viernes, 15 de julio de 2016

Día 23. Torrevieja Zombie.

Solos en mitad de un infierno.

Javier y yo nos habíamos quedado mirando cómo el furgón subía la avenida del Paseo Vistalegre y empezaba a atraer a las primeras oleadas de zetas. Claire, desde arriba del furgón, disparaba con una puntería increíble a las cabezas de los muertos vivientes, dejando un reguero de sangre negra. Aris se descojonaba detrás de nosotros mientras todo el edificio empezaba a arder.

- Creo que no habéis pensado bien lo que estáis haciendo – dijo mientras se le escapaban lágrimas de la risa.

Me quedé pensando con la mirada fija en él. Tenía ganas de partirle la boca, pero me las guardé para mí. Estaba claro que Aris no era así, lo conocía de toda la vida, el estrés por el que tenía que estar pasando le había superado y lo transformaba en esa arrogancia y mala educación. Me acerqué a él mientras me miraba riéndose de mí. Me arrodillé a su lado y, sin más, le abofeteé los dos lados de la cara hasta que dejó de reír y sus lágrimas se agotaron. Y luego, simplemente, le abracé.

Más adelante, a la altura de la fuente de la Plaza Waldo Calero, el furgón se detenía frente a una horda de zetas enorme. Debía haber casi dos centenares. Asun y Claire prepararon botellas explosivas y las lanzaron en mitad de la jauría, pero no era del todo suficiente. Raúl cubría la retaguardia disparando a los zombies rezagados, Gema y Mari reponían la munición, que a esas alturas ya estaba escaseando mucho. Mario se abría paso entre los zombies demostrando su habilidad para conducir vehículos pesados mientras disparaba por su ventanilla, con mucha menos puntería de la que estaría orgulloso a reconocer.

Pero Álex no hacía nada. Estaba sentado en el asiento del copiloto recogido en sí mismo. Retraído en una introspección solemne.

A lo lejos, por encima de las gargantas de los zetas con sed de sangre, y sin el ruido común al que estamos acostumbrados que pudiese ocultarlo, aún tañían las campanas de la Parroquia del Sagrado Corazón.

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