miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 1. Torrevieja Zombie.

Los estábamos esperando desde hace mucho. Son cientos de libros los que hay escritos sobre el tema, pero nadie le dio importancia hasta que fue demasiado tarde. En Torrevieja no se puede andar ya por las calles, y eso que sólo es el primer día. Estamos encerrados en el ático del Carrefour cinco personas. No sé si somos los únicos supervivientes, pero bajo nuestros pies se oye una jauría de esos bichos que no mueren. Ni respiran, ni sienten, ni padecen. Sólo hacen ruido. Sólo comen. A Javier Alejandro Fuenzalida se le ocurre la idea de mandar señales de humo. ¿Pero a quién? Quizá sólo alertásemos a más de ellos, y no queríamos tener a toda la puñetera ciudad ahí abajo con ganas de mordernos el culo.
No tenemos armas, la comida nos sobra de momento, pero por cuánto tiempo. ¿Qué tenemos que hacer? Me pongo a pensar en cómo ha pasado todo esto, pero no consigo hallar el origen. Como digo, son demasiados libros de Zetas los que hemos leído todos. De hecho creo que tengo uno en la mochila que perdí subiendo al Carrefour.
Internet todavía funciona. No sé muy bien cómo, pero funciona, aunque no sé durante cuánto tiempo más. Por eso envío este mensaje al mundo.
Los zombies no son como los pintan en todos los lados. Son mucho peores. Su olor es a descomposición, podridos y llenos de gusanos. Eso los más antiguos, los que han salido de sus tumbas removiendo la tierra que los encerraba. Los zombies nuevos tienen heridas supurantes y sangre negra coagulada en el lugar donde los mordieron.
Hay una mujer a la que conocía ahí debajo, con los brazos extendidos hacia el cielo intentando llegar a mi altura. Era bajita, de unos treinta años, nunca llegué a preguntarle la edad, y de cabello moreno. Tiene media garganta desgarrada, se le ve la tráquea y la parte superior del pulmón izquierdo. Me pone los pelos de punta. Sus ojos. Sus ojos son tremendamente penetrantes y oscuros. Me quedo mirándola, sé que ya no hay nada ahí de lo que ella fue. Esto es demasiado...

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