.
Jack besó en la frente a Ivetta cuando hubo terminado de colocarse el aparato en la garganta, y fue siguiendo los mismos pasos que su padre hasta el confesionario.
  • Id a la cocina y esperad allí – dijo mientras corría las cortinas del confesionario para entrar –. Iremos dentro de una hora.
Todos se fueron hacia la cocina mirando la espléndida catedral. Y sobre todo la cruz de Jesucristo presidiendo la sala completamente repleta de bancos de madera.


  • Ave María purísima – dijo Jack ya dentro del confesionario
No halló respuesta.

Abrió el papel. Allí ponía el título de 3 oraciones que Jack debía recitar en el confesionario.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.
  • Otra vez – se oyó decir al padre.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.
  • Otra vez – se le volvió a oír enfurecido.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.
  • ¡Otra vez!
  • ¿Cuántas veces tendré que hacerlo? – preguntó Jack enfadado.
  • ¡Las veces que hagan falta! Tus pecados necesitan ser sanados.
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.

No se oyó nada, y pasó a la siguiente oración de la lista

Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.


Amén.
  • Que la virgen María limpie tus pecados. Rézala otra vez
  • ¡Padre!
  • ¡Hazlo!
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.


Amén.

No se volvió a oír nada y pasó a la última oración

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
Amén.
  • E yo te absolvo in nomine pater et filio et espiritu santi.
  • Gracias, padre – agachó Jack la cabeza.
  • Hijo, ¿puedo pedirte un favor?
  • Claro, padre.
  • ¿Recuerdas Ezequiel 25:17?
  • Sí.
  • Podrías hacerle el favor a este pobre anciano de recitarlo – dijo el padre hablándole a su hijo con un tono suave y melancólico.
El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la injusticia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad saque a los débiles del valle de la oscuridad, porque él es el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. Y les aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos.

Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti.


El sonido de un disparo y el de un rio de sangre estrellándose contra la pared inundó con su eco toda la catedral.
  • ¡Padre! – gritó Jack saliendo del confesionario y entrando en el cubículo donde estaba su padre, justo al otro lado de la pared de madera.
El sacerdote no aguantó más y acabó con su vida. Con una pistola en la boca acabó con su miserable de sacerdote, de un cura expuesto al mal vivo. Al maligno hecho monstruos.

Todo el grupo salió de la cocina y llegó al confesionario. Vieron al sacerdote muerto tras su última bendición, a su propio hijo.

(Bach - Magnificat - Suscepit Israel)

Encendieron unas velas que pusieron en el altar en honor a las muertes que aquel fatídico día había causado. En honor a todas las hermanas White y al Padre Kennedy. Las velas iluminaban la catedral. Solamente dejaron encendidas esas velas. Apagaron antorchas y otras velas y esperaron a que se consumieran para honrar las almas de sus familiares y amigos. Nadie dijo nada. Todos se mantuvieron callados mientras esperaban a que la suave luz que iluminaba la catedral se desvaneciese igual que se desvanecieron las vidas de los que por ellos rezaban. Nadie hablaba, nadie se atrevía a romper el silencio. Ni una cara de tristeza, ni una lágrima derramada. Quizás la vida les había acostumbrado tanto a los funerales que ya nadie lloraba por muertes como esta. Jack permanecía inmutable mirando la vela que él mismo encendió en honor a su padre. Ivetta se levantó, y sin hacer ni un ruido se sentó al lado de su amado y le abrazó.

Esperaron a que se apagasen las velas. Y se quedaron dormidos en los bancos de madera de la catedral, aún con el eco del disparo que había acabado con una vida más resonando en el aire. La catedral hacía de manto y la lluvia les mecía con su suave canción.


 

No sé qué ha contado Ryan hasta ahora. No sé qué ha dicho, cuánto ha dicho, ni cómo lo ha dicho. Lo único que sé es que estas pueden ser mis últimas palabras, y quiero que sirvan de algo en el futuro que vislumbro desde el primer día en que tuve conciencia de donde estaba.

Soy Jack Kennedy. Anoche vi como moría mi padre cuando me estaba dando su bendición, cuando me estaba curando de mis pecados. Comenzaré con esta historia de la misma forma que creo que lo ha hecho Ryan. Mi historia es una historia de amor. De amor en tiempos de guerra. Mi amada: una vampira.

Ivetta se convirtió en vampiro en mis propios brazos cuando uno de esos monstruos acabó con su vida a una edad temprana. Recé a Dios para que volviese a respirar, recé para que no me quitase la única vida que tenía, recé para que volviese a amarme. Recé y lloré por ella. Mis lágrimas cayeron en su pecho y abrió los ojos.

Mi padre conocía las historias de los antiguos. Historias de vampiros en las que decían que los resucitados, los no muertos, eran seres crueles y sanguinarios guiados únicamente por la codicia y el propio Lucifer. Pero no es así. Ivetta no es así. Ivetta tiene a Dios en su corazón, tiene alma, es buena. No se guía por la muerte, se guía por el amor. Por nuestro amor.

Desde que supe las historias de los vampiros, y en estos tiempos, amoldé mis ojos para ver que hay cientos, miles de ellos. Rondan los tejados y azoteas de los edificios por las noches, cuando las nubes que cubren el cielo perpetuamente son más negras. Saltan de edificio en edificio, huyendo, como nosotros, de los monstruos. Son amigos. Son aliados. Es mi amor. La mujer a la que más he amado.
Nos conocemos desde pequeños. Quizás estuviésemos destinados a amarnos desde antes de nacer. Pero ella cayó en manos de los monstruos y le quitaron la característica del ser humano, la mortalidad.

Ella es inmortal.

Al menos no muere como nosotros. La única forma de acabar con la vida de un no-muerto es clavándole algo en el corazón, lo que sea. O que viesen la luz directa del sol, pero las nubes siempre impiden que eso ocurra.

Los vampiros huyen de los monstruos, pero a la vez se esconden de nosotros. A veces se infiltran entre haciéndose pasar por un humano más, como Ivetta o como María, pero otras se esconden en callejones, en casas en ruinas o en pueblos pequeños donde los monstruos no llegan nunca, o eso es lo que ellos creen.

Siempre la he amado. Siempre. La estoy mirando ahora mismo y sé que daría mi vida por ella.
  • Jack… ¿qué es el amor?- preguntó inocente Ivetta.
  • Que es el amor… ¿y tú me lo preguntas? Qué es el amor sino el suspiro de tus labios encantados llevándose mi alma a algún lugar infinito donde yo no sirvo para nada. Algún sitio tan apartado de mí que me cuesta sentirme vivo cada vez que robas mis besos para encarcelarlos en ese lugar. Me estoy volviendo loco. Loco. Porque cada vez que te beso quiero más y más. Estoy empezando a ver el más allá cada vez más cercano. Porque si tengo que reconocer que estoy drogado, adicto a tus suspiros de ultratumba que me llenan en una oscuridad de la que estoy enamorado. Dime tú que es el amor. Dime por qué cada vez que me besas encoges tus labios y los conviertes en finos y helados. Dime por qué me alimentas en una sobredosis de adrenalina y lujuria. Dime como te desahogas en gritos cada vez más agudos mientras nuestros desnudos cuerpos se convierten en fuego unidos a un lento balanceo que estremece a cada vello de nuestro cuerpo. Dime ahora por qué necesito pensar que en ese momento estás pensando en llegar a casa para abrazarme. Por qué me preocupo en imaginarme que estás sentada en tu trono de lujuria y dolor del que te levantaste para atraerme hacia a ti. Dime sólo una cosa, olvida todo lo de antes, dime una cosa, y si me convences, me tendrás atado a tu lado y no habrá más en mi mente. ¿Por qué siento que cada vez te odio más y más te amo al hacerlo?
  • Te amo, ¿tú me amas?
  • Si.
  • ¿Por qué?
  • ¿Quieres saber por qué?- Jack se quedó pensativo –. Porque yo siempre me he sentido solo, siempre, aunque haya tenido a mi padre, aunque haya tenido a Ryan. Pero en el fondo siempre me he sentido solo. Siempre. Hasta que empezaste a quererme.
Siempre la he amado. Siempre. La estoy mirando ahora mismo y sé que daría mi vida por ella.
  • Odala – le dijo Ryan a Jack mientras aún estaba tumbado en el banco de madera.
  • ¿Perdona?
  • Los monstruos voladores. Pueden llamarse Odala – contestó Ryan –. Me he pasado la noche entera pensando nombres para los monstruos que hemos visto hasta ahora.
  • Es un buen nombre.
  • Los de la biblioteca pueden llamarse Sonalp.
  • ¿Tienen alguna lógica los nombres, o se te han ocurrido sin más? – preguntó Jack curioso.
  • Algo dentro de mí me decía que debían ser esos nombres – dijo Ryan levantándose –. Y ya sé cómo vamos a ir al campamento.
  • ¿Cómo? – interrumpió Sarah despertándose.
  • Recuerdo que en el hospital, después de que aparecieseis y huyésemos, vi algo en la pared, cuando colgué el cuadro con la inscripción esa.
  • ¿Qué viste, Ryan? – preguntó Jack.
  • Era una foto enmarcada. Era un hombre con sombrero de cowboy que sonreía a la cámara. Y… - hizo una pausa intensa.
  • ¿Y?- preguntaron Sarah y Jack al unísono.
  • … había una máquina voladora con unas aspas girando.
  • Deja de decir tonterías, Ryan – dijo Jack
Sarah miró a Jack y a Ryan extrañada.
  • ¿Me estáis diciendo que no sabéis qué es un helicóptero? – preguntó Sarah extrañada.
No, no sabemos qué es un helicóptero. Quizás sea por el simple capricho de que no hemos conocido el exterior de los edificios en la vida. No hemos visto los parques, ni hemos visto nada hasta que aparecieron esas mujeres.
  • Ese aparato con aspas giratorias es un helicóptero. Y no se me había ocurrido. ¿Hay hospital en esta ciudad? – dijo Sarah.
  • Sí, mi padre me hablaba de él. Pero nunca he ido. Está aquí al lado, sólo son dos edificios de camino – dijo Jack.
  • Hay que irse.
Esta mujer está completamente loca. Nos habla de un aparato mecánico que vuela con aspas. No lo entiendo. Y quiere hacernos creer que ella sabe controlarlo. Quiere sacarnos de aquí con ese aparato…

… pero, a decir verdad. Es el único plan que tenemos.

Todos se han despertado. Mi querida Ivetta aún está un poco adormilada, pero está preciosa, como siempre. La beso. Y también en la frente, y también en el cuello.
  • Quizás habéis estado muy incomunicados durante toda vuestra vida. Yo sé pilotar un helicóptero – siguió explicándose Sarah –. Puede que en el hospital haya uno, oímos por radio que el ejército estadounidense los usaba para luchar contra los monstruos, pero habían abandonado uno o dos en esta ciudad. Quizás en el helipuerto del hospital haya uno.
Ya tenían plan. Comieron rápido algo que había en la cocina y salieron sin perder tiempo hacia el hospital. 

No hubo problemas durante el camino. Sin embargo, cuando ya estaban dentro del hospital, en la recepción, algo no olía del todo bien.

No pinta bien esto. Hemos visto el helicóptero desde fuera del edificio, pero aquí dentro algo va mal. Siento que algo no va bien, algo nos espera dentro del edificio. Nos acecha. Nos vigila para acabar con nosotros.

Estamos avanzando por la recepción. La secretaría. La sala de espera. Múltiples despachos. Y por último llegamos a las escaleras. Algo se oye en lo alto de las escaleras, en el último piso, justo donde está el helicóptero. Ryan va delante. Él puede defendernos hasta del animal más grande que pueda existir. Y por eso va delante. Sube las escaleras con total cuidado de no hacer ruido, y nos dice que hagamos exactamente lo mismo que él. Eso hacemos, pero… un momento. Dónde está Ivetta…
… Dios… menos mal. No la había visto. Que susto me he llevado. La beso. Tengo que besarla varias veces porque mi corazón ha dado un vuelco cuando por un momento he pensado que podía haber desaparecido de mi lado. Pero no, está aquí, conmigo, besándome. La amo. Le digo que me agarre del hombro para que sepa dónde está en todo momento. Es mi niña, mi princesita. No puedo dejar que nada le pase. Acepta con su sonrisa espectacular. Y agachando la cabeza para subir y besarme los labios.

Seguimos subiendo, poco a poco. El ruido cada vez es mayor, pero no sé qué es. No quiero preguntar por miedo a la respuesta, pero algo hay ahí arriba. Algo suena. Algo sigue acechándonos. Lo presiento. Y preveo algo que no me gusta nada.

Estamos llegando al final. Los sonidos que había pararon un momento, pero después de un sonido mecánico volvió a empezar. (My way - Frank Sinatra)

Parece una voz. Hay alguien arriba. Alguien humano. Estamos llegando al final de la escalera.
Llegamos. No hay nadie al principio de la habitación. Entramos un poco más. Es una habitación que tiene una puerta que da al exterior. Está amueblada, con un sillón y una estantería con libros en una esquina. En la pared de la derecha hay un reloj que hace tiempo que dejó de funcionar y un mueble, una mesilla, con algo encima. No reconozco qué es. Pero emite el sonido que se escuchaba desde el principio de la escalera.
  • Es un reproductor de audio – dijo Sarah al ver la cara atónita de Jack y Ryan.
  • Se usa para escuchar música – aclaró Alice.
  • ¿Música? – preguntó Ryan.
  • ¿No conocéis la música? – rió Alice – Michael Jackson, Everlast, The Beatles, Ray Charles, Bob Dylan. Este que suena es Frank Sinatra. La voz. Pero no sé por qué suena aquí.
No conocían la música. Tanto tiempo habían estado encerrados que no conocían nada del mundo exterior. Quizás porque estaban más ocupados en matar monstruos a larga distancia y huir de ellos a corta. Además, por desgracia, en ninguno de los libros que habían leído sobre la antigüedad se hablaba de la música. Era algo nuevo para ellos. Escuchar por primera vez una canción. Maravilloso.

No había nada que hubiesen escuchado más bello que aquel sonido completamente nuevo para tres de los integrantes del grupo. Estaban maravillados, sintiendo cada nota de la base de la canción, sintiendo cada letra del cantante, sintiendo cada rima y cada verso en su oído.
Sentían tanto que apenas notaron que en la habitación no había cinco personas. Si no seis.
  • Hola a todos – dijo el extraño. Acto seguido Ryan y Jack le apuntaron con las armas que llevaban, y las chicas se pusieron tras ellos –. Creo que os ha gustado mi reproductor.
  • ¡¿Quién eres?! – preguntó gritando Ryan -. ¡Vamos, responde!
  • Soy David. Pero podéis llamarme "De".
Es un vampiro. Los reconocería a kilómetros. Es un vampiro, y hay que tener cuidado.

Nos cuenta que está aquí porque no sabía que había alguien vivo en la ciudad. Que solo veía a vampiros recorrer el alto de los edificios. Pero no ha dicho aún que él es uno. Se esconde en este edificio porque tiene medicamentos fáciles de conseguir y es fácil, para él, llegar hasta lo alto del edificio. Además, tiene vía de escape si las cosas se ponen feas, el helicóptero.

Le decimos que lo vamos a coger para ir a un campamento base del ejército de los Estados Unidos que recoge supervivientes. No se lo toma muy bien, pero accede a que cojamos el helicóptero. Pero no para ir al campamento. Ni a México.

Tenemos nuevo rumbo: El paraíso. Santiago de Chile.
  • He encontrado un manuscrito donde pone que es una ciudad perfecta. El paraíso. – dijo D.
  • ¿Y? – respondió Ryan –. Seguro que está tan llena de mierda como esta pocilga.
  • No. Me he informado por radio y allí no hay monstruos. Han hecho una muralla por toda la cuidad. Los supervivientes están viajando allí. Lo he comprobado.
  • ¿Y por qué no has viajado tú ya hacia allí? – preguntó desde atrás Ivetta con su voz de niña.
  • Porque el destino me pedía constantemente que os esperara.
  • Querrás decir Dios – saltó Jack.
  • El destino - corrigió D -. Dios ha abandonado este mundo hace mucho tiempo.
Se produjo un silencio incómodo para todos.
  • ¿Puedo ver ese manuscrito? – preguntó Ryan con voz seria –. Y Jack, déjame de nuevo el verbalpen. Lo necesito.
Mi turno de nuevo. Estoy esperando a que D me traiga los manuscritos que me ha dicho. Seguro que Jack os ha contado quien es D. Sabemos perfectamente que ese tipo es un vampiro. Así que habrá que tener cautela y cuidado máximo.

Aquí viene con los manuscritos. Están muy dañados. Quemados por todos los lados. Me dice que le faltan muchas páginas y que no ha conseguido saber cómo se titula la obra. Pero que en el fragmento que ha encontrado, en la página y media que ha encontrado, se ha enamorado de aquella ciudad fuera de males, fuera de guerras. El cielo convertido y fijado en la tierra.

He aquí una parte del manuscrito:

"(…)
  • Bienvenido al paraíso, bienvenido a Chile - le dije a Adri mientras atravesábamos, en furgoneta, una de las calles de la inmensa urbe que era Santiago.
  • Me encanta, y hace un huevo de frío- dijo temblando -. ¿Por qué no me dijiste que haría tanto frío?
  • Hombre, tú ya sabías que era invierno sino ¿por qué crees que vine yo casi de invierno?
  • ¡Cabrón!- me dijo.
  • ¿Tenís frío?- le preguntó mi tío.
  • Sí- dijo Adri sin entender del todo la pregunta.
Mi tío puso la calefacción de la furgoneta.
  • Gracias- dijo Adri.
  • De nada, tío- dijo mi tío burlándose de Adri.
  • Te vas a tener que acostumbrar a que se burlen un pelín de ti, Adri. Aunque veras que también lo hacen conmigo. Se debe en parte a que los dos estamos en España y aquí les hace un pelín de gracia la forma de hablar que tenéis allá.
Después de una larga conversación en la furgoneta entre mi tío y Adri, en la cual tuve que intervenir para traducir a Adri casi todo lo que le decía. Y digo larga porque tuvimos que atravesar, desde el aeropuerto o sea desde Pudahuel hasta Las Condes, atravesamos Pudahuel, Lo Prado, Santiago Centro, Ñuñoa, Macul, La Florida y Las Condes hasta el centro. O sea todo un recorrido por los sectores poniente y centro oriente de la capital. Tardamos cerca de una hora en atravesar la gran urbe, pero al final llegamos hasta la casa de mi tío.

Adri al ver tantos edificios, tantos buenos vehículos, y a medida que nos acercábamos al sector oriente le veía cada vez mas asombrado.
  • A que no te esperabas encontrar con una ciudad casi como Madrid en Sudamérica – le pregunté.
  • Pues no, me figuré que sería una ciudad avanzada, pero avanzada en comparación con las ciudades que se ven por la tele…
  • ¿O sea con indios y esas cosas?
  • Tampoco eso pero… esto es casi Nueva York o Madrid, es prácticamente Madrid pero en Sudamérica- dijo excusándose.
  • Lo es, tan contaminada como Madrid y fundada por españoles. Nos dominan marcas españolas: Zara, Telefónica… tío la mayoría de personas cree que en Sudamérica la gente vive entre la mierda y cazan la comida diaria, al menos no toda la gente, pero aun creen que hay indios por ahí pululando. Gran error, sobre todo aquí en Chile cuyo índice de pobreza es el menor de toda América latina.
  • Lo sé, me lo dices a menudo - me dijo mirando por la ventanilla.
  • Y como puedes apreciar, por mucho que te lo he dicho no te lo habías creído- le dije.
  • Lo sé, es que mola mucho… - me dijo mirando a través de la ventanilla.
  • Ya... 
Nuestra llegada a la casa de mi tío en Las Condes fue bastante acalorada, me recibieron mis dos primas, mi tía y demás gente de la familia. Después de abrazos y besos entre la familia, les presenté a Adri.
  • Él eh un amigo mío, con el estudio y vivo en Ehpaña. Eh uno de mih mejoreh amigoh, y como yo conohco a suh papah, a suh hermanoh, decidí traehlo pa' cá, pa' que conociera a mi familia poh.
Rara vez había hablado con acento chileno delante de Adri, y esta vez me miró raro. Parecía haber entendido lo que dije, pero se extrañaba en escucharlo de mi boca.
  • Hola, me… llamo Adri- dijo Adri intentando no decir nada raro. Tuve que dejar a Adri solo unas cuantas horas debido a que tenía que hacer unos asuntos. Para su suerte le deje con mis "simpáticas" primas, así que no se sentirá nada solo.
A mi regreso, no me costó nada arrancarle de las garras de mis primas, y me lo llevé a dar un paseo por las hermosas calles de Las Condes.
(…)"

Joder… me he enganchado. Quien escribiese esto era un puto genio.

Sonido de una alarma sonando en lo alto de una estantería
  • ¿Qué es eso? – preguntó Alice histérica.
  • Vienen - respondió D.
  • ¿Ellos, los monstruos? – preguntó Ryan tirando los papeles al suelo.
  • Sí. Debemos irnos ya, os han seguido – dijo D –. Hay que salir de aquí.
  • ¿Y por qué no cogemos ya el helicóptero? – preguntó Sarah.
  • ¿Acaso sabes pilotarlo, mona?
  • Sí.
  • ¿Si?
  • Sí.
  • ¿Y a qué coño estamos esperando?
Ryan abrió de una patada la puerta que daba al helipuerto. Corrieron todos hacia él. Allí estaba, allí había estado siempre. Un helicóptero militar de EE.UU. Un helicóptero que sería la salvación. Se montaron todos en él. Sarah, junto a Alice, en la cabina delantera. Los demás en la parte trasera.

Sarah encendió motores. Los monstruos entraron por la misma puerta.

Las hélices empezaron a moverse. Ryan y Jack empezaron a disparar.

El helicóptero se elevaba. Era demasiados y no había tantas balas.

Algunos monstruos se consiguieron agarrar al helicóptero. Intentando entrar. El helicóptero hecho a volar y se separó del suelo unos cuantos metros.

Estos cabrones no son como los de antes. Estos corren y saltan mucho. Ya no tengo balas. Se me han acabado. Se están agarrando a los bordes del helicóptero, es demasiado peso y Sarah, dice, no puede alzar bien el vuelo. Intento darle patadas a uno de los monstruos. Cae al suelo de la azotea del hospital

Estoy… esaossda… fniasnod… perdido e… demdfs...dasdas...deiudfnf

Ryan perdió el verbalpen luchando contra los monstruos que subían al helicóptero.

Se… sem emowme… se me escdfdf… sem e… ¿¿¿se me escucha??? Hola, hola… ¿¿hola??
Parece que tenemos algo. Está arreglado. Por fin. He tardado un día entero en arreglarlo. Perdí el verbalpen cuando estábamos luchando contra los monstruos en el helicóptero. Casi no podemos contarlo hoy, pero conseguimos despegar.

Aunque no duró mucho el viaje. Sarah nos advirtió que nos agarráramos, que al helicóptero no le quedaba gasofina, o algo parecido a eso. No sé de qué hablaba. Nos estrellamos ayer en un lugar que no sabemos dónde está. Estamos totalmente perdidos, incluso más que antes. Por suerte estamos todos bien. Ninguno sufrió ningún daño.

Estoy empezando a sospechar de D. Nos mira raro. Sobre todo a Ivetta. Siento en su mirada algo que penetra en el cuerpo y te remueve las entrañas. Tengo que vigilarlo más de cerca. Aunque creo que Jack ya lo ha atado con cadena corta.

Estamos perdidos en la selva. O en un bosque. O vete tú a saber dónde. Tengo miedo. Realmente tengo mucho miedo. Y no ha parado en ningún momento de llover. Andamos hacia el norte. Hacia lo que creemos que es el norte, mejor dicho. A Sarah le pareció ver un pueblo pequeño justo antes de estrellarnos. Y hacia allí caminamos. Estoy muy cansado. Muy cansado. Tengo sueño y ganas de que todo acabe. Pero tengo que seguir a delante. El miedo intenta paralizarme. Pero tengo que seguir viviendo. Por mí. Por nosotros. Por la humanidad.

El camino es angosto. Atravesando bosques de pinos, de arbustos. Ahora atravesamos un sendero de pura hierba verde que invita a tumbarse allí y no moverse en años. Algo le pasa a D. Algo le inquieta. ¿Qué está haciendo?

D se acercó a Ivetta, se acercó tanto que incluso pudo tocar con su nariz la oreja de la chica. Y gritó. Le gritó directamente en el oído. Un chillido que hizo que se quedase sorda por momentos. Nadie entendía a qué venía eso. Nadie lo comprendía. Pero estaban a punto de averiguarlo.

Todos hicieron un semicírculo rodeando a D en el centro.
  • Eres una de los nuestros y vas con estos seres inferiores. ¡Me repugnas! – dijo D.
  • Ella nunca será como tú – respondió Jack.
  • Por supuesto que no. Ella os ve como amigos y amados. Yo os veo como comida.
Y se abalanzó sobre Jack para intentar morderle en el cuello. Pero Ivetta no lo permitió. Apartó a D con el mismo ataque contra su cuello. Ryan separó de la lucha a Sarah y a Alice, y se ocultaron los tres bajo un árbol. No podía morir más gente. Y eso Ryan lo sabía.
  • Amo a este hombre.
  • En su corazón está Dios.
D se quitó a Ivetta de encima y se separó unos metros. Ambos se pusieron uno frente a otro. Un cara a cara, como un antiguo duelo de pistolas en el antiguo Oeste. Se elevaron en el cielo. Ivetta ordenó a Jack que se alejase unos metros, que no pasaría nada. En el cielo, volando, empezaron una lucha donde los sonidos eran aullidos y chillidos y los golpes sonaban con cada trueno del negro cielo. Jack temía por la vida de su amada, Ivetta temía por la vida de su amado.

Pero D era demasiado bueno. En dos movimientos más tiró a Ivetta al suelo, que se desplomó sin mucho tiempo más de vida.
  • Jack - dijo con sus últimos alientos -. Jack.
  • Dime, amor mío – corrió llorando Jack hasta Ivetta y se arrodilló ante ella –. Ya estoy aquí amor.
  • Te… te amo – dijo Ivetta poniendo una de sus manos en su ensangrentado pecho, junto a su corazón. D había conseguido clavarle algo en él.
  • No te vayas, cariño – lloraba desconsolado Jack –. Por favor, no me abandones.
  • Jack - dijo con su aniñada voz –. Nos veremos en el cielo.
Y murió. Jack la besó. El último beso. Un último beso que supo frío y fino. No fue un beso. No fue una despedida. Fue un simple hasta luego, nada más.
  • ¡Qué has hecho! Hijo de puta – dijo Jack levantándose enfurecido.
  • ¿Y qué me vas a hacer tú? Mat…
El silbido de un disparo acabó con D en milésimas de segundo. Jack había desenfundado el arma, que llevaba de repuesto en la parte de atrás de su cinturón, y disparado como un rayo. El cuerpo de D cayó desplomado al suelo. No le había dado tiempo ni a terminar la frase. Tan sólo cayó al suelo.

Jack se acercó a donde estaban Ryan y las chicas.
  • Lo siento muchísimo, Jack – dijeron todos al unísono.
Pero Jack no les hacía caso. La vida ya no tenía sentido alguno. Ya no había por qué vivir. No había nada por lo que seguir viviendo.
Alzó el arma con la que había matado a D y se la colocó en la sien. Ryan, Sarah y Alice hicieron ademán de quitársela. Pero ya era demasiado tarde.
  • Lo siento – se despidió Jack.
Y disparó.

(Samuel Barber - Adagio for Strings, op.11)
El 21 de diciembre del año 2012 nacieron del subsuelo unas bestias llamadas por todos monstruos. Nadie se salvó. Nadie.

Después de la muerte de los seres humanos vinieron los vampiros, y después todo animal viviente. Y luego los propios monstruos que habían hecho tales masacres.

Nuestros protagonistas, al igual que cualquier persona humana o no en esa era, sólo eran peones en el tiempo. Es el ciclo de la vida. El ciclo puro de depuración del mundo. Esta era la nueva edad de hielo. La era del fuego.

Ryan, Alice y Sarah llegaron a Santiago de Chile. Pero no era el paraíso que les había contado D antes de atacar a Ivetta. También estaba infectado de monstruos, de vampiros, de todo tipo de bestias. No duraron más de un día en Santiago de Chile. Nadie podía haber durado.

El 13 de octubre del año 2131 la era del ser humano terminó. Los segundos de ese reloj inventado pasaron, y con ellos los humanos. Para dejar paso a un nuevo mundo, depurado, nuevo. Pasarán millones de años y volverá a depurarse. Es el ciclo del mundo. Su reparación. Su constante evolución y restauración. Pasarán millones de años. Pero la historia de la humanidad siempre viajará en el universo. Quizás no vivimos tanto tiempo como los dinosaurios, quizás las plantas vivieron mejor e hicieron más por el mundo que nosotros. Pero nadie fue tan importante como el ser humano. Nadie. Ningún animal, terrestre o extraterrestre tenía la posibilidad de crear y destruir como la del ser humano. Fuimos grandes. Sí, pero sólo fuimos una pieza más en la cadena del tiempo.

No hubo ni habrá más lágrimas. No habrá más lágrimas. Pero la historia de la humanidad quedará para siempre grabada en las estrellas.

 

13 octubre 2131.

 

FIN

 
Adrián Gómez Marín 2009 © Copyright.