sábado, 25 de diciembre de 2010

La Televisión

Como cada día me he levantado hoy, día en el que se ha de cenar porque nace presuntamente -palabra muy de moda últimamente- el hijo de Dios, y he encendido la televisión; tele para los amigos. La enciendo y ni siquiera le presto atención. Es un acto mecánico, como el de encender la luz para ver, y lo hago sin querer cada día.

No estoy diciendo que no pueda vivir sin tele... es precisamente todo lo contrario. La odio con toda mi alma la televisión.

Es una fuente de corrupción constante que oprime la capacidad de imaginación de los niños -y no tan niños- y nos colma de sabiduría negativa. Este término es probablemente la primera vez que lo oyes... porque me lo he inventado ahora mismo.

La sabiduría negativa es ese tipo de "conocimiento" -por llamarlo de alguna manera- que te quita conocimiento... Te hace más inculto, más tonto y más... estúpido -con perdón de los estúpidos-.
¿Medio de comunicación? Quizá lo fuese antes... pero me niego a que la princesa del pueblo me represente como persona. Me niego a desperdiciar minutos de mi vida en ver cómo vapulean las noticias, cambiándoles el sentido...

La televisión es un gran invento siempre y cuando consideres un gran invento la silla eléctrica, la bomba atómica, o... qué sé yo... los políticos.

Pero definamos Televisión... yo no hablo del televisor -el aparato en sí-, ni de la transmisión de imágenes a distancia mediante ondas hercianas -según la R.A.E.-. Hablo del uso que le da la Televisión a la televisión.

Me encanta el cine. Adoro ver series de televisión. Incluso retransmiten conciertos y cosas de esas...
... pero... lo de Telecinco y compañía -esto es Televisión, por desgracia-...
... no lo soporto.

 Y apago la tele.

Pasos...

Paso uno. Levántate con el pie derecho. Paso 2. Di en voz alta: hoy será un gran día. Siempre me han dicho que esos son los pasos para tener un día bueno, sin altibajos y viendo la vida de color de rosas; y nunca he creido en los refranes populares de perro ladrador. Pero... por una vez... funciona...

Y no por levantarme con el pie derecho. Sino porque a mi derecha tenía a alguien querido. Y no por decir hoy será un gran día... sino porque fue ella quién lo dijo. O mejor dicho quién hizo de ese día un gran día.

Insisto. Paso 1: Levántate y dale un beso. Paso 2: Dile en voz alta te quiero. Y el día será bueno por sí solo..

Y puede que llegue alguien y lo joda. Sí, siempre hay alguien que con cara amarga cual café quiere chafarte ese día que empezó bien. Entonces tú frenas, cuentas diez, mirar a esa persona amada y dices... bésame... y ya pueden veniz diez, cien, diez mil cien ó cien mil diez personas con cara amarga -esta vez como la piel de una naranja- que tú no dejarás de sonreír y de pensar que el Sol salió reluciente esta mañana. Más reluciente si cabe al saber que la Luna es su amada.

Paso 3: No la dejes escapar...

Cuando nadie me ve

Tiemblo. Y en ocasiones tiemblo tanto que tiritan los cristales de la ventana como si fuese un terremoto. Y no por frío. Por el miedo que jamás enseñaré a los demás. El miedo que otros transforman en ira, o en deseo, o en lujuria, gula quizás, o lo mezclan con un poco de ingenio y lo convierte en un grito, yo, estúpido imbécil, dejo que se consuma en mi interior cuando nadie me ve.

Esas largas noches en las que memorizo el techo de mi habitación pensando en qué debí decir y qué no decir. Pensando en qué harán contra mí, qué perderé, qué me quitarán. ¿Encontrará a alguen mejor que yo? ¿Me dejará por ser como soy? ¿Tendré trabajo pronto? ¿Escribiré algo nuevo? ...

Lo peor no son las malditas preguntas. Lo peor es cuando esas inútiles preguntas se convierten por propio peso en crueles afirmaciones. Si encontrará a otro. Si me dejará. Y en negaciones. No tendré trabajo. No escribiré nada.

Es entonces cuando la impotencia de no poder controlar nada controla mi cuerpo y se une al miedo en una lucha que hace que tirite aún más. Los temblores son casi convulsiones de dolor de alma, de celos, de lusiones rotas, de veneno en la sangre y frustraciones que nadie conoce, pues lo llevo todo dentro, bajo la piel, en esa capa intermedia entre el cuerpo y el alma donde debaten mis escrúpulos, mi vergüenza, mi timidez , mi honradez y todos mis demás sentidos por ver quén se apodera del lugar.

Y esta noche ganan los malos.

Hoy ganan los malos. Hoy gana el miedo. El miedo lleva la razón. Porue hay fuera miles de pequeños porcentajes y están todos en mi contra. Porque ahí fuera hay demasiada gente, personas que viven, mientras yo me pudro sujetando un bolígrafo ciego e impotente que ya no es capaz de satisfacer mi sed de poesía ni prosa, teniéndo yo que recurrir a la prostitución callejera de los versos comprados y vendidos del diario de la ciudad donde sólo se publican baladas que antes han tenido que pagas equiz cantidad de dinero.

Me da miedo esta sociedad materialista y me da miedo pensar, en pintadas –mejor dicho pixeladas- ocasiones, que todas las personas son igual o peor que la gente que conozco, capaces de vender por una miserable cantidad de dinero hasta la leche de los pezones que sus madres que un día tantas veces han amamantado.

Me dan miedo mis propios pensamientos extremistas donde todo lo que Murphy dijo se vuelve real y todo sale no mal, sino peor que cualquier catástrofe.

Tengo miedo de no ser lo suficiente. Y este miedo es racional puesto que me han educado –muy a mi pesar- en tanto sabes hacer tanto eres o tanto consigues tanto eres o tanto eres mejor que otro tanto eres. Tengo pánico de que la gente prefiera a otro mejor que a mí. Pánico de ser el chico que eligen el último cuando ya están hechos los equipos. Auténtico temos de no ser el mejor en todo. Y claro…

… como soy humano cometo errores. Y con errores no puedes ser el mejor. Y al no ser el mejor me frustro. Y la frustración me crea terror. Y el terror me recuerda que soy humano. Y así en una espiral que se repite y se retroalimenta haciéndose cada vez mayor y cada vez haciéndome aún más daño psicológico, quizá peor que el físico, pues para su curación no sirven medicaciones, sino fuerza en el alma. Y esta noche ando escaso de ella.

Es entonces cuando lloro. Cuando siento que mis ojos pesan mucho, se empañan mis gafas y se desliza por mi mejilla una fría y áspera lágrima, primera, a la que se suman cientos de ellas más en un contínuo goteo que sólo cesa cuando oigo el ruido de unos pasos acercándose, abriendo la puerta y preguntando: ¿Qué horas es?

Sólo me hace falta una milésima de segundo para secarme las lágrimas con las mangas de la camisa y otra para cambiar mi cara fea de chico tristón por otra aún más fea de chico riéndose que parece un chino castor con una cámara en las manos.
- Las cuatro de la mañana

Y cuando se va se abre otra vez la presa y el fuerte caudal del río de mis ojos llena de nuevo de agua salada esta confesión, tintando de azul borroso partes del folio que no deberían estar pintadas y haciéndolo, a mi ver, más triste pero más hermoso.

Sólo cuando llega el punto y final me logro calmar y vuelvo a guardar el miedo que a veces me paraliza en el bosillo más hondo de mi honda alma, y saco mis sonrisas, algunas falsas ocultando el dolor y otras tan verdaderas que duelen en la mandíbula.

Esto es todo. Punto. Y final.

Insomnio

Todos duermen... excepto yo.

He estado tres horas intentando dormir. Son las tres de la mañana y estoy demasiado frustrado. He estado tres malditas horas intentando hipnotizarme para que los párpados me pesasen tanto que me llevasen hasta una oscuridad cegadora a la par que placentera. Todos duermen y escucho sus respiraciones gritándome ¡yo estoy durmiendo! ¡qué almohada más cómoda! ¡mi sueño es maravilloso! Joder... hasta el perro está roncando.

Me gusta dormir. Adoro dormir. Me gusta la sensación de bienestar después de ocho horas de sueño acogedor en una almohada que duele de lo cómoda que és. Adoro descansar entre sábanas que primero están frías y luego, poco a poco, se van calentando hasta encender una hoguera en la que mis pies fríos reposan de un largo día haciendo cosas. Me gusta dormir y despertar con una sonrisa, y con la sensación de haber tenido un sueño maravilloso pero que no recuerdo.

Pero hoy no. Hoy no puedo dormir. Mañana será como siempre. Mañana el día irá demasiado rápido para mí. Tendré que decidir mañana. Tomar decisiones, estúpidas seguramente, que mi mente no ha podido procesar como una persona descansada. Mañana el día será jodidamente tan blanco que me hará un daño terrible en los ojos hasta dejarme ciego y asqueado de ver cómo todos están sonriendo después de una larga charla con su colchón mientras yo, tirado en el suelo, cuento las gotas del gotelé que están mal puestas en una pared que escupe mierda por todos los lados. Ni siquiera sé si se escribe gotelé así. Mañana tendré el cerebro atrofiado por unas ojeras que me llegarán hasta la mandíbula congestionada por una infección nasal que no me dejará respirar.

Pero me da igual porque hoy no puedo dormir. Hoy no. Y hace días tampoco. Hoy estoy asqueado y cabreado porque ayer sí pude dormir. Hoy odio mi cuerpo y mi cerebro, que no me lleva de viaje por un universo de posibilidades que es un sueño.

Hace días que me quedaba con los ojos abiertos mirando al techo inundándome de recuerdos del día, del día anterior, de cualquier día. Hace días tenía un insomnio tal que no soportaba nada, ni siquiera el ruido de las teclas de un ordenador escribiendo. Hacía semanas que sólo dormía una o dos horas cuando entraba en coma después de mantenerme veinte minutos enteros sin pestañear con tal de despertar ese instinto animal de cerrar los ojos. Pero ayer... ayer dormí ocho maravillosas horas.

Ni pastillas ni mierda. Tan sólo su cabeza apoyada en mi pecho.
Mirada al techo. Hasta mañana. Y una paz interior al despertar y verla allí, a mi lado.

Pero hoy no está... y vuelvo a tener insomnio.