martes, 28 de octubre de 2014

Día 16 (Parte III). Torrevieja Zombie.

Me acerqué a la herida. Rápidamente temí lo peor. Le han mordido, ahora tenemos que matarlo, pensé.
- Javi - le grité a Javier aunque estaba a mi lado -. Tráeme la caja que pone botiquín que está encima de mi cama.
En cuanto oyeron el grito Claire y Asun aparecieron por la puerta. Vieron la herida y lógicamente pensaron lo mismo que yo. Habíamos visto tantas películas y leído tantos libros que cuando pasó de verdad nos temíamos lo peor. Una mordida de un zeta te convertía en uno de ellos. Y, efectivamente, así lo habíamos visto durante esta quincena en la que luchábamos por sobrevivir. Cada uno de los no muertos con los que habíamos tenido la desgracia de encontrarnos tenía, de alguna u otra forma, una mordedura muy parecida a aquella. Habían muerto y luego, del alguna forma que aún no conocíamos, volvían a ponerse en pie con más hambre que nunca.
Claire no se lo pensó tanto como yo. Aprovechando que Raúl estaba dormido le puso la escopeta en la sien y me miró buscando aprobación. Negué rápidamente agitando mi cabeza a un lado y a otro. Aún no.
Javier llegó con el botiquín. Saqué unos guantes de vinilo, recuerdo de mis estudios de Técnico de Laboratorio, y me los puse para inspeccionar la zona del mordisco. Abrí la herida mientras enviaba a Javi a por los antibióticos que en su día robamos del hospital, el mismo día que encontramos a Mari.
- ¡Gema! - grité hasta que apareció por la puerta -. Dile a mi hermanoMario que prepare agua caliente y buscad toallas limpias. O ropa limpia - desapareció por la puerta -. Asun, tú me ayudarás a limpiar la herida. Y Claire, necesitamos agua fisiológica.
Mari apareció por la puerta.
- ¿Qué es lo que ocurre?
- Mari... Gerardo... intenta contactar con él. Si ha podido llamar una vez reza todo lo que sepas para que puedas llamarle otra vez. No sé cómo están aguantando las señales telefónicas, pero inténtalo. Ah, y necesito que recuerdes cuándo han podido morder a Raúl. Cuando vinisteis a salvarme estaba bien. ¿O no?
Cada uno tenía una tarea. Yo me dediqué a limpiar la herida mientras Asun me pasaba todo el material que necesitaba.
Pasadas unas horas Raúl despertó.
Yo estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, esperando a que abriese los ojos. Claire estaba a mi lado, y le apuntaba con una escopeta a la cara. Si veía cualquier atisbo de actitud zeta le agujerearía el cerebro de por vida. Mi antiguo profesor de inglés sólo pudo decir una palabra.
- Perro.
Le mordió un maldito perro.
Me levanté para preguntarle si el perro tenía indicios de haberse convertido en un zeta, pero contestó que no, que era un perro normal y corriente.
- No he visto a los zombies atacar a los animales - decía Raúl intentando apartar la vista de la chica que le apuntaba con la escopeta de dos cañones -. Los perros se están quedando sin comida también. Cuando escapaba desde el hospital me topé con uno con mucha hambre e intentó cazarme. Me hizo esto, pero nada más.
No es que no quisiera creerle, pero dada la situación de supervivencia en la que estábamos no dudé en que podía estar mintiendo para salvar su vida durante unos minutos más. Aún a riesgo de ponernos a nosotros en peligro. Es la supervivencia humana.
- Raúl. Entiende lo que vamos a hacer - dije relatando mi plan -. Te quedarás aquí encerrado en esta habitación durante una semana. Haremos turnos para mantenerte vigilado.
- ¡Pero estoy sano!
- No podemos jugárnosla, Raúl.
Salí por la puerta seguido de Claire. Estaba realmente asustado, y no sé por qué yo era el único que parecía asustado en aquella situación. Pero no me gustaba.
- Mario, Asun... - dije cuando nos reunimos todos en el salón -. La cacería tendrá que ser mañana.

Día 16 (Parte II). Torrevieja Zombie.

- ¿Cómo? - pregunté perplejo.
Pero Asun y Claire tenían una sonrisa implacable en la cara. Miré también a mi hermano y su cara era seria. Decidida. Efectivamente, pretendían salir de caza.
- Vamos a ir al taller de Álex - explicó Mario -. Si no Alex y Rober no están allí supongo que habrán ido a buscar a mamá al no encontrarnos a nosotros.
- No me parece bien, Mario - contesté -. Es demasiado peligroso salir ahí fuera a enfrentarnos a una fuerza que nos supera.
Mario pareció enfadarse.
- ¿Y qué quieres que hagamos? ¿Quedarnos aquí pudriéndonos hasta que muramos igualmente?
- Podemos pensar. Ya se nos ocurrirá algo.
Pero no había nada de qué convencer. Estaban seguros de que irían de caza, y no habría alternativa. Claire y Asun empezaron a poner armas encima de la mesa. Estaban como encantadas por la situación. Y aún hoy no sé qué se les pasaba por la cabeza, pero era tenebroso y terrorífico a partes iguales.
Gema estaba sentada en el sofá con las rodillas en la cara y los brazos rodeándolas.
- Pequeño... no les permitas hacerlo - dijo preocupada -. Morirán
- ¿Y qué quieres que haga?
En ese momento Mari apareció por la puerta. Tenía en la mano el teléfono móvil. En su mirada podía ver algo parecido a la esperanza, pero mezclado con una pizca de realidad y dolor. Había recibido una llamada hacía dos horas, y no había podido darse cuenta de quién era. Me enseñó el teléfono. Deslicé la barra de herramientas superior y pulsé el telefonito verde que indicaba la llamada perdida para saber quién era.
"1 llamada perdida de Gerardo"
- ¡Nos vamos a por esos hijos de puta! - gritó Asun.
- Adrián... - se me acercó Javier por detrás -. Tenemos un pequeño problema.
- Si sólo tuviésemos un problema te besaría ahora mismo, Javi.
- Tienes que ver esto.
Me llevó a la que fue la habitación de mi hermano. Raúl estaba tumbado en la cama. Estaba dormido y sudaba como un condenado en el infierno. Tiritaba y en ocasiones sacudía tan fuerte el cuerpo como si le estuviese dando un ataque epiléptico que botaba en la cama.
Javi se acercó a él y le subió la pernera del pantalón. Y allí estaba, como si el mal se hubiese adentrado en mi propia casa a través de la pierna de mi antiguo profesor de inglés.
Raúl tenía en el gemelo derecho una mordedura de 15 centímetros con sangre coagulada pero que aún supuraba.

viernes, 24 de octubre de 2014

Inundarse

Inundarse sin llegar a ahogarse.
Soñar sin rendirse.
Volar sin lenvantar los pies del suelo,
para vivir sin rendirse.

Día 16 (Parte I). Torrevieja Zombie

No me despertó ni un ruido ni una luz. Me despertó un olor. Un olor que me hizo abrir los ojos y que inmediatamente se me llenasen de lágrimas. Olía a paella.

Estaba en mi habitación. Por un momento creí que todo lo había vivido hasta el momento había sido una mala pesadilla provocada por una mala indigestión por la noche. Pero nada más lejos de la realidad. Miré por la ventana y allí seguía la Torrevieja Zombie que desde hace dos semanas conocía. Aún así me sentía confortablemente bien al estar en mi casa y haber dormido en mi cama.

Abrí la puerta de la habitación y me dirigí hacia donde oía voces. Crucé el pasillo y salí al salón-comedor. En la mesa, rodeando una paella grande y llena de pollo, estaban Gema, Claire, Asun y Mari. Mario estaba sentado en una butaca fumándose un cigarrillo mientras Javier discutía con Raúl sobre "El Club de la Lucha" que se reproducía en la televisión.

Ninguno se dio cuenta de mi presencia hasta que pasaron unos minutos que me tomé para disfrutar de la relativa calma que se había producido en aquella casa.

Le quité el tenedor con el que estaba comiendo a Mari sentándome junto a ella en el banco de la mesa y empecé a comer. Todos me miraron y resoplaron al verme por fin despertar. Resultado de haber estado sufriendo doce interminables horas en las que no despertaba ni con golpes. Tuvo que ser el olor de la paella que hizo Mario quien me despertó. Todos me sonrieron de una manera que jamás había visto en la cara de nadie, pero me reconfortó.

Pero sólo fue un instante. El instante después, en el que mi mente se conectó de nuevo al mundo real fue de auténtico pánico.

- Mario... ¿dónde está mamá, Álex y Rober?

Mi hermano no contestó. Bajó la cabeza al suelo y apagó el cigarro en el cenicero. Estuvo a punto de salírseme literalmente el hígado por la boca. Tenía ganas de vomitar. Las sonrisas de todos se habían borrado, y se hizo un silencio apagado por los gruñidos guturales que procedían del exterior.

- ¡Mario!
- ¡No lo sé! - contestó - Mamá estaba trabajando en el centro comercial, y Álex y Roberto no estaban en casa cuando toda mierda comenzó.

Esta vez sí que se me salió el hígado por la boca. Fue al baño y vomité lo que había comido y parte de la bilis. Cuando volví al salón, Asun me abrazó amargamente y Gema se unió a su abrazo. Seguramente todos los que nos encontrábamos allí estábamos pensando en ese momento en nuestras familias. Estábamos perdidos y solos en un mundo completamente apocalíptico.

- Raúl... - dije para reponerme - ¿cómo has conseguido llegar hasta aquí?

Raúl carraspeó un poco. Su mirada era valiente, pero sus ojos gritaban que no estaba del todo orgulloso por lo que había tenido que hacer.

- Cuando os metisteis en el hospital un grupo de esas cosas os siguió. Me bajé del camión para hacer ruido y que me siguiesen a mí. Necesitábamos esos medicamentos, y la verdad es que no pensé muy bien lo que hacía. Cuando me vieron me comenzaron a seguir, pero me caí y no me dio tiempo a volver a subir a la cabina del camión. Rompí a correr en la otra dirección hasta que me cansé. Me escondí durante días en el IES "Mare Nostrum". Creí que habría alguien escondido allí, pero si lo había no hizo señal alguna. Cogí el autobús del Torrevieja CF y vine al centro guiado por una intuición y me encontré a tu hermano.
- Yo creía que era el único superviviente - interrumpió Mario - y casi le parto la boca.
- Y aquí estamos

Aún tenía muchas dudas, pero no estaba en condiciones ni para preguntarlas ni para que fuesen resueltas. Sin embargo hice una más:

- ¿Y de dónde habéis sacado tantas armas?

Mario se levantó del sillón y me hizo una señal para que le acompañase a la terraza. Abrió el armario donde antes guardábamos las herramientas de bricolaje y descubrí que estaba llena de armas y munición. Pistolas y escopetas, rifles y cargadores...

- ¿Cómo...?
- Un amigo es cazador profesional. Fui a su casa hace dos días y me traje todo lo que vi útil. Incluido esto.

Mario sacó del bolsillo un puño americano de plata. En cada nudillo una punta afilada como el cuchillo de un carnicero. Por la espalda apareció Asun sonriente y dijo:

- Prepárate Adri... hoy nos vamos de caza.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 15 (Parte II). Torrevieja Zombie.

Los Z. Así los empezó a llamar Claire. Y yo no hice más que recordar sus palabras mientras los veía inmóviles en el centro de la Plaza de la Constitución. Estaba muerto de miedo viendo a aquellas cosas que un día fueron personas, tambalearse a merced del letargo, esperando el momento adecuado para lanzarse sobre cualquier cosa que se moviese y pudiesen llevarse a la boca.
Y mis secuestradores querían abrirse paso a tiros. Lógicamente yo no estaba por la labor. Me imaginé en el centro de la plaza rodeado por los cuatro puntos cardinales de zetas y el corazón se me salía por la boca. Comencé a segregar adrenalina por cada poro de mi piel. O tal vez era miedo en forma de sudor. El cabecilla dio la orden de protegerme a toda costa. No sé quién se pensaría que era yo, pero tampoco me sentí más seguro con esa orden. No tenía nada con qué protegerme, y tenía que confiar mi vida a unos señores que me habían dado palizas de muerte. Qué ironía.
Los cuatro encapuchados y el jefe se pusieron en círculo dejándome en medio. Me dio tiempo a pensar que como nos encontraron en una oficina de la policía local es probable que se creyesen que yo era un policía y que, por tanto, tendría acceso fácil a lo que ellos estaban buscando.
- Qué imbéciles - se me escapó el lamento.
Por suerte no me oyeron. Salimos de la esquina en nuestra formación de asalto particular y comenzaron los tiros. Estar en medio de 3 pistolas de nueve milímetros y dos fusiles no es para nada acogedor. El sonido era ensordecedor y podías sentir tu cuerpo temblar con cada disparo.
Los muertos de toda la plaza salieron de su letargo. Yo me imaginé que con el ruido que estábamos haciendo, hasta los zombies de cinco o seis manzanas más allá del Ayuntamiento se acercarían a la zona para curiosear. El contador de esperanza estaba en números negativos.
Poco a poco los zetas iban cayendo con un agujero en la cabeza. No nos habíamos movido más que unos cinco metros, ni siquiera habíamos subido los escalones a la plaza, y ya sabíamos todos, incluido el loco jefe, que sería imposible continuar de aquella manera. Nos dimos la vuelta rápidamente y rompimos a correr como locos. Centenares de zombies nos perseguían con ruidos cada vez más espeluznantes. El que más me ponía la piel de gallina era el castañetear de la mandíbula, como anunciando que masticarían nuestra carne y la saborearían con gula.
Nos parapetamos en la esquina de la tienda Rumbo. Fue entonces cuando el jefe y toda su cuadrilla tiraron las armas al suelo. Asustados levantaron las manos. No me di cuenta de qué estaba pasando porque estaba pendiente de los zombies, pero cuando me di la vuelta no pude evitar sonreír.
Raúl apuntaba con una escopeta de dos cañones a la cabeza del cabecilla que me tenía secuestrado. A su lado, Javier y Claire hacían lo mismo con una pistola en cada mano con las cabezas de los cuatro encapuchados, yMari detrás de ellos con una mochila a la espalda recogía las pistolas y fusiles que los secuestradores habían tirado al suelo.
- Os besaría si no tuviésemos prisa - dije sonriendo -. Pero tenemos que salir de aquí.
- ¿Qué hacemos con estos? - preguntó Claire.
Cargué el brazo del hombro herido con toda la ira del mundo y lo descargué en la cara del cabecilla en un puñetazo bestial. Casi me rompo la mano.
- Déjalos aquí - contesté mirando a los ojos de mi secuestrador -. Tienen piernas y pueden escapar corriendo. Eso sí, en aquella dirección - dije señalando hacia donde venían los zombies.
Nunca creí que podía ser tan cruel. Pero había estado a punto de morir en demasiadas ocasiones por culpa de aquellos idiotas. Se pusieron a correr y giraron por la calle del Bankia a la izquierda, pasando por la chocolatería, hasta que los perdimos de vista.
Los zombies se habían separado en dos grupos. Unos se preocuparon de seguir a los cinco hombres que corrían despavoridos, el resto seguía persiguiéndonos. Por suerte, su paso era lento. Pero jodidamente continuo. No había nada que los detuviese, ni siquiera el cansancio. Y yo estaba realmente cansado.
- Un último esfuerzo, tío - me animó Javi -. Vamos a tu casa.
Trotamos volviendo por Ramón Gallud. Raúl iba en cabeza y a cada calle que cruzábamos miraba una y otra vez hasta que se aseguraba de que estaba despejada. Llegamos al portal de mi casa. Empujamos la puerta de metal y detrás de ella Gema me recibió con un abrazo y Asun con una sonrisa sentada en las escaleras. Me senté junto a ella. Me estaba mareando. Me habían bajado las pulsaciones de golpe, y la adrenalina se había evaporado.
Oí unos pasos bajar las escaleras. Temí por la seguridad del grupo, pero estaba muerto de cansancio y comenzaba a desmayarme. Me abandoné a los brazos de Morfeo cuando un hombre vestido de soldado y con unas gafas de sol me habló para tranquilizarme. No lo reconocí, pero mi hermano Mario estaba detrás de aquellas gafas.

Día 15 (Parte I). Torrevieja Zombie.

El color del cielo pintaba el amanecer. Habíamos tardado toda una noche en llegar hasta el centro. Los coches taponaban todas las calles del centro de la ciudad. De vez en cuando también nos asaltaban oleadas de zombies, pero los hombres que nos tenían secuestrados se las apañaban muy bien para librarse de ellos. Con el furgón blindado podíamos atravesar las calles empujando lentamente los coches, pero al llegar a la calle Ramón Gallud fue imposible continuar sobre ruedas.
- Nos bajamos aquí - dijo el cabecilla sentado en el asiento del copiloto.
Se abrieron las puertas y dos hombres encapuchados nos sacaron a todos a empujones a los pies de dos hombres más. Estábamos en la propia calle Ramón Gallud. El Telepizza a nuestra izquierda. La calle continuaba hasta la Plaza de la Constitución llena de coches y obstáculos varios. Asun cayó mal del empujón y se torció un tobillo que comenzaba a hincharse lenta pero incontrolablemente. Aproveché la situación para jugar otra carta más.
- Vamos nosotros - comencé -. Ellos nos van a atrasar. Déjalos aquí y vamos nosotros.
El tipo se lo pensó considerablemente. Aproveché el momento para fijarme más detenidamente en él. No había podido hasta el momento. Era un hombre de piel muy blanca, probablemente de algún país de Europa del este, pero sin acento; era grande como un armario y llevaba un chaleco antibalas en el pecho. Tenía el pelo rubio rapado por los laterales. Me recordaba a alguien, pero no caía a quien.
- Desátalos y déjalos aquí - insistí -. Ellos no tienen ni puta idea de dónde está el oro.
Ni yo mismo sabía lo que decía, pero algo tenía que hacer. El jefe ordenó que se les desatase. Gema rápidamente ayudó a su amiga Asun a levantarse del suelo y se sentaron en el bordillo de la acera. Claire se puso tras ellas junto con Mari, y Javier me miró pidiéndome explicaciones. Les giñé un ojo para despedirme. Realmente no tenía ninguna esperanza de sobrevivir.
- Tenéis suerte - les dijo el jefe.
Anduvimos la calle por la acera sorteando cada obstáculo que nos salía al paso. No me permití el lujo de mirar atrás.
A la altura del Banco Santander, con sus letras doradas vigilándonos, nos asaltó un hombre muerto trajeado con un agujero en el pecho lleno de pólvora. Sus garras estiradas hacia nosotros y el olor a putrefacción y muerte me hicieron estremecer. Caí de rodillas, pero mis secuestradores me levantaron rápidamente. Paracía que no tenían tiempo que perder.
Continuamos por la calle más silenciosa de lo normal. No se oía nada, y era algo espeluznante y aterrador. Pasamos el Hotel Central, la parada del bus y el bingo sin ningún problema. Oímos ruidos dentro de la tienda Tien 21. Ruidos que me hicieron recordar a mi hermano. Pero continuamos en nuestra silenciosa ida hacia el ayuntamiento. Casi me derrumbo cuando pasamos por el portal de mi casa, pero hice de tripas corazón y continué andando. Por suerte la herida de mi hombro había dejado de sangrar, y me había acostumbrado a la falta de las dos muelas.
- ¿Para qué queréis el oro? - pregunté entre susurros.
- ¿Cómo crees que es el comercio durante el Apocalipsis? - respondió el jefe.
- ¿Y no te vale con el dinero del Monopoli?
Me merecí ese puñetazo en el estómago, pero me reí con la subrealista escena: me había secuestrado unos simples ladrones que querían enriquecerse con la situación y, vete tú a saber por qué, pretendían que yo les llevase hasta su fortuna. Todo esto rodeado de gente muerta que quería devorarnos a todos a la primera oportunidad que tuviesen.
- Podríais al menos soltarme las ataduras, puedo ser de ayuda, y no sabría escapar de vosotros.
Por alguna razón que atribuí a un trombo cerebral el jefe me soltó, no sin antes amenazarme de muerte si intentaba huír. Me masajeé las muñecas dormidas y comprobé la herida del hombro. Totalmente cianótica. Malo.
Llegamos a la esquina de la tienda Rumbo. Ya podíamos ver la plaza. Pero personalmente era algo que no quería ver. La plaza estaba abarrotada de zombies. Se les oía zumbar y gruñir. Estaban absortos y quietos, innactivos hasta el momento que algo les despertase de su letargo y se convirtiesen en soldados de la muerte. Eran centenares de ellos. Se habían reunido en la plaza seguramente persiguiendo a alguien que se había ido a refugiar en el peor de los sitios. Realmente temía ver la cara de algún familiar en la plaza.
- En el ayuntamiento está el oro - inventé -. Seguramente en el sótano habrá alguna caja fuerte.
Estos tipos eran idiotas, pero tenía que llevar mucho cuidado. Idiotas con armas es una amenaza bastante grave.
- ¿Y cómo llegamos? - preguntó uno de los cuatro hombres encapuchados.
- Podemos rodear la zona - respondí el primero -. O podemos abrirnos paso a tiros.
Nota mental: no gastar bromas con estos tipos. Al jefe le pareció una idea brillante mi intento de gracieta, hizo recuento de armas y se le iluminó la cara -y probablemente se le puso dura la entrepierna- cuando contó más de doscientas balas entre pistolas y fusiles de asalto.
Si tenía alguna esperanza de sobrevivir, se desvaneció en ese mismo momento.

Día 14. Torrevieja Zombie.

Me dejaron tirado durante un día entero en el suelo tras apalearme. No sacaron ninguna información de mí porque no había nada que sacar. Se llevaron a todos los demás de la habitación, apagaron las luces y me abandonaron en las sombras. El día anterior lo había pasado viajando entre los brazos de Morfeo y la vigilia, pero esa mañana entraba una luz por debajo de la puerta por donde todos se fueron que no me permitía quedarme inconsciente. Veía sombras danzando de un lado para otro. Y yo cada vez más nervioso.
El mismo tipo que me apaleó la última vez entró y se puso a mi lado, dándome los buenos días con una patada en el estómago.
- Última oportunidad, cabezahueca - sacó su pistola, armartilló y me la puso en la sien agachándose -. O me dices dónde cojones está el oro o te pego un tiro aquí mismo. Elige.
- Vale, vale... os lo diré.
Jugué mi última carta.
- Ahora empezamos a entendernos, amiguito - sonrió el tipo.
- Pero tengo una condición - probé -. Mis amigos... sueltalos
Suponía que se iba a reír de mí en mi cara, pero nunca podría haber imaginado que lo haría a carcajada limpia y rompiéndome un par de dientes de la patada que soltó en mi cara.
- Mira cabezón - continuó -. Tú llévanos al oro y ya decidiremos qué haremos con vosotros.
- Quiero ver a Javier, tengo que hablar con él sobre... el oro.
No sé qué pensó aquel matón, pero me concedió mi deseo. Salió un momento de la habitación y trajo consigo a Javi maniatado y con cinta americana tapándole la boca. El matón me sentó de nuevo en una silla y pude corroborar que efectivamente me dolía todo el cuerpo. Sangraba por el hombro derecho del disparo, por la boca de los dientes rotos... si salía de esa no acabaría muy bien para sobrevivir en aquellas condiciones.
A Javi le quitaron la cinta de tirón, pero no se inmutó. El matón salió por la puerta dejándonos solos.
- Tío, ¿estás bien? - se preocupó Javi -. No pude hacer nada, eran tres y con pipas.
- Tenemos que llevarles al oro, Javi - dije tosiendo sangre haciendo caso omiso.
- ¿Qué oro?
- ¿Por qué cojones crees que te he hecho llamar? Tenemos que inventarnos algo, distraerlos para escapar o quitarles las armas.
- No se me ocurre nada
- Piensa algo Javi - supliqué -. Me van a terminar matando
Estuvimos media hora callados mirándonos el uno al otro hasta que entró el mismo matón de antes acompañado de Claire. Le apuntaba a la cabeza con la pistola.
- ¿Nos vamos ya o queréis más tiempo?
- Nos vamos - dije.
Con un dolor insoportable me pusieron de pie y anduvimos hasta la puerta de la oficina de la Policía Local. Fuera estaba todo despejado de no muertos. En realidad no, como dos docenas estaban acumulados en una pila con un tiro en la cabeza, pero yo no me di cuenta. Me llevaron a la parte de atrás de un furgón blindado y me tiraron a los pies de todos.GemaAsun, Claire, Javier y Mari estaban bien. Amordazados, pero vivos al fin y al cabo, y eso me tranquilizó.
- Tú dirás, cabezahueca - me gritó el matón desde la ventanilla que unía la cabina con la parte de atrás -. Hacia dónde tiro.
- Hacia el centro - contesté soportando el dolor -. Vamos al ayuntamiento.

Día 13 (Parte III). Torrevieja Zombie.

Me desperté del dolor y lo primero que vi fue una luz frente a mi. Estaba sentado en una silla con las manos atadas a la espalda. Notaba cómo la sangre me salía por la herida del hombro y me resbalaba por el brazo. Pero increíblemente no sentía ningún tipo de dolor. De hecho, estaba incomprensiblemente animado y lleno de vitalidad.
- Quiero que sepas que estás drogado - dijo una voz detrás de la luz -. Y que vas a estar ahí atado hasta que me respondas a unas preguntas.
- ¿Quién eres? - pregunté asustado.
- A ver... - respondió levantándose -. Creo que no te ha quedado claro que aquí el que pregunta soy yo. Tú callas y respondes. ¿Dónde está el oro?
No os lo creeréis, pero lo primero que se me vino a la cabeza responder fue:
- ¿El que cagó el moro?
Y no, no le hizo mucha gracia. Se acercó a mi y metió un dedo en la herida de bala de mi hombro. Me retorcí de dolor mientras me descojonaba de la risa. Estaba realmente colocado de alguna sustancia que desconozco hasta ahora.
- No me toques los cojones que esto no es un juego. ¿Dónde habéis puesto el oro?
- No sé de qué me estás hablando - ya comencé a vislumbrar un poco qué estaba pasando y en qué condiciones me encontraba.
- Mira a tu izquierda, subnormal - dijo abofeteándome la cara en esa dirección. La gente en esta historia era muy dada a abofetearme.
Miré a donde me indicaban y allí estaba Javier atado de pies y manos en el suelo. Consciente, pero aturdido y reconociblemente apaleado. Y no sólo él. También MariAsunClaire y Gema estaban sentadas junto a la pared, maniatadas y con cinta americana tapándoles la boca.
- ¿Qué está pasando aquí? - pregunté ya del todo despierto.

Día 13 (Parte II). Torrevieja Zombie.

Entramos por la ventana como si entraran dos ladrones. No queríamos hacer absolutamente nada de ruido, y cualquier paso en falso nos hacía peligrar. Nos estábamos jugando la vida para conseguir armas de fuego con la que defendernos. Y cada vez estaba más seguro de que no tendríamos esa suerte.
Corrimos la ventana que por suerte estaba abierta. Entré yo primero con los pies de seda. El piso parecía completamente vacío. Era un piso normal, de probablemente unas personas mayores, pues la decoración era exactamente igual a la de la casa de mi abuela. Me escurrí por todas las habitaciones comprobando que estaba vacía. Respiré aliviado. Javier me seguía cubríendome las espaldas. En realidad sólo podría avisarme si algo pasaba. Sólo teníamos un arma, el hacha, y la llevaba pegada al pecho como si fuese mi salvavidas.
En el piso, por suerte, no había nada que nos pusiese en peligro. De todas formas fui previsor y aseguré la vía de escape. Corrimos todos los muebles que había en medio de la ventana por la que habíamos entrado y dejamos vía libre.
Abrimos la puerta de la entrada al piso. Supuse que la escalera daría a la oficina de policía. Bajamos pendientes de cada sonido. Yo no sé qué oiría Javi, pero yo sólo escuchaba los latidos frenéticos de mi corazón gritando que saliese por patas y dejase toda aquella tontería atrás. Efectivamente, la planta baja tenía una puerta con el letrero de Policía Local. Probé el picaporte y estaba cerrado. Teníamos que echar la puerta abajo y eso haría ruido, lo que atraería ciertos indeseables no muertos que no queríamos bajo ninguna circunstancia.
Estuve pensando en un plan. Pero no había otra solución más que la que teníamos enfrente. Le dije a Javi que se parapetase en la escalera, y que ante cualquier problema saliese corriendo por la ventana. Yo iría tras él. Me acerqué a la puerta y con todas mis ganas le di un hachazo al picaporte. Saltó por los aires, pero no había calculado que el hacha se quedaría encajada en la madera. Di una patada a la puerta y cedió hacia dentro, hacha incluida. Corrí hacia Javi y esperé agachado en la escalera esperando ver a cualquier no muerto salir por la puerta de la policía. Pero pasaron 10 interminables minutos y no hubo más que el silencio. Javi y yo nos miramos y decidimos a entrar. Pasé por debajo del marco de la puerta y entonces noté el silbido metálico y una quemazón cada vez más.
El sonido del percutor y de la bala rompiendo el aire e impactando contra mi hombro los oí después en sueños.

Día 13 (Parte I). Torrevieja Zombie.

Para llegar a la Avenida Habaneras conduje hasta la playa. Vimos el mar en calma de la playa de los locos. La carretera estaba extrañamente vacía de coches, y lo atribuí a que las personas de esta zona de Torrevieja habían tenido tiempo suficiente para coger el coche e intentar escapar. Espero que lo consiguiesen, pero muy en el fondo de mis pensamientos sé que no.
Continuamos por la avenida esquivando a zombies que salían de todas las calles al paso del ruido del motor del camión. No había pensado bien el plan. Muy propio de mí. Cruzamos la calle Bergantín, calle en la que antes vivía y que me trajo unos recuerdos ya olvidados, y frené en la entrada a la calle Arquitecto Larramendi. A nuestra derecha, la oficina de la Policía Local.
Nos rodeaban unos 25 zetas. Estaba claro que era peligroso adentrarse en una calle tan estrecha con el camión de bomberos, y mucho más atreverse a bajar de la cabina. Pero algo había que hacer.
- ¿Qué tal si usamos esto? - dijo Claire con un hacha en la mano y una sonrisa en el rostro.
- Si no hubiéseis gastado todos los cócteles Molotov ahora podríamos hacer algo - explicó Gema.
- Teníamos que hacerlo - respondió Asun -. De no haberlos gastado no estaríais aquí - encaró.
- Estaríamos en un camión mucho más seguro que esto.
- Sí, pero sin esto - volvió a decir Claire enseñando el hacha.
Yo dejaba que todo el mundo discutiese. Me fijé en el dato de que estábamos en un camión de bomberos. Cierto era que no podíamos pasar por encima de tantos zombies como antes. Y mucho peor... no había comprobado los niveles de gasolina.
Estábamos en reserva.
No sé para cuánto nos daría, pero estábamos bien jodidos. Si no hacíamos nada pronto se nos acabaría la gasolina y nos quedaríamos tirados como en una isla, rodeados de la nada. Solo que la nada eran cientos de zombies que te aseguraban un viaje directo a ultratumba. Empecé por parar el motor del camión.
- ¿Qué plan tienes? - me preguntó Javier alzando la cabeza.
- Tenemos que conseguir algo con lo que defendernos.
Bajé la ventanilla. El camión era lo suficientemente alto como para que los no muertos no llegasen con sus fríos brazos a la ventanilla. El ruido de bocas masticando el aire, gruñidos y jadeos; el olor a podredumbre y descomposición; y el sabor a muerte entraron por la ventana para instalarse en nuestros oídos, pulmones y lengua como un cáncer. Sin pensarlo dos veces saqué medio cuerpo por la ventanilla y me aupé sobre la cabina. Desde allí tuve una mejor visión de lo magnífico que era poder contar con un camión de bomberos en una situación de supervivencia como esta. Teníamos una escalera.
Me tumbé en el techo y me asomé por la ventanilla. Mari se había sentado en el asiento del conductor, así que le pedí que entrase en la calle y se colocase justo en frente de la comisaría.
- Despacio Mari pos Hita, que Adri está arriba y no queremos que se caiga - suplicó Javi.
A veces me parecía mi ángel de la guarda.
El camión giró sin problema y yo pude colocar la escalera mecánica con ayuda de los mandos sobre la ventana de encima de la Policía. Aunque era el mismo edificio, no parecía que perteneciese a la oficina. Me agaché de nuevo para asomar mi cabeza por la ventanilla.
- Si no he vuelto en media hora, idos.
- No digas gilipolleces Adrián - me cortó Javi -. Voy contigo
- ¡No! - fui tajante -. Tú llevarás el camión a una gasolinera en media hora si no he vuelto, ¿lo has entendido?
Javi lo entendió, pero Mari no. Ella me dio una bofetada en la cara que me dejó la visión nublada y el ánimo en el suelo.
- Él va contigo - finalizó Mari -. Y esperamos a que volváis.
Javi salió por la ventanilla y subió conmigo al techo.
Si hubiese sabido lo que pasaría tras aquella discusión nunca habría cedido a éste nuevo plan.

Día 12. Torrevieja Zombie.

El cóctel Molotov cayó sobre el parabrisas del camión, impregnando todo ello de gasolina y prendiéndose al instante. Salté rápidamente abajo sin preocuparme de los no muertos. Cogí del brazo a Gema y tiré de ella hacia fuera. Hice lo mismo con Mari, y lo intenté con Javier una vez más, pero estaba encerrado entre el humo. Miré una vez más a Claire, pero se había metido dentro del camión de bomberos. Javi comenzó a pitar desesperado. Estaba quedándose sin aire. El fuego cada vez más alto. El parabrisas a punto de derretirse por completo.
De repente el camión de bomberos dio un pitido largo y conciso. Dio marcha atrás y se puso al lado de nuestro camión. Sin pensarlo dos veces cogí el extintor del lateral del mismo y apagué el fuego del parabrisas. Estaba negro y no se veía nada. Javi consiguió salir por fin, tosiendo sangre.
La rabia y la furia me apoderaron y estampé el extintor contra la chapa del camión de bomberos. Lo tiré al suelo y seguí a puñetazos, centrándome en la puerta del copiloto. No había dolor. Solo ira. Estábamos perdidos sin camión.
Claire bajó del coche con una sonrisa sincera.
- Tranquilo, tranquilo - dijo -. No sabíamos que erais vosotros.
- ¿A quién cojones esperabas? - me enfrenté a ella -. ¡Has estado a punto de matarnos, jodida lunática!
Le di un puñetazo más a la puerta del copiloto justo en el momento en que otra cabeza asomaba por la ventanilla.
- Nos habéis asustado - señaló Asun -. Creíamos que erais los otros.
¿Qué otros?
- ¿Qué otros? - preguntó Gema
- Son unos gilipollas que van por ahí con armas de fuego creyéndose los reyes del mambo - contestó Asun.
- Y por lo que veo son peligrosos - continué yo.
- Nos dispararon sin miramientos cuando nos acercamos por la costa.
Mari intentó decir algo, pero nadie más que yo la oí. Fue algo que se quedó en mi memoria, pero que no conseguí descifrar hasta días después.
- Menos mal que está el camión de bomberos - dijo Asun -. Cabemos todos.
- ¿Cuál es el plan ahora? - me preguntó Claire en privado.
¿Otra vez yo? ¿No había otro?
- ¿Cuál era el vuestro? ¿Por qué quemar el instituto?
- Conseguimos encerrar a decenas de ellos dentro - narró Claire con la mirada sumida en oscuridad. No quise preguntar por aquella sombra que le rondó los ojos. No quería buscar una respuesta todavía.-. Pensamos que quitar de en medio a tantos zombies sería lo mejor para nuestra supervivencia.
- ¿Y vuestro siguiente paso?
- No teníamos
Genial.
Nos montamos todos en el camión, Claire al volante. Yo de copiloto y los demás en los asientos de atrás. El camión era amplio y cabíamos los seis. Claire arrancó y condujo hasta el Mercadona, dejándolo atrás. Carretera a la Mata. Miré por la ventana sin percatarme que abandonábamos la ciudad. ¿No tenía yo un plan?
- ¡Para! No podemos irnos aún de Torrevieja. No sin saber si hay alguien más vivo.
Les di un discurso. Un discurso en el que incluí mi plan. Y mi plan era coger las armas que encontraríamos en el único lugar en el que se me ocurría. La comisaría de policía. O una de sus oficinas. Recordaba una cerca de la avenida Habaneras que podría ser accesible. La oficina cercana al Carrefour la descarté de mi cabeza. Era demasiado grande. Demasiados zombies podrían estar rondando en su interior.
Fuimos para allá. El camino sería largo. Todo estaba abnegado. Todo era siniestro. Pero ya teníamos un plan en marcha.

Día 11. Torrevieja Zombie.

Aquella noche no dormí absolutamente nada pensando en todos los problemas que teníamos, todos los que superamos y todos los que vendrán. Pensando en algún plan que seguir. No quería pensar en ello, pero estábamos sobreviviendo gracias al camión, ¿y si el camión fallaba en algún momento? ¿Qué haríamos entonces? No teníamos ningún plan, sólo nos movíamos por la ciudad sin ningún objetivo aparente. Y no saber qué pasaría mañana me sacaba de quicio.
Perdí los papeles y me puse a golpear el volante llorando y gritando. Desperté a mis tres compañeros, totalmente asustados. Me estaba dando un ataque de ansiedad y no sabían qué hacer. Me hice polvo los nudillos de todos los puñetazos hasta que Javi me abrazó con toda su fuerza. Lloré hasta que todo el agobio salió de mi cuerpo en forma de lágrimas. Y una vez desahogado, pude pensar mejor.
Había encontrado armas.
Conduje sin decirle nada a nadie por la avenida Delfinas Viudes en dirección al IES Mare Nostrum, teníamos que evitar ir por el molino, ya habíamos visto todo lo que tardábamos sorteando coches y no muertos. Giré en la rotonda a la derecha y fue entonces cuando vi el humo. Humo negro que oscurecía el cielo y lo teñía de oscuridad. Conforme nos acercábamos al origen del humo el aire se volvía espeso e irrespirable. El humo procedía del Instituto Las Lagunas. Aparcamos en la parte de atrás del mismo, sin saber muy bien qué estaba pasando. La verja arrancada de cuajo y, en medio de las pistas de fútbol, un camión de bomberos. Sobre él, una persona arrojando botellas encendidas con una mecha sobre el instituto. Apuntaba a las ventanas con lo que parecían botes de gasolina y un pañuelo que hacía de mecha. Era una chica.
Pité para que advirtiera nuestra presencia. Se asustó un poco, pero se recompuso y nos miró con una sonrisa de oreja a oreja. No podía creer que fuese Claire. Nos saludó con la mano, no creo que fuese consciente de quiénes éramos.
Sonrió, encendió la mecha, y nos lanzó su último cóctel Molotov.

Día 10. Torrevieja Zombie.

Realmente no sabía si seguir buscando a Raúl o darlo por perdido. Ayer estuvimos buscándolo hasta que cayó la noche y no aparecía. Mari yGema nos contaron que se bajó de la cabina a reponer comida y agua de la cafetería del hospital, pero no volvió. Lo buscamos a él y a su posible cadáver andante, pero no encontramos más que la bolsa de provisiones llena en la barra de la,cafetería.
Ayer también le hice una cura rápida a Gema y le di unos antibióticos. Hoy le he cambiado el vendaje y parece que mejora. La fiebre se ha reducido y ya no tiembla.
Mari se había convertido en una niña. La situación le ha superado y no puede lidiar con ello. Se mueve por impulsos innatos, come y bebe por hambre y sed, pero ni muestra emociones ni sentimientos. Estoy muy asustado. Conociéndola, tan alegre y simpática, no la reconocía.
Javier me habló al oído en la cabina para que no le oyesen las chicas.
- Tenemos que salir por patas tío, no podemos estar aquí de por vida.
No sé quién me había convertido en el líder, pero no me gustaba ese rol. Cogí el volante y me puse en marcha. Dejando atrás el hospital me dirigí al Mercadona sin ningún plan en la cabeza.
- Por favor, quitadme esta ropa - se oyó en un susurro.
Frené y miré a mi derecha. Mari había hablado. Cómo no me he dado cuenta. Estaba cubierta de sangre y vísceras. Le di marcha al camión y llegué al Centro comercial Habaneras en tres horas y media. Sí, tres horas y media. No era fácil moverse entre los coches siniestrados y abandonados, las calles cortadas y las mareas de zombies que nos encontrábamos.
Miré a Javi, tocaba otra incursión en silencio. Mirando al Carrefour sentí que estaba dando vueltas idiotas por la ciudad sin nada que hacer. Pero me quité esa idea de la cabeza. Teníamos que ayudar a Mari.
Para atraer a todos los zetas posibles, antes de bajarnos empecé a pitar como un condenado. Y sí, como estáis pensando se me fue de las manos. Llegaron centenares de zombies por todos los lados, salieron del Ozone, del CC Habaneras, llegaron desde el Carrefour. En una ciudad en silencio el ruido se propaga por el viento con facilidad. Tocaba hacerse el héroe otra vez. Le pedí a Javi que tomara el volante y condujese hasta que los zombies estuviesen a unos metros de distancia del camión. Me bajé de la cabina y rápidamente me escondí entre los coches del parking del Lidl. Javi siguió pitando, alejándose él y los zombies. No, no pensé mucho el plan, pero funcionó.
Corriendo atravesé la calle y me metí en el centro comercial. Las puertas de los comercios estaban cerradas y sin electricidad, y podía ver a los zetas mirarme golpeando el cristal. Terrorífico. Seguí mi camino, hasta bajar a la planta inferior y meterme en el C&A. Cogería ropa para todos, por si acaso.
Me acerqué al mostrador con cautela. De detrás saltó una zombie sobre mí, pero tropezó y cayó de bruces contra el suelo. Yo, asustado, se me ocurrió tirarle encima la estantería de collares y baratijas que tenía a mi lado. Funcionaba momentáneamente. No tenía mucho tiempo. Cogí una de las bolsas grandes de la tienda y cogí lo primero que pillé de la tienda, tanto de hombre como de mujer.
Salí corriendo de la tienda. Subí las escaleras y llegué a la calle. Hice aspavientos al camión, aparcado lejos en la rotonda para que me recogiesen. No quería pasar un minuto más solo y en peligro.
Llegaron con un par de metros de ventaja sobre el centenar de no muertos que los perseguían. Gema mantenía la puerta abierta. Subí en marcha más rápido de lo que realmente jamás pensé.
Nos alejamos hasta llegar al parking del Gross Mercat, donde hicimos noche hace una semana Javi y yo. Mari agradeció la ropa nueva no sin antes hacernos dar la vuelta para no verla. Gema también se cambió, y Javi y yo nos pusimos unas camisetas idénticas.
La noche cayó y todos me agradecieron mi esfuerzo. Esto no era nada con lo que venía después.

Día 9. Torrevieja Zombie.

Tuve que interrumpir la escritura del día anterior. En el momento en el que apareció Mari tras ella llegaron una docena de zetas, arrastrándose por los suelos.
- ¡¡Socorro!! - gritó de repente.
No era un zombie. Iba exactamente igual que ellos, con sangre coagulada en el rostro y ropa y con una cojera visible. Pero no era una de ellos. En cuanto nos vio corrió hacia nosotros, yo le abrí la puerta rápidamente para que subiese. Sin que ella se diese cuenta, cuando le ayudé a subir le hice un respaso rápido por las zonas del cuerpo visibles para saber si la habían mordido o no. Parecía que no. Podíamos jugarnosla.
- He estado encerrada en el laboratorio 7 días - dijo nada más sentarse -. He salido porque os he oído llegar con el camión, no podía seguir allí.
- Tenemos que entrar en la farmacia, Mari - dije -. Quédate aquí y tranquilizate.
No podía decirle que estaba a salvo, porque no era verdad.
Raúl arrancó el camión y dio una vuelta a la rotonda haciendo que los no muertos que perseguían a Mari siguiesen su rastro. Una vez bastante alejados los no muertos, volvimos a bajar Javi y yo y meternos en la oscuridad del hospital. No había red eléctrica, todo estaba hecho un caos. Dimos unas vueltas de más por el hospital, no me acordaba del todo bien dónde estaba la farmacia al fin y al cabo.
Fuimos en completo silencio, los zetas parecían no oírnos y no les llamamos la atención hasta el último momento, en el que Javi tiró una camilla al suelo y tuvimos que salir corriendo sin tener todos los medicamentos en la bolsa como queríamos.
Una vez en la cabina del camión algo nos llamó la atención a Javi y a mí. Lo dijimos a la vez mirándonos uno a otro.
- ¿Dónde cojones está Raúl?

Día 8. Torrevieja Zombie.

- Buenos días, Grandullona
- Hola Pequeño
Me di cuenta de la sangre que llevaba Gema en el brazo aquella mañana al despertarla. Era un corte limpio en el bíceps que se había taponado ella misma con una camiseta y tapado debajo de la camiseta. Mis conocimientos en enfermería son limitados, pero cuando vi la herida al aire supe que estaba infectada. No de la misma forma que los zombies, claro está, pero sí infectada. Ahí caí en la cuenta de que aún estábamos expuestos a enfermedades y accidentes normales.
- ¿Cómo te has hecho esto? - le pregunté mientras le ponía un vendaje improvisado con una venda que había en el botiquín del camión.
- Al escapar de esas cosas... caí sobre un montón de cristales y...
Leía SOS en morse en cada uno de sus parpadeos.
- Tenemos que curar esta herida, Gema - le dije, y luego me dirigí al grupo -. Tenemos que encontrar medicamentos.
Miré a Raúl buscando una respuesta. Él era el mayor, y por ende, se convirtió en el líder de grupo. Estuvimos pensando todos juntos cuál sería la mejor manera de conseguir medicamentos. Una farmacia era lo más sencillo. Pero Gema había empezado a sudar y tiritar, y eso no nos daba mucho margen de tiempo. Sólo nos quedaba internarnos en el hospital más cercano que teníamos y robar algunas medicinas.
- Yo hice unas prácticas en el Quirón - dije en voz alta -. Y creo que aún recuerdo dónde está la farmacia del hospital.
Era nuestro mejor plan, y sin reticencia subimos la Avenida Asociación Víctimas del Terrorismo, cruzamos por el puente la carretera nacional y nos plantamos en la puerta del Quirón. Para nuestra suerte, estaba inusualmente vacío. La llegada de los zombies a Torrevieja fue tan inesperada y descontrolada que no dio tiempo a crear los puntos de reunión en los hospitales que siempre se leían en los libros. Raúl aparcó el camión cerca de la puerta, pero no tanto como para quedarnos atrapados en el techillo de la entrada. Fue en ese momento en el que me sentí completamente desprotegido, sin armas ni manera de defendernos. Pero había que hacerlo.
Bajamos Javi y yo del camión. Rompimos con la papelera el cristal de la puerta y corrimos de nuevo a la cabina en espera de que el ruido atrajese a los zetas. Y así fue. De dentro del hospital apareció una muchacha enfundada en un uniforme blanco, la cara llena de sangre y andares sospechosos.
La reconocí en cuanto el sol le cayó en los hombros y pude ver sus rasgos.
- ¿Qué haces aquí, Mariposita? - grité con el corazón en la garganta.
(...)

Día 7. Torrevieja Zombie.

El día anterior me había quedado completamente en blanco. Le dije a Raúlque pasaríamos la noche cada uno como estábamos, en la relativa seguridad de nuestros escondites, y al día siguiente pondríamos en marcha un plan que aún no estaba pensado.
La mañana llegó con un calor pesado. Dentro de la cabina el olor a sudor se mezclaba con el calor y los nerviosismos del momento. Tenía un plan. Me había pasado toda la noche pensando en un plan que no sabía si iba o no a funcionar.
Me puse a los mandos del camión y me abrí paso hasta la rotonda con el pirulí de Torrevieja. Giré a mano izquierda y luego otra vez a la izquierda para situarme detrás del instituto. El Palacio de los deportes Infanta Cristina lanzaba gritos demoníacos desde su interior. No quería ni imaginarme qué clase de bichos había ahí dentro. Y mucho menos cuántos. Dirigí al camión hacia la verja corredera por donde antes entraban los profesores, cogí todo el impulso que pude y me la jugué a una carta. Si la puerta no cedía nos quedaríamos sin camión y sin esperanzas por sobrevivir.
Menos mal que la puerta, vieja y oxidada, cedió sin ningún problema.
Me abrí paso lentamente entre los zetas que se nos habían echado encima, tomé la curva a la derecha, pasé por encima de los postes para dejar las bicicletas (donde había dejado cientos de veces la mía cuando iba al instituto), y me planté con el camión en la puerta del instituto empujando a paso de tortuga a los zombies que esperaban que tanto Raúl como la otra persona se cayesen para devorarlos. El ruido ensordecedor de los zombies apagaba el del camión.
Llamé a Raúl por teléfono. El único plan que se me había ocurrido era ponerme debajo con el camión, que saltasen al techo, que aguantasen ahí como pudiesen hasta que llegásemos a un sitio seguro para que se pudiesen meter en el interior de la cabina. Raúl no dijo nada cuando se lo conté a él. Simplemente estuvo de acuerdo. Supuse que a él no se le ocurrió por la noche uno mejor que ese.
Me acerqué lo más que pude al edificio con algunas maniobras y esperé sus saltos. Utilizaron cuerdas que cogieron del gimnasio en algún momento (a Raúl se le veía preparado para cualquier situación) para que la operación fuese segura. Raúl saltó primero, se colgó de la cuerda y lo oí caer en el techo. Se inclinó sobre el parabrisas para darme su ok. La otra persona hizo exactamente lo mismo, también se colgó de la cuerda y cayó en el techo de la cabina sin ningún problema. Nadie diría que fuese una operación tan complicada y peligrosa, pero salió excesivamente bien. La segunda persona también se inclinó sobre el parabrisas para darme su ok.
- No puede ser verdad - dije cuando la vi.
Y allí estaba ella, Gema con su dedo pulgar apuntando al cielo pero con una mirada de miedo intenso.
Con más cuidado que antes me abrí paso entre el ejército de cadáveres y volví sobre mis pasos. En cada bache me paraba, avisaba de unas posibles turbulencias, se agarraban y entonces continuaba. Tardamos cuatro horas en todo el proceso de carga y salida del instituto.
Una vez fuera pude coger un poco más de velocidad. Me metí junto a la escuela de Idiomas en dirección al Hospital Quirón. Supuse que en la Avenida Asociación Víctimas del Terrorismo habría poca gente, y en cierto modo no me equivocaba. Gente no había. Sí unos cuantos zetas nos perseguían a lo lejos. Pudimos parar cerca de la explanada que había en la avenida para hacer el rápido intercambio. Al otro lado se veía el Auditorio Conservatorio de Torrevieja observándonos. Gema y Raúl bajaron rápidamente por el parabrisas y bordearon la cabina para entrar por las puertas que ya teníamos abiertas.
De debajo del camión apareció una mano que cogió a Raúl por el tobillo. El zombie se había quedado enganchado en la suspensión, y ahora aparecía por sorpresa. Raúl cayó de espaldas al suelo y lanzaba patadas al aire para librarse de la prisión de esa mano fría, pero no conseguía liberarse. El zeta comenzó a salir de su escondrijo, no tenía piernas, seguramente se las habíamos amputado con las ruedas, pero lanzaba bocados al aire. Cerca de la pierna de Raúl.
Sin pensarlo muy bien cogí la llave inglesa con la que Javi me salvó la vida y me bajé del camión. Con todas las fuerzas del mundo la alcé al aire y la empotré contra el cráneo del atacante. Estalló como estalla un globo de agua. Raúl se liberó por fin de los dedos del zombie y subimos todos al camión.
No hubo ni saludos ni abrazos ni nada. La situación era de supervivencia, y no había tiempo siquiera para eso.
- Aquí estamos seguros - declaró Javi con la intención de romper un poco el hielo -. Los zombies no hacen más que dar unos golpes en la chapa.
Golpes terroríficos, pero podría ser peor. Y al final acababas acostumbrándote.
Se hizo la noche en completo silencio. Los cuatro nos quedamos pensando en el siguiente paso, pero nadie se atrevía a hablar. Organizamos los turnos de guardia, mientras dos dormían, otros dos vigilaban. Los que dormían se ponían en la parte trasera de la cabina del camión, los vigilantes uno de conductor y otro de copiloto.
Habíamos sobrevivido a otro día.