miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 6. Torrevieja Zombie.

Quienes me conocen bien saben que para mí un dolor de cabeza no es más que el pan de cada día. Cuando me desperté una punzada de dolor se me clavó en el encéfalo. Un dolor que nunca antes había sentido. Dolor que me acompañó durante dos semanas enteras.
Cuando caí en la gasolinera di con la nuca en el asfalto, y quedé inconsciente durante unas horas. Los dos zetas que me perseguían se me hubiesen comido allí mismo de no ser porque tengo un ángel de la guarda, llamadoJavier, que buscó algo dentro de la cabina para protegerme. Cogió una llave inglesa de unos 5 kilos y se lió a batazos con los zetas antes de que pudiesen poner sus podridos dientes en mi carne.
Aún no sé cómo consiguió meterme de nuevo en el camión...
Me desperté con los primeros rayos de la mañana. Había estado medio día durmiendo. Estábamos en frente del instituto Las Lagunas, en el parking del Lidl, con las puertas cerradas y rodeados de no muertos. Javi comía un Kit Kat mientras miraba por el parabrisas a lo alto del edificio principal del instituto.
- ¿Qué hacemos aquí? - pregunté confuso y aún despertando de un sueño profundo. En aquel momento deseé que todo hubiese sido una maldita pesadilla.
- He visto señales de humo
Miré a donde él miraba. Dos personas hacían aspavientos con los brazos y una pancarta en la que se leía SOS. Una columna de humo negro a su lado.
- Necesitan ayuda - dije.
- Te he traído hasta aquí - contestó Javi -. Eres tú el que piensa los planes. Piensa uno y lo haremos.
El problema era que nos encontrábamos en mitad de un mar de zombies. Unos 50 ó 60 contando a groso modo. No habría problema en salir de allí, simplemente tendríamos que ponernos en marcha y los zombies se apartarían poco a poco. Pisaríamos algún que otro hueso, pero nada importante. El problema real era llegar al edificio de Las Lagunas. La valla del patio sí que no podíamos atravesarla con el camión, y lo que es peor, tampoco el océano de zetas que se amontonaban debajo del edificio. Unos 200. Quizá todos menores. Qué preciosa vuelta al cole.
Se me ocurrió algo, al menos para comunicarnos. Busqué en la cabina algo que sirviese de pancarta. Encontré una sábana blanca. Con un bolígrafo que saqué del parasol del asiento del conductor escribí con letras grandes y gruesas mi número de teléfono. Sólo quedaba esperar que las líneas siguiesen activas y que aquellas personas tuviesen teléfono móvil. Pusimos la pancarta en mitad del parabrisas por la parte de dentro, tapándonos la visión durante unos minutos.
Fueron los diez minutos más largos de mi vida. Me parecieron horas. Mi teléfono sonó. "Highway to hell" de tono de llamada. Apropiado. Miré la pantalla y cogí el teléfono.
- ¿Pero qué narices? - dije en voz alta al oír la voz -. ¿Raúl Johansson?

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