miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 8. Torrevieja Zombie.

- Buenos días, Grandullona
- Hola Pequeño
Me di cuenta de la sangre que llevaba Gema en el brazo aquella mañana al despertarla. Era un corte limpio en el bíceps que se había taponado ella misma con una camiseta y tapado debajo de la camiseta. Mis conocimientos en enfermería son limitados, pero cuando vi la herida al aire supe que estaba infectada. No de la misma forma que los zombies, claro está, pero sí infectada. Ahí caí en la cuenta de que aún estábamos expuestos a enfermedades y accidentes normales.
- ¿Cómo te has hecho esto? - le pregunté mientras le ponía un vendaje improvisado con una venda que había en el botiquín del camión.
- Al escapar de esas cosas... caí sobre un montón de cristales y...
Leía SOS en morse en cada uno de sus parpadeos.
- Tenemos que curar esta herida, Gema - le dije, y luego me dirigí al grupo -. Tenemos que encontrar medicamentos.
Miré a Raúl buscando una respuesta. Él era el mayor, y por ende, se convirtió en el líder de grupo. Estuvimos pensando todos juntos cuál sería la mejor manera de conseguir medicamentos. Una farmacia era lo más sencillo. Pero Gema había empezado a sudar y tiritar, y eso no nos daba mucho margen de tiempo. Sólo nos quedaba internarnos en el hospital más cercano que teníamos y robar algunas medicinas.
- Yo hice unas prácticas en el Quirón - dije en voz alta -. Y creo que aún recuerdo dónde está la farmacia del hospital.
Era nuestro mejor plan, y sin reticencia subimos la Avenida Asociación Víctimas del Terrorismo, cruzamos por el puente la carretera nacional y nos plantamos en la puerta del Quirón. Para nuestra suerte, estaba inusualmente vacío. La llegada de los zombies a Torrevieja fue tan inesperada y descontrolada que no dio tiempo a crear los puntos de reunión en los hospitales que siempre se leían en los libros. Raúl aparcó el camión cerca de la puerta, pero no tanto como para quedarnos atrapados en el techillo de la entrada. Fue en ese momento en el que me sentí completamente desprotegido, sin armas ni manera de defendernos. Pero había que hacerlo.
Bajamos Javi y yo del camión. Rompimos con la papelera el cristal de la puerta y corrimos de nuevo a la cabina en espera de que el ruido atrajese a los zetas. Y así fue. De dentro del hospital apareció una muchacha enfundada en un uniforme blanco, la cara llena de sangre y andares sospechosos.
La reconocí en cuanto el sol le cayó en los hombros y pude ver sus rasgos.
- ¿Qué haces aquí, Mariposita? - grité con el corazón en la garganta.
(...)

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