miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 15 (Parte II). Torrevieja Zombie.

Los Z. Así los empezó a llamar Claire. Y yo no hice más que recordar sus palabras mientras los veía inmóviles en el centro de la Plaza de la Constitución. Estaba muerto de miedo viendo a aquellas cosas que un día fueron personas, tambalearse a merced del letargo, esperando el momento adecuado para lanzarse sobre cualquier cosa que se moviese y pudiesen llevarse a la boca.
Y mis secuestradores querían abrirse paso a tiros. Lógicamente yo no estaba por la labor. Me imaginé en el centro de la plaza rodeado por los cuatro puntos cardinales de zetas y el corazón se me salía por la boca. Comencé a segregar adrenalina por cada poro de mi piel. O tal vez era miedo en forma de sudor. El cabecilla dio la orden de protegerme a toda costa. No sé quién se pensaría que era yo, pero tampoco me sentí más seguro con esa orden. No tenía nada con qué protegerme, y tenía que confiar mi vida a unos señores que me habían dado palizas de muerte. Qué ironía.
Los cuatro encapuchados y el jefe se pusieron en círculo dejándome en medio. Me dio tiempo a pensar que como nos encontraron en una oficina de la policía local es probable que se creyesen que yo era un policía y que, por tanto, tendría acceso fácil a lo que ellos estaban buscando.
- Qué imbéciles - se me escapó el lamento.
Por suerte no me oyeron. Salimos de la esquina en nuestra formación de asalto particular y comenzaron los tiros. Estar en medio de 3 pistolas de nueve milímetros y dos fusiles no es para nada acogedor. El sonido era ensordecedor y podías sentir tu cuerpo temblar con cada disparo.
Los muertos de toda la plaza salieron de su letargo. Yo me imaginé que con el ruido que estábamos haciendo, hasta los zombies de cinco o seis manzanas más allá del Ayuntamiento se acercarían a la zona para curiosear. El contador de esperanza estaba en números negativos.
Poco a poco los zetas iban cayendo con un agujero en la cabeza. No nos habíamos movido más que unos cinco metros, ni siquiera habíamos subido los escalones a la plaza, y ya sabíamos todos, incluido el loco jefe, que sería imposible continuar de aquella manera. Nos dimos la vuelta rápidamente y rompimos a correr como locos. Centenares de zombies nos perseguían con ruidos cada vez más espeluznantes. El que más me ponía la piel de gallina era el castañetear de la mandíbula, como anunciando que masticarían nuestra carne y la saborearían con gula.
Nos parapetamos en la esquina de la tienda Rumbo. Fue entonces cuando el jefe y toda su cuadrilla tiraron las armas al suelo. Asustados levantaron las manos. No me di cuenta de qué estaba pasando porque estaba pendiente de los zombies, pero cuando me di la vuelta no pude evitar sonreír.
Raúl apuntaba con una escopeta de dos cañones a la cabeza del cabecilla que me tenía secuestrado. A su lado, Javier y Claire hacían lo mismo con una pistola en cada mano con las cabezas de los cuatro encapuchados, yMari detrás de ellos con una mochila a la espalda recogía las pistolas y fusiles que los secuestradores habían tirado al suelo.
- Os besaría si no tuviésemos prisa - dije sonriendo -. Pero tenemos que salir de aquí.
- ¿Qué hacemos con estos? - preguntó Claire.
Cargué el brazo del hombro herido con toda la ira del mundo y lo descargué en la cara del cabecilla en un puñetazo bestial. Casi me rompo la mano.
- Déjalos aquí - contesté mirando a los ojos de mi secuestrador -. Tienen piernas y pueden escapar corriendo. Eso sí, en aquella dirección - dije señalando hacia donde venían los zombies.
Nunca creí que podía ser tan cruel. Pero había estado a punto de morir en demasiadas ocasiones por culpa de aquellos idiotas. Se pusieron a correr y giraron por la calle del Bankia a la izquierda, pasando por la chocolatería, hasta que los perdimos de vista.
Los zombies se habían separado en dos grupos. Unos se preocuparon de seguir a los cinco hombres que corrían despavoridos, el resto seguía persiguiéndonos. Por suerte, su paso era lento. Pero jodidamente continuo. No había nada que los detuviese, ni siquiera el cansancio. Y yo estaba realmente cansado.
- Un último esfuerzo, tío - me animó Javi -. Vamos a tu casa.
Trotamos volviendo por Ramón Gallud. Raúl iba en cabeza y a cada calle que cruzábamos miraba una y otra vez hasta que se aseguraba de que estaba despejada. Llegamos al portal de mi casa. Empujamos la puerta de metal y detrás de ella Gema me recibió con un abrazo y Asun con una sonrisa sentada en las escaleras. Me senté junto a ella. Me estaba mareando. Me habían bajado las pulsaciones de golpe, y la adrenalina se había evaporado.
Oí unos pasos bajar las escaleras. Temí por la seguridad del grupo, pero estaba muerto de cansancio y comenzaba a desmayarme. Me abandoné a los brazos de Morfeo cuando un hombre vestido de soldado y con unas gafas de sol me habló para tranquilizarme. No lo reconocí, pero mi hermano Mario estaba detrás de aquellas gafas.

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