sábado, 20 de diciembre de 2014

Día 18 (Parte I). Torrevieja Zombie.

Pasé la noche anterior recibiendo las curas de Mari en la cara. Por suerte, Álex había conseguido buen material médico para abastecerse, y con los medicamentos que nosotros recogimos al principio de todo este caos pude controlar bien cualquier infección que pudiese ocurrirme en la cara.
Yo seguí harto de que todo el santo mundo de una forma u otra quisiera matarme. Rabioso y con sueño me levanté del suelo donde pasé la noche de guardia. Eran ya las nueve de la mañana, los demás dormían, y ya era hora de despertarse. Íbamos a salir de allí todos. Incluido Aris, aunque fuese maniatado.
Di unos golpes en el mostrador de la tienda para que todos se levantasen.
- Nos vamos a por el camión - dije entusiasmado y sin pensarlo mucho -.Mario, tú nos guías, ¿no?
- Sé dónde podemos conseguir uno, sí.
- Pues en marcha. ¿No teníais ganas de matar zetas? Hoy se os van a quitar a base de tiros.
No les di tiempo a arreglarse ni a desayunar. Sólo el necesario para desperezarse y recoger lo imprescindible. El plan sería salir dando tiros a todo el que se moviese. Nos cerraríamos en un círculo casi perfecto entorno a Raúl, y Mari que nos darían la munición cuando se nos acabase, y Aris, que no le dejaríamos un arma. Volvimos al edificio de mi piso y bajamos por las escaleras que limpiamos anteriormente de zetas. El portal estaba lleno de los cadáveres que dejamos por nuestro paso, pero nada comparado con la que nos esperaba fuera. Yo mismo abrí la puerta de metal. No había nadie fuera, lógicamente los ruidos en la tienda habían desplazado a todos los zombies que se quedaron en el portal del edificio hasta la tienda. SIn embargo, estaban ahí al lado, a tres pasos de distancia. Tendríamos que salir rápido y sin fallos, de lo contrario acabaríamos alguno muerto. O todos.
Abrí el portal en silencio. En mi cabeza comenzó a sonar Zombieland de Megaherz, y miré a Aris en el último segundo sonriéndole. Me asomé por la esquina y sin pensarlo más veces le abrí la cabeza de un escopetazo al primer no muerto que vi. Era un hombre calvo, y grande, vestido de carnicero, sangre y grasa. Inmediatamente después Asun se puso a mi izquierda a abrir fuego contra la marea de zombies que se nos venía encima. Ella llevaba una pistola que cogía con las dos manos. Su puntería era perfecta. Le puso una bala entre las cejas a una señora con rulos que masticaba el aire, un hombre que parecía un vagabundo y a un chaval vestido de deporte. Claire se puso a mi derecha también a disparar. Ella se puso una venda en la cabeza para apartarse el pelo y cogió una pistola en cada mano. Su puntería no era tan buena, pero al menos retrasaba a todo aquel que daba. Javier se puso a mi espalda para cubrirme la retaguardia. Sinceramente, no confiaba en nadie que pudiese hacerlo mejor que él. Álex y Gema se pusieron a su lado. Ellos dispararon menos, pero entre los tres se cargaron a tres mujeres que salían de la farmacia de la esquina. Eran tres mujeres muy mayores que habían recuperado la vitalidad cuando murieron. Qué ironía. Y en medio del círculo que formamos, Raúl y Mari. Ellos tenían una mochila abierta cada uno. En vez de en la espalda la tenían colocada en el pecho. Ellos se encargaban de recoger los cargadores vacíos, darnos unos nuevos, y rellenar de balas los anteriores. Y todo esto mientras nos movíamos en dirección contraria a donde venían los zombies. Subimos la calle Ramón Gallud hasta el Telepizza disparando a todo lo que se nos acercaba. Mi orden fue disparar sólo a aquellos que estuviesen a menos de dos metros de distancia para ahorrar balas. Pero ni Asun ni Claire me hicieron caso.
Pero hubo un problema. Como siempre. A Mario se le fue la cabeza. Tenía que haberme dado cuenta de que no estaba en sus cabales. Su sitio en la formación era de retaguardia, pero nunca llegó a hacer aquella función. Simplemente cogió su vara de metal con pinchos, rompió la formación y se fue por la esquina de la calle del Hotel Fontana hasta desaparecer de mi vista. No me di cuenta hasta que ya era demasiado tarde.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte V). Torrevieja Zombie.

- Aris. ¿qué estás haciendo? - preguntó Álex con las manos levantadas tratando de calmar a su amigo.
Yo estaba sudando como un demonio.
- Dejad todas las armas en el suelo y marchaos por donde habéis venido - continuaba Aris con lo suyo.
Claire levantó su pistola y apuntó a la cabeza de Aris. Me hacía gestos como para que me agachara a su señal, pero no me atrevía a mover ni un solo músculo, así que ni siquiera le hacía gestos de negación. Me encantaba su actitud, pero yo me quedé paralizado con aquel cuchillo en mi yugular.
MariAsun y Javier tiraron sus armas al suelo. Javier trató de acercarse con pasos lentos a Aris, pero no funcionó más que para que este incrustase un poco más la hoja del cuchillo contra mi cuello. Raúl trató de calmar a Aris con palabras amables.
- Estás a salvo Aris - decía -. Hemos venido a ayudaros, nos vamos a casa.
Quizá que le tratase como un niño le enfureció, porque sacó el cuchillo de mi cuello y me lo incrustó en la pierna derecha con rabia. Grité de dolor y me caí al suelo sangrando. Aris me agarró del pecho, se puso de rodillas y volvió a la misma posición con el cuchillo en mi cuello. Se me saltaron algunas lágrimas de dolor.
Gema me hacía señales distintas a las de Claire. Hacía movimientos con las manos arriba y abajo, como de calma y respiración. Sinceramente, en aquel momento no pude más que pensar que se estaba burlando de Aris y creí que lo que quería era que me matase. Pero lejos de la realidad, Gema sólo trataba de calmarme a mí con la mirada. Me di cuenta de ello cuando Mariose abalanzó sobre el brazo de Aris desde su espalda. Había aprovechado la confusión del navajazo en la pierna para flanquearle y ponerse a su espalda para aprovechar la mejor opción.
Se puede decir que no acertó del todo en la decisión, porque del forcejeo, el cuchillo acabó rajándome medio lateral de mi cara. Pero al menos estaba a salvo.
Estaba cansándome de que todo el mundo quisiera matarme.

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte IV). Torrevieja Zombie.

- Y yo me alegro de verte a ti, Adri - respondió Álex estrechándome la mano.
Alcé las manos para calmar a todo el mundo y todos bajaron sus pistolas. Había más gente sobreviviendo en esta ciudad infectada, y poco a poco íbamos encontrándonos. Sólo hacía crecer en mí la esperanza de que el resto de mi familia estuviese a salvo en algún punto desconocido para nosotros.
- ¿Cuánto tiempo lleváis aquí? - le pregunté a Álex mirando hacia la persona que aún se escondía en la esquina tras el armario.
- Es Aris - me comentó Álex leyéndome en la mente la pregunta de quién era -. Hace una semana se abrió la cabeza contra un bordillo escapando de esas cosas y no ha vuelto a ser el mismo.
- Zetas - dijo Claire - nosotros los llamamos zetas.
- O zombies - siguió Asun
- ¿Y has estado cuidando de él el resto del tiempo?
- Por suerte pudimos encerrarnos aquí a tiempo y nos mantenemos gracias a las reservas que llevábamos. Hoy mismo tenía que haber salido a por más provisiones, porque se nos habían acabado.
Me acerqué a Aris para darle un abrazo. Hacía muchísimo tiempo que no veía a ninguno de los dos, y me alegré bastante de verlos, aunque fuese en aquella situación. Le miré la frente al pobre Aris. Tenía una cicatriz desde la mitad del cráneo hasta su ojo izquierdo. El golpe debió ser impresionante como para hacerse tal montruosidad de herida. Por suerte estaba bien curado y tratado, Álex se encargó de eso.
- ¿Cuál es el plan?
Me hubiese gustado que no fuese Mari quien hiciese la pregunta. Porque no tenía respuesta. Fuera se oían los golpes de los brazos muertos de los zetas golpeando la chapa de la puerta de la tienda en busca de algo que llevarse al estómago. Nosotros. Teníamos que salir de allí, y yo sentía que estábamos atrapados en una ratonera. Nosotros los malditos y desprotegidos ratones. Y habían soltado a los gatos.
- Yo tengo un plan - dijo Raúl aún quejándose de sus heridas -. Podemos coger otro camión de algún lado. Me sentí muy seguro en aquella cabina. Al menos más seguro que aquí
- ¿Dónde encontramos otro trailer? - preguntó Javier
- Yo creo que puedo conseguir uno - respondió Mario - pero queda un poco lejos de aquí. Además, tenemos que salir antes de aquí.
Todos me miraban a mí. Y aún no sé realmente por qué.
Me levanté de al lado de Aris y me dirigí al resto para explicar un plan que se me había ocurrido. Pondríamos hacer ruido de alguna forma al otro lado de la calle para que los zombies se alejasen de la puerta para que Mario y yo fuesemos a por ese camión que decía que podía conseguir. Pero siempre existe un pero...
Gema dio un chillido, pero ya era demasiado tarde. Aris se levantó a hurtadillas, ocultándose en las sombras y se puso detrás de mí. Me agarró con un brazo por el cuello y me puso un cuchillo en la yugular.
- Muévete un poquito y te degüello.

Quizá

Quizá éramos demasiado jóvenes haciendo cosas de mayores, 
Quizá mezclé emociones para escribir canciones, 
Quizá fue la distancia y la nostalgia que describo en composiciones, 
Pero nunca fui el imbécil que describes en oraciones.


Quizá el tempo que yo usaba era más lento, pero no machacaba,
Quizá hablaba más lento que pensaba y por eso me trababa
Quizá era sólo lo insignificante lo que olvidaba y lo importante recordaba,
Pero nunca fui el cobarde que describen tus palabras.


Quiza fueron los inventos que usaba para enamorarte cada día,
Quizá no me querías y me engañabas con besos de papel, 
Quizá te ganó el futuro o el ayer,
Y ahora cada anochecer,

Miro al cielo en busca de esa luna púrpura de babel.

Pero jamás entenderé que juraras si realmente no sentías, 
Ni comprenderé que todo lo que dijiste fueran mentiras,
Sólo me queda olvidarme de tu imagen, de recuerdos que fueron fantasías, 
Recuperar un corazón roto por tus besos y miradas frías.


Hoy no hay texto triste, ni rencor,
Pues ya no queda ni llanto ni amor.
Vuelvo a ser poeta de la noche, y mi canción, 
Es desahogo limpio, himno al dolor.
Pues ya no hay más te quieros ni piano para dos.

jueves, 4 de diciembre de 2014

viernes, 21 de noviembre de 2014

Emborrachaos

Emborrachaos, coño
emborrachaos y vivid del morro de otra persona que lucha por salir del lodo.
Emborrachaos con vuestra propia miseria alcoholizada 
y reíos del que no tiene nada y jamás lo tendrá. 

Emborrachaos, ocultad la verdad bajo una máscara de ginebra y tónica
mientras que por mi garganta afónica sólo corre la cómica farsa de una saliva estoica.
Sentid la falsa euforia que el whisky os otorga
emborrachaos, coño, es un privilegio que sea legal esta droga.

Emborrachaos, borrad de vuestra memoria
esas sórdidas pesadillas tan reales 
y comprad una irreal sensación de victoria
cuando la derrota y la adversidad seguirán siendo vuestros pesares.

Besad la botella de vodka con labios de demonio caído,
y dejaos los cinco sentidos en vaciar hasta su última gota.
Quedaos a solas, con esa moda tan ridícula
yo y mi cuadrícula, y mi antigua sensación de malestar,
asidua y persistente cuando se trata de hablar del mal
seguiremos en contra de vosotros.
Emborrachaos, coño,
emborrachaos y vivid solos sujetando esa botella de formol,
pues no sabéis vivir sin alcohol,
y seguís el son del olor a champán
formando un grotesco show 
en el que nadie puede entrar,
y por tanto, nadie puede amar.


Emborrachaos, y dejad de ver el sol.

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte III). Torrevieja Zombie.

El plan seguía en pie. Con la trampa de mi hermano Mario había conseguido acorralar a los zombies en el ascensor y matar a los que habían conseguido entrar por el portón de metal, pero era cuestión de minutos que consiguiesen entrar decenas de zetas más. Cogimos mesas, sillas, sofás y todo lo que pudimos de las casas de los vecinos y taponamos las escaleras. Pero haciendo esto nos cortábamos nosotros también la salida. Teníamos que conseguir salir de aquel edificio o acabaríamos muertos. O no muertos, que era peor.
El plan se le ocurrió a Asun. Y a mí me pareció una idea brillante. No podíamos salir por el ático a edificios contiguos. Una mala sujeción o una mala caída nos dejaría a merced de los no muertos. Pero podíamos hacer un agujero en una de las paredes del edificio para colarnos en el contiguo y buscar por ahí una salida. Habíamos estado en esa misma calle que ahora estaba atestada de zombies días atrás, y habíamos podido comprobar que la tienda del piso inferior estaba cerrada a cal y canto. Así que decidimos probar suerte. Cogimos martillos de todas las casas, y una maza de mi hermano Mario, y la emprendimos a golpes con la pared del primer piso que daba al edificio de al lado. No tardamos en hacer un boquete, y abrirlo lo suficiente como para caber todos sin dificultad.
Fui yo el primero en internarme en el edificio nuevo. Era una tienda de ropa de dos plantas. Cogí una pistola y apunté a la oscuridad. No entraba ni un rayo de luz de la mañana. Gema me pasó una linterna por el hueco, y aproveché para decirles que esperaran. Encendí la linterna y vislumbre la tienda vacía. Algo no iba bien, y no sabía aún qué era. Busqué en la más absoluta soledad por cada rincón del primer piso de la tienda, miré detrás de estanterías e incluso dentro de los probadores, y no encontré nada. Pero temía bajar a la planta baja, llena de maniquís y ropa con la que confundirse. Me armé de valor y puse los pies en la escalera para empezar a bajar.
Cada paso en el metal de la escalera resonaba en la tienda como picos de metal. Si hubiese algún zeta por aquí hace ya rato que habría salido a atacarme, pensé. Pero seguí con la pistola apuntando hacia adelante y la linterna debajo, posición que tan bien queda en las películas pero que yo no acababa de cogerle la comodidad.
De repente me di cuenta de qué era lo que estaba mal. Esta tienda por lo menos debía estar cerrada dos semanas. Tiempo suficiente para que la humedad típica de Torrevieja se instalase y se encerrase entre aquellas paredes. Pero allí no olía a cerrado. Olía a sudor. Olía a lo mismo que olíamos nosotros. Vi una sombra corretear por el rabillo del ojo y giré rápidamente en la misma dirección. Ahí había alguien. Sujeté el arma con más fuerza y apunté hacia donde se había escondido la sombra. Me acerqué lentamente hasta un armario para mirar detrás. Había una persona. Le apunté a la cabeza con la linterna, pero estaba de espaldas, echa un ovillo de miedo y acurrucada en sus rodillas.
Fue entonces cuando sentí el frío tacto del metal en el nuca.
- Como te muevas esparzo tus sesos por la pared - dijo una voz que me sonaba muchísimo.
Pero la jugada de aquellas personas no salió como planearon. Claire apareció para ponerle también una pistola en la nuca a mi captor.
- Inténtalo, hijo de puta - susurró Claire, terrorífica. Tras ella llegaron Gema, Mari, Asun, Javier, Mario, y Raúl, con linternas y antorchas que iluminaron la estancia.
Y allí estábamos: yo apuntando a un rincón tras un armario a una persona escondida en sí misma, una voz apuntando a mi sien, y a su vez, Claire apuntándo a aquella persona.
- Vamos a tranquilizarnos - dije levantando los brazos y apuntando la pistola al techo - no vamos a haceros daño.
Al mismo tiempo dejé de sentir la presión de la pistola en mi cabeza, y pude volverme para ver a aquella voz que me amenazó.
- Me alegro mucho de verte, Álex.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Nudo en la garganta

Perdido. Bajo un manto de nieve que entumece mis músculos, apaga mi respiración y congela mi llanto. Y un nudo en la garganta. Que no me deja respirar, que me mantiene aquí quieto sin poder salir de un agujero que he cavado, pero en el que nunca quise entrar. Y no sé por qué. Y lo único que me alivia, a veces, es explotar en incontrolado lloro; pues sentirme presa del lobo me enloquece, sentirme el raro al abrir los brazos cuando el viento mece, me estremece.  Y un nudo en la garganta. Que aprieta mis gritos, y agrieta mi coraza que me mantiene al margen, sintiéndome un cobarde por no hacer lo que todos hacen, y abastece mi ignorancia, y mi arrogancia decrece. Y me siento insignificante con un nudo en la garganta.

¡Pero ya no! Me miro las manos y siento que algo me hace único y especial. Mi huella dactilar me hace único en esta ciudad que me agita como mota de polvo. En nuestros dedos tenemos una prueba de oro de que somos únicos, que no necesitamos público, que allí donde vayamos dejaremos una marca de identidad, que ni el tiempo ni cualquier estúpido podrá borrar.

Es entonces cuando pienso que nuestra mente es un arma de doble filo. Aprende, razona, evoluciona. Pero también te mantiene en vilo y te hace dudar de cuál es tu sitio, y te adentra en un estado depresivo que no sabes si vas a superar. Pero lo haces, porque el tiempo a veces juega a tu favor, porque el nudo en la garganta se desata, y te sientes limpio, humano, el centro de tu universo, más vivo y con más razón. El tiempo pasa y el dolor mengua, y empiezas a darte cuenta de que necesitabas tu momento de angustia, de que estabas en deuda contigo mismo, que te debías cuidarte, y fue cuando no sentías ni los sabores en tu lengua cuando diste el paso adelante en el camino, y aprendiste a valorarte a ti mismo. A mimarte. A llorar cuando lo necesitabas y a reír cuanto más podías. A hacer lo que necesitas. Ya no hay coraza ni agujero en el suelo, ni arrogancia, ni ignorancia. Tan solo vida.

Y de repente te sorprende que cuanto más vivo te sientes, cuanto más fiel a ti mismo eres, descubres a gente que piensa igual que tú. Y te abres a conocer el mundo gris que creías apagado y lo conviertes en un arcoíris sin fin del que ya no puedes desprenderte.
Y entonces sonríes. Y el nudo en la garganta desaparece.


martes, 11 de noviembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte II). Torrevieja Zombie.

Gema me había salvado la vida. Pero me había empapado de sangre coagulada y vísceras de aquel pobre hombre. No se lo dije a ninguno, pero al menos síntoma de pesadez, a la menor sospecha de que estuviese muriendo y convirtíendome en uno de esos zombies por solo haber tocado su sangre, me metería la pistola en la boca y acabaría con tanta tontería.
No se veía muy bien. Eran las doce de la noche y sólo nos alumbrábamos con unas linternas a las que temíamos se les acabasen las pilas. Empezamos a bajar la escalera pegando tiros a todo el que subía. Zeta tras zeta íbamos bajando. Lentamente. Jodida y espeluznantemente lento. Asun estaba poseída. Le reventó la cabeza de un escopetazo a una mujer vestida de traje y corbata que se arrastraba por los escalones, e inmediatamente después llenó de plomo a un hombre muy corpulento que iba detrás de ella. Claire y Javier disparaban por el hueco de la escalera, y Mari les repartía cargadores a todos cada vez que uno lo pedía. Parecía que llevaban años haciendo aquello, pero supuse que sus ganas de sobrevivir eran tales que su eficiencia y eficacia eran máximos. Bendita adrenalina.
Raúl iba a la zaga. Estaba muy débil aún, pero yo supuse que no se convertiría en uno de ellos. Si no lo había hecho ya, no lo haría nunca. Sujetaba una linterna realmente grande que teníamos guardada en casa, e intentaba iluminar la zona lo mejor que podía.
El estruendo que forman una escopeta y tres pistolas en el pasillo y escaleras de un edificio es inmenso, pero no es para nada comparable a lo que vino después. Mario se volvió completamente loco. Lo supe al ver sus ojos, inyectados en sangre y fuera de sus órbitas. Jamás lo vi así antes. Su vara de metal en la mano y una mochila al hombro. Introdujo el extremo afilado de la vara entre la ranura de las dos puertas del ascensor, puso su cuerpo como tope para que no se cerrara y miró hacia abajo. Efectivamente, una docena de zombies estaban encerrados en el hueco del ascensor. Pensé en cómo habían conseguido llegar hasta allí, pero me interrumpió la sonrisa brillante de Mario. Entonces lo supe. Les había tendido una trampa. Mario cogió de nuevo su vara y se rajó la mano izquierda para después dejar caer gotas de sangre sobre los zombies dos pisos más abajo.
- Dame fuego - me dijo.
Arranqué la mochila de las manos de Mari y busqué enloquecido un mechero aún con la poca luz que reinaba. En su lugar encontré cerillas, me valía. Me acerqué con ellas a Mario y pude ver lo que él veía. En el hueco se apelotonaban cada vez más zombies, la sangre que había tirado hacia abajo había congregado a una decena de zombies más. Entonces sacó de su propia mochila un bote exactamente igual al que un día había estallado contra el parabrisas del camión en el que estaba. Miré a Claire y ella me devolvió una de esas sonrisas que te dicen que todo va a ir bien. Le prendí fuego a la mecha hecha con un trapo y Mario lo tiró para abajo.
El ruido de los disparos se apagó por completo para mi. Sólo oía los gemidos y chillidos de los zetas que estaban quemándose en el hueco del ascensor. No sé cuánto tiempo pasé viéndolos arder. Incluso le cambié el sitio a Mario, que se fue a seguir disparando junto a los demás, para poder seguir contemplando la (no) belleza de aquel espectáculo.
Perdí la noción del tiempo. Y Asun se acercó a mí por la espalda para llamarme. Pero yo no hacía caso. Sólo tenía ojos para ver los cadáveres convertirse cenizas. Tuvo que abofetearme para sacarme de mi propio limbo. No se lo dije a nadie, pero creí morir viendo aquel espectáculo.
- Ya hemos acabado con todos los que han conseguido entrar - me informó Asun -. Me he cargado como a unos veinte.
Sonreí mecánicamente. Me quité de las puertas del ascensor y estas se cerraron rápidamente detrás de mí. Parecía que estábamos a salvo una vez más. Pero el día no había hecho más que comenzar. Miré el reloj y marcaba las 8 de la mañana.
- Mataría por un cigarrillo - dijo Asun sacándome de mis pensamientos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Voluntariado

No es sólo la alegría que se siente
al verlos sonreír sin temor,
también es esa sensación que sientes
cuando te dan las gracias con el corazón.

Ya no hablo solo de sentimientos ni coraje,
que los hay a raudales.
Hablo de crecer, de aprendizaje,
de renacer en nuevos caudales.

Hablo de sonrisas puras,
de noches en vela en madrugadas,
de equipos cojonudos
que no son monitores... son ángeles de la guarda.

Hablo de esa energía que se genera en las entrañas
cada vez que alguien te agradece tu apoyo con la mirada.
Hablo del cansancio que se evapora
cuando una vocecilla te pide su ayuda ahora.

Unos piensan que es un trabajo muy duro,
Pero qué vamos a ser su última esperanza
Algo que he aprendido con ellos seguro:
Pues es a luchar para que haya más semejanzas.
Soy una persona nueva, como ellos un luchador
Ahora soy yo el usuario y ellos mi monitor.

Ay… qué haría yo ahora sin UPAPSA
qué haría sin haber conocido a Marta
o a Alba, o a Isabel o a Marina,
o a Ángela, o a Antonio, o a Estefanía.

Qué haría

Qué haría yo en mi ignorancia
sin darle ninguna importancia
a cada detalle, a cada momento, a cada instancia
que por suerte he aprendido en mi estancia.

Qué haría

Una vez alguien me dijo a deshoras
que me engancharía a esto como a una droga,
que me cambiaría la forma de pensar y vivir,
y que “nunca pierda mi espíritu, porfa plis”.

Así lo dijo ella y así lo haré.
Sé que no soy nadie para decirlo
pero he aprendido a vivir sin adjetivos.



domingo, 2 de noviembre de 2014

Oda a la patata

Da igual que sea frita, asada o hervida
su cuerpo carnoso respira vida,
insufla vitalidad al día,
en su cuerpo almidonado o en su semilla.

Mi tubérculo favorito
aquel que hace de feudos mitos,
qué rica está en los cocidos,
o acompañando al chorizo y al huevo frito.

Da igual que sea amarilla, roja o negra
la papa el fiera, la papa es buena.
Da igual pelada, en bolsa o entera,
para mí la patata es eterna.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte I). Torrevieja Zombie.

Aquel día no comenzó de madrugada al despertar. Aquel día comenzó a las doce de la noche. La noche de los no muertos. Un alboroto en la calle hizo que todos nos reuniésemos en el balcón para descubrir por qué los zombies se comportaban así.
Y no era más que porque habían conseguido tirar la puerta abajo y entrar en el edificio.
Rápidamente todos nos pusimos histéricos.
Javier y yo inventábamos un plan de huida. Empezaríamos por subir al ático. Podríamos ir de tejado en tejado hasta edificios laterales, y nos daría una oportunidad de resistir. Para nosotros estaba totalmente descartado el enfrentamiento frontal.
Mario parecía encantado con la idea de patear zombies con una vara de metal. Cada extremo estaba afilado a conciencia y unos centímetros por debajo de las dos puntas había soldado pinchos para formar una maza.Asun también parecía embelesada con la idea de matar zombies. Ella un poco más clásica se decidió por la escopeta. Y Claire... bueno, Claire fue un caso a parte. Desvalijó la cocina de cuchillos y los dejó caer por el balcón encima de la multitud de gente que nos rodeaba.
No podía detenerles en sus pensamientos. Estaba claro que iríamos a la lucha. Y yo estaba pensando seriamente en dejarlos solos y huir.
Pero no pude.
Cogí una pistola del alijo que consiguió Mario y me serené. Me cargué también de cargadores todos los bolsillos de mi pantalón. No sé cuál era el plan, pero si teníamos de dar tiros los daríamos. No sé muy bien por qué, pero fui yo el primero en abrir la puerta y bajar por las escaleras del edificio. Se oían los sonidos guturales de los zetas abriéndose paso por el portal hasta la escalera por la que nosotros bajábamos. Estábamos en un quinto y los sonidos eran escalofriantes.
En el cuarto el ruido era terrorífico.
En el tercero sobrecogedor.
En el segundo te paralizaba.
Así que no seguí bajando al primer piso. El primero de los no muertos con los que nos toparíamos aquella noche apareció por la escalera. Dudé sólo 3 segundos en disparar. Tres lentos segundos que hicieron que el zombie se abalanzase sobre mí con la boca abierta como si fuese un cocodrilo. Le puse las manos en el pecho y la frente para parar su embestida, pero su hambre era bastante más que mi fuerza. Justo antes de que se ajustase la mandíbula a mi yugular, Gema puso su pistola en la sien del zeta y apretó el gatillo sin miramiento.

Sólo quería decirte


Sólo quería decirte
que no te veo feliz
al menos no tan feliz
como cuando yo estaba.

Sólo quería decirte
que te has equivocado
que no habrán más bocados
por besos.

Sólo quería decirte
que cuando toques techo,
que lo harás algún día,
mirarás atrás y comprenderás
que pudiste ser feliz, amiga mía.

Pero yo ya no estaré allí,
y sentirás la desdicha
de lo que pudo haber sido
y jamás fue.

martes, 28 de octubre de 2014

Día 16 (Parte III). Torrevieja Zombie.

Me acerqué a la herida. Rápidamente temí lo peor. Le han mordido, ahora tenemos que matarlo, pensé.
- Javi - le grité a Javier aunque estaba a mi lado -. Tráeme la caja que pone botiquín que está encima de mi cama.
En cuanto oyeron el grito Claire y Asun aparecieron por la puerta. Vieron la herida y lógicamente pensaron lo mismo que yo. Habíamos visto tantas películas y leído tantos libros que cuando pasó de verdad nos temíamos lo peor. Una mordida de un zeta te convertía en uno de ellos. Y, efectivamente, así lo habíamos visto durante esta quincena en la que luchábamos por sobrevivir. Cada uno de los no muertos con los que habíamos tenido la desgracia de encontrarnos tenía, de alguna u otra forma, una mordedura muy parecida a aquella. Habían muerto y luego, del alguna forma que aún no conocíamos, volvían a ponerse en pie con más hambre que nunca.
Claire no se lo pensó tanto como yo. Aprovechando que Raúl estaba dormido le puso la escopeta en la sien y me miró buscando aprobación. Negué rápidamente agitando mi cabeza a un lado y a otro. Aún no.
Javier llegó con el botiquín. Saqué unos guantes de vinilo, recuerdo de mis estudios de Técnico de Laboratorio, y me los puse para inspeccionar la zona del mordisco. Abrí la herida mientras enviaba a Javi a por los antibióticos que en su día robamos del hospital, el mismo día que encontramos a Mari.
- ¡Gema! - grité hasta que apareció por la puerta -. Dile a mi hermanoMario que prepare agua caliente y buscad toallas limpias. O ropa limpia - desapareció por la puerta -. Asun, tú me ayudarás a limpiar la herida. Y Claire, necesitamos agua fisiológica.
Mari apareció por la puerta.
- ¿Qué es lo que ocurre?
- Mari... Gerardo... intenta contactar con él. Si ha podido llamar una vez reza todo lo que sepas para que puedas llamarle otra vez. No sé cómo están aguantando las señales telefónicas, pero inténtalo. Ah, y necesito que recuerdes cuándo han podido morder a Raúl. Cuando vinisteis a salvarme estaba bien. ¿O no?
Cada uno tenía una tarea. Yo me dediqué a limpiar la herida mientras Asun me pasaba todo el material que necesitaba.
Pasadas unas horas Raúl despertó.
Yo estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, esperando a que abriese los ojos. Claire estaba a mi lado, y le apuntaba con una escopeta a la cara. Si veía cualquier atisbo de actitud zeta le agujerearía el cerebro de por vida. Mi antiguo profesor de inglés sólo pudo decir una palabra.
- Perro.
Le mordió un maldito perro.
Me levanté para preguntarle si el perro tenía indicios de haberse convertido en un zeta, pero contestó que no, que era un perro normal y corriente.
- No he visto a los zombies atacar a los animales - decía Raúl intentando apartar la vista de la chica que le apuntaba con la escopeta de dos cañones -. Los perros se están quedando sin comida también. Cuando escapaba desde el hospital me topé con uno con mucha hambre e intentó cazarme. Me hizo esto, pero nada más.
No es que no quisiera creerle, pero dada la situación de supervivencia en la que estábamos no dudé en que podía estar mintiendo para salvar su vida durante unos minutos más. Aún a riesgo de ponernos a nosotros en peligro. Es la supervivencia humana.
- Raúl. Entiende lo que vamos a hacer - dije relatando mi plan -. Te quedarás aquí encerrado en esta habitación durante una semana. Haremos turnos para mantenerte vigilado.
- ¡Pero estoy sano!
- No podemos jugárnosla, Raúl.
Salí por la puerta seguido de Claire. Estaba realmente asustado, y no sé por qué yo era el único que parecía asustado en aquella situación. Pero no me gustaba.
- Mario, Asun... - dije cuando nos reunimos todos en el salón -. La cacería tendrá que ser mañana.

Día 16 (Parte II). Torrevieja Zombie.

- ¿Cómo? - pregunté perplejo.
Pero Asun y Claire tenían una sonrisa implacable en la cara. Miré también a mi hermano y su cara era seria. Decidida. Efectivamente, pretendían salir de caza.
- Vamos a ir al taller de Álex - explicó Mario -. Si no Alex y Rober no están allí supongo que habrán ido a buscar a mamá al no encontrarnos a nosotros.
- No me parece bien, Mario - contesté -. Es demasiado peligroso salir ahí fuera a enfrentarnos a una fuerza que nos supera.
Mario pareció enfadarse.
- ¿Y qué quieres que hagamos? ¿Quedarnos aquí pudriéndonos hasta que muramos igualmente?
- Podemos pensar. Ya se nos ocurrirá algo.
Pero no había nada de qué convencer. Estaban seguros de que irían de caza, y no habría alternativa. Claire y Asun empezaron a poner armas encima de la mesa. Estaban como encantadas por la situación. Y aún hoy no sé qué se les pasaba por la cabeza, pero era tenebroso y terrorífico a partes iguales.
Gema estaba sentada en el sofá con las rodillas en la cara y los brazos rodeándolas.
- Pequeño... no les permitas hacerlo - dijo preocupada -. Morirán
- ¿Y qué quieres que haga?
En ese momento Mari apareció por la puerta. Tenía en la mano el teléfono móvil. En su mirada podía ver algo parecido a la esperanza, pero mezclado con una pizca de realidad y dolor. Había recibido una llamada hacía dos horas, y no había podido darse cuenta de quién era. Me enseñó el teléfono. Deslicé la barra de herramientas superior y pulsé el telefonito verde que indicaba la llamada perdida para saber quién era.
"1 llamada perdida de Gerardo"
- ¡Nos vamos a por esos hijos de puta! - gritó Asun.
- Adrián... - se me acercó Javier por detrás -. Tenemos un pequeño problema.
- Si sólo tuviésemos un problema te besaría ahora mismo, Javi.
- Tienes que ver esto.
Me llevó a la que fue la habitación de mi hermano. Raúl estaba tumbado en la cama. Estaba dormido y sudaba como un condenado en el infierno. Tiritaba y en ocasiones sacudía tan fuerte el cuerpo como si le estuviese dando un ataque epiléptico que botaba en la cama.
Javi se acercó a él y le subió la pernera del pantalón. Y allí estaba, como si el mal se hubiese adentrado en mi propia casa a través de la pierna de mi antiguo profesor de inglés.
Raúl tenía en el gemelo derecho una mordedura de 15 centímetros con sangre coagulada pero que aún supuraba.

viernes, 24 de octubre de 2014

Inundarse

Inundarse sin llegar a ahogarse.
Soñar sin rendirse.
Volar sin lenvantar los pies del suelo,
para vivir sin rendirse.

Día 16 (Parte I). Torrevieja Zombie

No me despertó ni un ruido ni una luz. Me despertó un olor. Un olor que me hizo abrir los ojos y que inmediatamente se me llenasen de lágrimas. Olía a paella.

Estaba en mi habitación. Por un momento creí que todo lo había vivido hasta el momento había sido una mala pesadilla provocada por una mala indigestión por la noche. Pero nada más lejos de la realidad. Miré por la ventana y allí seguía la Torrevieja Zombie que desde hace dos semanas conocía. Aún así me sentía confortablemente bien al estar en mi casa y haber dormido en mi cama.

Abrí la puerta de la habitación y me dirigí hacia donde oía voces. Crucé el pasillo y salí al salón-comedor. En la mesa, rodeando una paella grande y llena de pollo, estaban Gema, Claire, Asun y Mari. Mario estaba sentado en una butaca fumándose un cigarrillo mientras Javier discutía con Raúl sobre "El Club de la Lucha" que se reproducía en la televisión.

Ninguno se dio cuenta de mi presencia hasta que pasaron unos minutos que me tomé para disfrutar de la relativa calma que se había producido en aquella casa.

Le quité el tenedor con el que estaba comiendo a Mari sentándome junto a ella en el banco de la mesa y empecé a comer. Todos me miraron y resoplaron al verme por fin despertar. Resultado de haber estado sufriendo doce interminables horas en las que no despertaba ni con golpes. Tuvo que ser el olor de la paella que hizo Mario quien me despertó. Todos me sonrieron de una manera que jamás había visto en la cara de nadie, pero me reconfortó.

Pero sólo fue un instante. El instante después, en el que mi mente se conectó de nuevo al mundo real fue de auténtico pánico.

- Mario... ¿dónde está mamá, Álex y Rober?

Mi hermano no contestó. Bajó la cabeza al suelo y apagó el cigarro en el cenicero. Estuvo a punto de salírseme literalmente el hígado por la boca. Tenía ganas de vomitar. Las sonrisas de todos se habían borrado, y se hizo un silencio apagado por los gruñidos guturales que procedían del exterior.

- ¡Mario!
- ¡No lo sé! - contestó - Mamá estaba trabajando en el centro comercial, y Álex y Roberto no estaban en casa cuando toda mierda comenzó.

Esta vez sí que se me salió el hígado por la boca. Fue al baño y vomité lo que había comido y parte de la bilis. Cuando volví al salón, Asun me abrazó amargamente y Gema se unió a su abrazo. Seguramente todos los que nos encontrábamos allí estábamos pensando en ese momento en nuestras familias. Estábamos perdidos y solos en un mundo completamente apocalíptico.

- Raúl... - dije para reponerme - ¿cómo has conseguido llegar hasta aquí?

Raúl carraspeó un poco. Su mirada era valiente, pero sus ojos gritaban que no estaba del todo orgulloso por lo que había tenido que hacer.

- Cuando os metisteis en el hospital un grupo de esas cosas os siguió. Me bajé del camión para hacer ruido y que me siguiesen a mí. Necesitábamos esos medicamentos, y la verdad es que no pensé muy bien lo que hacía. Cuando me vieron me comenzaron a seguir, pero me caí y no me dio tiempo a volver a subir a la cabina del camión. Rompí a correr en la otra dirección hasta que me cansé. Me escondí durante días en el IES "Mare Nostrum". Creí que habría alguien escondido allí, pero si lo había no hizo señal alguna. Cogí el autobús del Torrevieja CF y vine al centro guiado por una intuición y me encontré a tu hermano.
- Yo creía que era el único superviviente - interrumpió Mario - y casi le parto la boca.
- Y aquí estamos

Aún tenía muchas dudas, pero no estaba en condiciones ni para preguntarlas ni para que fuesen resueltas. Sin embargo hice una más:

- ¿Y de dónde habéis sacado tantas armas?

Mario se levantó del sillón y me hizo una señal para que le acompañase a la terraza. Abrió el armario donde antes guardábamos las herramientas de bricolaje y descubrí que estaba llena de armas y munición. Pistolas y escopetas, rifles y cargadores...

- ¿Cómo...?
- Un amigo es cazador profesional. Fui a su casa hace dos días y me traje todo lo que vi útil. Incluido esto.

Mario sacó del bolsillo un puño americano de plata. En cada nudillo una punta afilada como el cuchillo de un carnicero. Por la espalda apareció Asun sonriente y dijo:

- Prepárate Adri... hoy nos vamos de caza.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 15 (Parte II). Torrevieja Zombie.

Los Z. Así los empezó a llamar Claire. Y yo no hice más que recordar sus palabras mientras los veía inmóviles en el centro de la Plaza de la Constitución. Estaba muerto de miedo viendo a aquellas cosas que un día fueron personas, tambalearse a merced del letargo, esperando el momento adecuado para lanzarse sobre cualquier cosa que se moviese y pudiesen llevarse a la boca.
Y mis secuestradores querían abrirse paso a tiros. Lógicamente yo no estaba por la labor. Me imaginé en el centro de la plaza rodeado por los cuatro puntos cardinales de zetas y el corazón se me salía por la boca. Comencé a segregar adrenalina por cada poro de mi piel. O tal vez era miedo en forma de sudor. El cabecilla dio la orden de protegerme a toda costa. No sé quién se pensaría que era yo, pero tampoco me sentí más seguro con esa orden. No tenía nada con qué protegerme, y tenía que confiar mi vida a unos señores que me habían dado palizas de muerte. Qué ironía.
Los cuatro encapuchados y el jefe se pusieron en círculo dejándome en medio. Me dio tiempo a pensar que como nos encontraron en una oficina de la policía local es probable que se creyesen que yo era un policía y que, por tanto, tendría acceso fácil a lo que ellos estaban buscando.
- Qué imbéciles - se me escapó el lamento.
Por suerte no me oyeron. Salimos de la esquina en nuestra formación de asalto particular y comenzaron los tiros. Estar en medio de 3 pistolas de nueve milímetros y dos fusiles no es para nada acogedor. El sonido era ensordecedor y podías sentir tu cuerpo temblar con cada disparo.
Los muertos de toda la plaza salieron de su letargo. Yo me imaginé que con el ruido que estábamos haciendo, hasta los zombies de cinco o seis manzanas más allá del Ayuntamiento se acercarían a la zona para curiosear. El contador de esperanza estaba en números negativos.
Poco a poco los zetas iban cayendo con un agujero en la cabeza. No nos habíamos movido más que unos cinco metros, ni siquiera habíamos subido los escalones a la plaza, y ya sabíamos todos, incluido el loco jefe, que sería imposible continuar de aquella manera. Nos dimos la vuelta rápidamente y rompimos a correr como locos. Centenares de zombies nos perseguían con ruidos cada vez más espeluznantes. El que más me ponía la piel de gallina era el castañetear de la mandíbula, como anunciando que masticarían nuestra carne y la saborearían con gula.
Nos parapetamos en la esquina de la tienda Rumbo. Fue entonces cuando el jefe y toda su cuadrilla tiraron las armas al suelo. Asustados levantaron las manos. No me di cuenta de qué estaba pasando porque estaba pendiente de los zombies, pero cuando me di la vuelta no pude evitar sonreír.
Raúl apuntaba con una escopeta de dos cañones a la cabeza del cabecilla que me tenía secuestrado. A su lado, Javier y Claire hacían lo mismo con una pistola en cada mano con las cabezas de los cuatro encapuchados, yMari detrás de ellos con una mochila a la espalda recogía las pistolas y fusiles que los secuestradores habían tirado al suelo.
- Os besaría si no tuviésemos prisa - dije sonriendo -. Pero tenemos que salir de aquí.
- ¿Qué hacemos con estos? - preguntó Claire.
Cargué el brazo del hombro herido con toda la ira del mundo y lo descargué en la cara del cabecilla en un puñetazo bestial. Casi me rompo la mano.
- Déjalos aquí - contesté mirando a los ojos de mi secuestrador -. Tienen piernas y pueden escapar corriendo. Eso sí, en aquella dirección - dije señalando hacia donde venían los zombies.
Nunca creí que podía ser tan cruel. Pero había estado a punto de morir en demasiadas ocasiones por culpa de aquellos idiotas. Se pusieron a correr y giraron por la calle del Bankia a la izquierda, pasando por la chocolatería, hasta que los perdimos de vista.
Los zombies se habían separado en dos grupos. Unos se preocuparon de seguir a los cinco hombres que corrían despavoridos, el resto seguía persiguiéndonos. Por suerte, su paso era lento. Pero jodidamente continuo. No había nada que los detuviese, ni siquiera el cansancio. Y yo estaba realmente cansado.
- Un último esfuerzo, tío - me animó Javi -. Vamos a tu casa.
Trotamos volviendo por Ramón Gallud. Raúl iba en cabeza y a cada calle que cruzábamos miraba una y otra vez hasta que se aseguraba de que estaba despejada. Llegamos al portal de mi casa. Empujamos la puerta de metal y detrás de ella Gema me recibió con un abrazo y Asun con una sonrisa sentada en las escaleras. Me senté junto a ella. Me estaba mareando. Me habían bajado las pulsaciones de golpe, y la adrenalina se había evaporado.
Oí unos pasos bajar las escaleras. Temí por la seguridad del grupo, pero estaba muerto de cansancio y comenzaba a desmayarme. Me abandoné a los brazos de Morfeo cuando un hombre vestido de soldado y con unas gafas de sol me habló para tranquilizarme. No lo reconocí, pero mi hermano Mario estaba detrás de aquellas gafas.

Día 15 (Parte I). Torrevieja Zombie.

El color del cielo pintaba el amanecer. Habíamos tardado toda una noche en llegar hasta el centro. Los coches taponaban todas las calles del centro de la ciudad. De vez en cuando también nos asaltaban oleadas de zombies, pero los hombres que nos tenían secuestrados se las apañaban muy bien para librarse de ellos. Con el furgón blindado podíamos atravesar las calles empujando lentamente los coches, pero al llegar a la calle Ramón Gallud fue imposible continuar sobre ruedas.
- Nos bajamos aquí - dijo el cabecilla sentado en el asiento del copiloto.
Se abrieron las puertas y dos hombres encapuchados nos sacaron a todos a empujones a los pies de dos hombres más. Estábamos en la propia calle Ramón Gallud. El Telepizza a nuestra izquierda. La calle continuaba hasta la Plaza de la Constitución llena de coches y obstáculos varios. Asun cayó mal del empujón y se torció un tobillo que comenzaba a hincharse lenta pero incontrolablemente. Aproveché la situación para jugar otra carta más.
- Vamos nosotros - comencé -. Ellos nos van a atrasar. Déjalos aquí y vamos nosotros.
El tipo se lo pensó considerablemente. Aproveché el momento para fijarme más detenidamente en él. No había podido hasta el momento. Era un hombre de piel muy blanca, probablemente de algún país de Europa del este, pero sin acento; era grande como un armario y llevaba un chaleco antibalas en el pecho. Tenía el pelo rubio rapado por los laterales. Me recordaba a alguien, pero no caía a quien.
- Desátalos y déjalos aquí - insistí -. Ellos no tienen ni puta idea de dónde está el oro.
Ni yo mismo sabía lo que decía, pero algo tenía que hacer. El jefe ordenó que se les desatase. Gema rápidamente ayudó a su amiga Asun a levantarse del suelo y se sentaron en el bordillo de la acera. Claire se puso tras ellas junto con Mari, y Javier me miró pidiéndome explicaciones. Les giñé un ojo para despedirme. Realmente no tenía ninguna esperanza de sobrevivir.
- Tenéis suerte - les dijo el jefe.
Anduvimos la calle por la acera sorteando cada obstáculo que nos salía al paso. No me permití el lujo de mirar atrás.
A la altura del Banco Santander, con sus letras doradas vigilándonos, nos asaltó un hombre muerto trajeado con un agujero en el pecho lleno de pólvora. Sus garras estiradas hacia nosotros y el olor a putrefacción y muerte me hicieron estremecer. Caí de rodillas, pero mis secuestradores me levantaron rápidamente. Paracía que no tenían tiempo que perder.
Continuamos por la calle más silenciosa de lo normal. No se oía nada, y era algo espeluznante y aterrador. Pasamos el Hotel Central, la parada del bus y el bingo sin ningún problema. Oímos ruidos dentro de la tienda Tien 21. Ruidos que me hicieron recordar a mi hermano. Pero continuamos en nuestra silenciosa ida hacia el ayuntamiento. Casi me derrumbo cuando pasamos por el portal de mi casa, pero hice de tripas corazón y continué andando. Por suerte la herida de mi hombro había dejado de sangrar, y me había acostumbrado a la falta de las dos muelas.
- ¿Para qué queréis el oro? - pregunté entre susurros.
- ¿Cómo crees que es el comercio durante el Apocalipsis? - respondió el jefe.
- ¿Y no te vale con el dinero del Monopoli?
Me merecí ese puñetazo en el estómago, pero me reí con la subrealista escena: me había secuestrado unos simples ladrones que querían enriquecerse con la situación y, vete tú a saber por qué, pretendían que yo les llevase hasta su fortuna. Todo esto rodeado de gente muerta que quería devorarnos a todos a la primera oportunidad que tuviesen.
- Podríais al menos soltarme las ataduras, puedo ser de ayuda, y no sabría escapar de vosotros.
Por alguna razón que atribuí a un trombo cerebral el jefe me soltó, no sin antes amenazarme de muerte si intentaba huír. Me masajeé las muñecas dormidas y comprobé la herida del hombro. Totalmente cianótica. Malo.
Llegamos a la esquina de la tienda Rumbo. Ya podíamos ver la plaza. Pero personalmente era algo que no quería ver. La plaza estaba abarrotada de zombies. Se les oía zumbar y gruñir. Estaban absortos y quietos, innactivos hasta el momento que algo les despertase de su letargo y se convirtiesen en soldados de la muerte. Eran centenares de ellos. Se habían reunido en la plaza seguramente persiguiendo a alguien que se había ido a refugiar en el peor de los sitios. Realmente temía ver la cara de algún familiar en la plaza.
- En el ayuntamiento está el oro - inventé -. Seguramente en el sótano habrá alguna caja fuerte.
Estos tipos eran idiotas, pero tenía que llevar mucho cuidado. Idiotas con armas es una amenaza bastante grave.
- ¿Y cómo llegamos? - preguntó uno de los cuatro hombres encapuchados.
- Podemos rodear la zona - respondí el primero -. O podemos abrirnos paso a tiros.
Nota mental: no gastar bromas con estos tipos. Al jefe le pareció una idea brillante mi intento de gracieta, hizo recuento de armas y se le iluminó la cara -y probablemente se le puso dura la entrepierna- cuando contó más de doscientas balas entre pistolas y fusiles de asalto.
Si tenía alguna esperanza de sobrevivir, se desvaneció en ese mismo momento.

Día 14. Torrevieja Zombie.

Me dejaron tirado durante un día entero en el suelo tras apalearme. No sacaron ninguna información de mí porque no había nada que sacar. Se llevaron a todos los demás de la habitación, apagaron las luces y me abandonaron en las sombras. El día anterior lo había pasado viajando entre los brazos de Morfeo y la vigilia, pero esa mañana entraba una luz por debajo de la puerta por donde todos se fueron que no me permitía quedarme inconsciente. Veía sombras danzando de un lado para otro. Y yo cada vez más nervioso.
El mismo tipo que me apaleó la última vez entró y se puso a mi lado, dándome los buenos días con una patada en el estómago.
- Última oportunidad, cabezahueca - sacó su pistola, armartilló y me la puso en la sien agachándose -. O me dices dónde cojones está el oro o te pego un tiro aquí mismo. Elige.
- Vale, vale... os lo diré.
Jugué mi última carta.
- Ahora empezamos a entendernos, amiguito - sonrió el tipo.
- Pero tengo una condición - probé -. Mis amigos... sueltalos
Suponía que se iba a reír de mí en mi cara, pero nunca podría haber imaginado que lo haría a carcajada limpia y rompiéndome un par de dientes de la patada que soltó en mi cara.
- Mira cabezón - continuó -. Tú llévanos al oro y ya decidiremos qué haremos con vosotros.
- Quiero ver a Javier, tengo que hablar con él sobre... el oro.
No sé qué pensó aquel matón, pero me concedió mi deseo. Salió un momento de la habitación y trajo consigo a Javi maniatado y con cinta americana tapándole la boca. El matón me sentó de nuevo en una silla y pude corroborar que efectivamente me dolía todo el cuerpo. Sangraba por el hombro derecho del disparo, por la boca de los dientes rotos... si salía de esa no acabaría muy bien para sobrevivir en aquellas condiciones.
A Javi le quitaron la cinta de tirón, pero no se inmutó. El matón salió por la puerta dejándonos solos.
- Tío, ¿estás bien? - se preocupó Javi -. No pude hacer nada, eran tres y con pipas.
- Tenemos que llevarles al oro, Javi - dije tosiendo sangre haciendo caso omiso.
- ¿Qué oro?
- ¿Por qué cojones crees que te he hecho llamar? Tenemos que inventarnos algo, distraerlos para escapar o quitarles las armas.
- No se me ocurre nada
- Piensa algo Javi - supliqué -. Me van a terminar matando
Estuvimos media hora callados mirándonos el uno al otro hasta que entró el mismo matón de antes acompañado de Claire. Le apuntaba a la cabeza con la pistola.
- ¿Nos vamos ya o queréis más tiempo?
- Nos vamos - dije.
Con un dolor insoportable me pusieron de pie y anduvimos hasta la puerta de la oficina de la Policía Local. Fuera estaba todo despejado de no muertos. En realidad no, como dos docenas estaban acumulados en una pila con un tiro en la cabeza, pero yo no me di cuenta. Me llevaron a la parte de atrás de un furgón blindado y me tiraron a los pies de todos.GemaAsun, Claire, Javier y Mari estaban bien. Amordazados, pero vivos al fin y al cabo, y eso me tranquilizó.
- Tú dirás, cabezahueca - me gritó el matón desde la ventanilla que unía la cabina con la parte de atrás -. Hacia dónde tiro.
- Hacia el centro - contesté soportando el dolor -. Vamos al ayuntamiento.