viernes, 21 de noviembre de 2014

Emborrachaos

Emborrachaos, coño
emborrachaos y vivid del morro de otra persona que lucha por salir del lodo.
Emborrachaos con vuestra propia miseria alcoholizada 
y reíos del que no tiene nada y jamás lo tendrá. 

Emborrachaos, ocultad la verdad bajo una máscara de ginebra y tónica
mientras que por mi garganta afónica sólo corre la cómica farsa de una saliva estoica.
Sentid la falsa euforia que el whisky os otorga
emborrachaos, coño, es un privilegio que sea legal esta droga.

Emborrachaos, borrad de vuestra memoria
esas sórdidas pesadillas tan reales 
y comprad una irreal sensación de victoria
cuando la derrota y la adversidad seguirán siendo vuestros pesares.

Besad la botella de vodka con labios de demonio caído,
y dejaos los cinco sentidos en vaciar hasta su última gota.
Quedaos a solas, con esa moda tan ridícula
yo y mi cuadrícula, y mi antigua sensación de malestar,
asidua y persistente cuando se trata de hablar del mal
seguiremos en contra de vosotros.
Emborrachaos, coño,
emborrachaos y vivid solos sujetando esa botella de formol,
pues no sabéis vivir sin alcohol,
y seguís el son del olor a champán
formando un grotesco show 
en el que nadie puede entrar,
y por tanto, nadie puede amar.


Emborrachaos, y dejad de ver el sol.

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte III). Torrevieja Zombie.

El plan seguía en pie. Con la trampa de mi hermano Mario había conseguido acorralar a los zombies en el ascensor y matar a los que habían conseguido entrar por el portón de metal, pero era cuestión de minutos que consiguiesen entrar decenas de zetas más. Cogimos mesas, sillas, sofás y todo lo que pudimos de las casas de los vecinos y taponamos las escaleras. Pero haciendo esto nos cortábamos nosotros también la salida. Teníamos que conseguir salir de aquel edificio o acabaríamos muertos. O no muertos, que era peor.
El plan se le ocurrió a Asun. Y a mí me pareció una idea brillante. No podíamos salir por el ático a edificios contiguos. Una mala sujeción o una mala caída nos dejaría a merced de los no muertos. Pero podíamos hacer un agujero en una de las paredes del edificio para colarnos en el contiguo y buscar por ahí una salida. Habíamos estado en esa misma calle que ahora estaba atestada de zombies días atrás, y habíamos podido comprobar que la tienda del piso inferior estaba cerrada a cal y canto. Así que decidimos probar suerte. Cogimos martillos de todas las casas, y una maza de mi hermano Mario, y la emprendimos a golpes con la pared del primer piso que daba al edificio de al lado. No tardamos en hacer un boquete, y abrirlo lo suficiente como para caber todos sin dificultad.
Fui yo el primero en internarme en el edificio nuevo. Era una tienda de ropa de dos plantas. Cogí una pistola y apunté a la oscuridad. No entraba ni un rayo de luz de la mañana. Gema me pasó una linterna por el hueco, y aproveché para decirles que esperaran. Encendí la linterna y vislumbre la tienda vacía. Algo no iba bien, y no sabía aún qué era. Busqué en la más absoluta soledad por cada rincón del primer piso de la tienda, miré detrás de estanterías e incluso dentro de los probadores, y no encontré nada. Pero temía bajar a la planta baja, llena de maniquís y ropa con la que confundirse. Me armé de valor y puse los pies en la escalera para empezar a bajar.
Cada paso en el metal de la escalera resonaba en la tienda como picos de metal. Si hubiese algún zeta por aquí hace ya rato que habría salido a atacarme, pensé. Pero seguí con la pistola apuntando hacia adelante y la linterna debajo, posición que tan bien queda en las películas pero que yo no acababa de cogerle la comodidad.
De repente me di cuenta de qué era lo que estaba mal. Esta tienda por lo menos debía estar cerrada dos semanas. Tiempo suficiente para que la humedad típica de Torrevieja se instalase y se encerrase entre aquellas paredes. Pero allí no olía a cerrado. Olía a sudor. Olía a lo mismo que olíamos nosotros. Vi una sombra corretear por el rabillo del ojo y giré rápidamente en la misma dirección. Ahí había alguien. Sujeté el arma con más fuerza y apunté hacia donde se había escondido la sombra. Me acerqué lentamente hasta un armario para mirar detrás. Había una persona. Le apunté a la cabeza con la linterna, pero estaba de espaldas, echa un ovillo de miedo y acurrucada en sus rodillas.
Fue entonces cuando sentí el frío tacto del metal en el nuca.
- Como te muevas esparzo tus sesos por la pared - dijo una voz que me sonaba muchísimo.
Pero la jugada de aquellas personas no salió como planearon. Claire apareció para ponerle también una pistola en la nuca a mi captor.
- Inténtalo, hijo de puta - susurró Claire, terrorífica. Tras ella llegaron Gema, Mari, Asun, Javier, Mario, y Raúl, con linternas y antorchas que iluminaron la estancia.
Y allí estábamos: yo apuntando a un rincón tras un armario a una persona escondida en sí misma, una voz apuntando a mi sien, y a su vez, Claire apuntándo a aquella persona.
- Vamos a tranquilizarnos - dije levantando los brazos y apuntando la pistola al techo - no vamos a haceros daño.
Al mismo tiempo dejé de sentir la presión de la pistola en mi cabeza, y pude volverme para ver a aquella voz que me amenazó.
- Me alegro mucho de verte, Álex.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Nudo en la garganta

Perdido. Bajo un manto de nieve que entumece mis músculos, apaga mi respiración y congela mi llanto. Y un nudo en la garganta. Que no me deja respirar, que me mantiene aquí quieto sin poder salir de un agujero que he cavado, pero en el que nunca quise entrar. Y no sé por qué. Y lo único que me alivia, a veces, es explotar en incontrolado lloro; pues sentirme presa del lobo me enloquece, sentirme el raro al abrir los brazos cuando el viento mece, me estremece.  Y un nudo en la garganta. Que aprieta mis gritos, y agrieta mi coraza que me mantiene al margen, sintiéndome un cobarde por no hacer lo que todos hacen, y abastece mi ignorancia, y mi arrogancia decrece. Y me siento insignificante con un nudo en la garganta.

¡Pero ya no! Me miro las manos y siento que algo me hace único y especial. Mi huella dactilar me hace único en esta ciudad que me agita como mota de polvo. En nuestros dedos tenemos una prueba de oro de que somos únicos, que no necesitamos público, que allí donde vayamos dejaremos una marca de identidad, que ni el tiempo ni cualquier estúpido podrá borrar.

Es entonces cuando pienso que nuestra mente es un arma de doble filo. Aprende, razona, evoluciona. Pero también te mantiene en vilo y te hace dudar de cuál es tu sitio, y te adentra en un estado depresivo que no sabes si vas a superar. Pero lo haces, porque el tiempo a veces juega a tu favor, porque el nudo en la garganta se desata, y te sientes limpio, humano, el centro de tu universo, más vivo y con más razón. El tiempo pasa y el dolor mengua, y empiezas a darte cuenta de que necesitabas tu momento de angustia, de que estabas en deuda contigo mismo, que te debías cuidarte, y fue cuando no sentías ni los sabores en tu lengua cuando diste el paso adelante en el camino, y aprendiste a valorarte a ti mismo. A mimarte. A llorar cuando lo necesitabas y a reír cuanto más podías. A hacer lo que necesitas. Ya no hay coraza ni agujero en el suelo, ni arrogancia, ni ignorancia. Tan solo vida.

Y de repente te sorprende que cuanto más vivo te sientes, cuanto más fiel a ti mismo eres, descubres a gente que piensa igual que tú. Y te abres a conocer el mundo gris que creías apagado y lo conviertes en un arcoíris sin fin del que ya no puedes desprenderte.
Y entonces sonríes. Y el nudo en la garganta desaparece.


martes, 11 de noviembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte II). Torrevieja Zombie.

Gema me había salvado la vida. Pero me había empapado de sangre coagulada y vísceras de aquel pobre hombre. No se lo dije a ninguno, pero al menos síntoma de pesadez, a la menor sospecha de que estuviese muriendo y convirtíendome en uno de esos zombies por solo haber tocado su sangre, me metería la pistola en la boca y acabaría con tanta tontería.
No se veía muy bien. Eran las doce de la noche y sólo nos alumbrábamos con unas linternas a las que temíamos se les acabasen las pilas. Empezamos a bajar la escalera pegando tiros a todo el que subía. Zeta tras zeta íbamos bajando. Lentamente. Jodida y espeluznantemente lento. Asun estaba poseída. Le reventó la cabeza de un escopetazo a una mujer vestida de traje y corbata que se arrastraba por los escalones, e inmediatamente después llenó de plomo a un hombre muy corpulento que iba detrás de ella. Claire y Javier disparaban por el hueco de la escalera, y Mari les repartía cargadores a todos cada vez que uno lo pedía. Parecía que llevaban años haciendo aquello, pero supuse que sus ganas de sobrevivir eran tales que su eficiencia y eficacia eran máximos. Bendita adrenalina.
Raúl iba a la zaga. Estaba muy débil aún, pero yo supuse que no se convertiría en uno de ellos. Si no lo había hecho ya, no lo haría nunca. Sujetaba una linterna realmente grande que teníamos guardada en casa, e intentaba iluminar la zona lo mejor que podía.
El estruendo que forman una escopeta y tres pistolas en el pasillo y escaleras de un edificio es inmenso, pero no es para nada comparable a lo que vino después. Mario se volvió completamente loco. Lo supe al ver sus ojos, inyectados en sangre y fuera de sus órbitas. Jamás lo vi así antes. Su vara de metal en la mano y una mochila al hombro. Introdujo el extremo afilado de la vara entre la ranura de las dos puertas del ascensor, puso su cuerpo como tope para que no se cerrara y miró hacia abajo. Efectivamente, una docena de zombies estaban encerrados en el hueco del ascensor. Pensé en cómo habían conseguido llegar hasta allí, pero me interrumpió la sonrisa brillante de Mario. Entonces lo supe. Les había tendido una trampa. Mario cogió de nuevo su vara y se rajó la mano izquierda para después dejar caer gotas de sangre sobre los zombies dos pisos más abajo.
- Dame fuego - me dijo.
Arranqué la mochila de las manos de Mari y busqué enloquecido un mechero aún con la poca luz que reinaba. En su lugar encontré cerillas, me valía. Me acerqué con ellas a Mario y pude ver lo que él veía. En el hueco se apelotonaban cada vez más zombies, la sangre que había tirado hacia abajo había congregado a una decena de zombies más. Entonces sacó de su propia mochila un bote exactamente igual al que un día había estallado contra el parabrisas del camión en el que estaba. Miré a Claire y ella me devolvió una de esas sonrisas que te dicen que todo va a ir bien. Le prendí fuego a la mecha hecha con un trapo y Mario lo tiró para abajo.
El ruido de los disparos se apagó por completo para mi. Sólo oía los gemidos y chillidos de los zetas que estaban quemándose en el hueco del ascensor. No sé cuánto tiempo pasé viéndolos arder. Incluso le cambié el sitio a Mario, que se fue a seguir disparando junto a los demás, para poder seguir contemplando la (no) belleza de aquel espectáculo.
Perdí la noción del tiempo. Y Asun se acercó a mí por la espalda para llamarme. Pero yo no hacía caso. Sólo tenía ojos para ver los cadáveres convertirse cenizas. Tuvo que abofetearme para sacarme de mi propio limbo. No se lo dije a nadie, pero creí morir viendo aquel espectáculo.
- Ya hemos acabado con todos los que han conseguido entrar - me informó Asun -. Me he cargado como a unos veinte.
Sonreí mecánicamente. Me quité de las puertas del ascensor y estas se cerraron rápidamente detrás de mí. Parecía que estábamos a salvo una vez más. Pero el día no había hecho más que comenzar. Miré el reloj y marcaba las 8 de la mañana.
- Mataría por un cigarrillo - dijo Asun sacándome de mis pensamientos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Voluntariado

No es sólo la alegría que se siente
al verlos sonreír sin temor,
también es esa sensación que sientes
cuando te dan las gracias con el corazón.

Ya no hablo solo de sentimientos ni coraje,
que los hay a raudales.
Hablo de crecer, de aprendizaje,
de renacer en nuevos caudales.

Hablo de sonrisas puras,
de noches en vela en madrugadas,
de equipos cojonudos
que no son monitores... son ángeles de la guarda.

Hablo de esa energía que se genera en las entrañas
cada vez que alguien te agradece tu apoyo con la mirada.
Hablo del cansancio que se evapora
cuando una vocecilla te pide su ayuda ahora.

Unos piensan que es un trabajo muy duro,
Pero qué vamos a ser su última esperanza
Algo que he aprendido con ellos seguro:
Pues es a luchar para que haya más semejanzas.
Soy una persona nueva, como ellos un luchador
Ahora soy yo el usuario y ellos mi monitor.

Ay… qué haría yo ahora sin UPAPSA
qué haría sin haber conocido a Marta
o a Alba, o a Isabel o a Marina,
o a Ángela, o a Antonio, o a Estefanía.

Qué haría

Qué haría yo en mi ignorancia
sin darle ninguna importancia
a cada detalle, a cada momento, a cada instancia
que por suerte he aprendido en mi estancia.

Qué haría

Una vez alguien me dijo a deshoras
que me engancharía a esto como a una droga,
que me cambiaría la forma de pensar y vivir,
y que “nunca pierda mi espíritu, porfa plis”.

Así lo dijo ella y así lo haré.
Sé que no soy nadie para decirlo
pero he aprendido a vivir sin adjetivos.



domingo, 2 de noviembre de 2014

Oda a la patata

Da igual que sea frita, asada o hervida
su cuerpo carnoso respira vida,
insufla vitalidad al día,
en su cuerpo almidonado o en su semilla.

Mi tubérculo favorito
aquel que hace de feudos mitos,
qué rica está en los cocidos,
o acompañando al chorizo y al huevo frito.

Da igual que sea amarilla, roja o negra
la papa el fiera, la papa es buena.
Da igual pelada, en bolsa o entera,
para mí la patata es eterna.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte I). Torrevieja Zombie.

Aquel día no comenzó de madrugada al despertar. Aquel día comenzó a las doce de la noche. La noche de los no muertos. Un alboroto en la calle hizo que todos nos reuniésemos en el balcón para descubrir por qué los zombies se comportaban así.
Y no era más que porque habían conseguido tirar la puerta abajo y entrar en el edificio.
Rápidamente todos nos pusimos histéricos.
Javier y yo inventábamos un plan de huida. Empezaríamos por subir al ático. Podríamos ir de tejado en tejado hasta edificios laterales, y nos daría una oportunidad de resistir. Para nosotros estaba totalmente descartado el enfrentamiento frontal.
Mario parecía encantado con la idea de patear zombies con una vara de metal. Cada extremo estaba afilado a conciencia y unos centímetros por debajo de las dos puntas había soldado pinchos para formar una maza.Asun también parecía embelesada con la idea de matar zombies. Ella un poco más clásica se decidió por la escopeta. Y Claire... bueno, Claire fue un caso a parte. Desvalijó la cocina de cuchillos y los dejó caer por el balcón encima de la multitud de gente que nos rodeaba.
No podía detenerles en sus pensamientos. Estaba claro que iríamos a la lucha. Y yo estaba pensando seriamente en dejarlos solos y huir.
Pero no pude.
Cogí una pistola del alijo que consiguió Mario y me serené. Me cargué también de cargadores todos los bolsillos de mi pantalón. No sé cuál era el plan, pero si teníamos de dar tiros los daríamos. No sé muy bien por qué, pero fui yo el primero en abrir la puerta y bajar por las escaleras del edificio. Se oían los sonidos guturales de los zetas abriéndose paso por el portal hasta la escalera por la que nosotros bajábamos. Estábamos en un quinto y los sonidos eran escalofriantes.
En el cuarto el ruido era terrorífico.
En el tercero sobrecogedor.
En el segundo te paralizaba.
Así que no seguí bajando al primer piso. El primero de los no muertos con los que nos toparíamos aquella noche apareció por la escalera. Dudé sólo 3 segundos en disparar. Tres lentos segundos que hicieron que el zombie se abalanzase sobre mí con la boca abierta como si fuese un cocodrilo. Le puse las manos en el pecho y la frente para parar su embestida, pero su hambre era bastante más que mi fuerza. Justo antes de que se ajustase la mandíbula a mi yugular, Gema puso su pistola en la sien del zeta y apretó el gatillo sin miramiento.

Sólo quería decirte


Sólo quería decirte
que no te veo feliz
al menos no tan feliz
como cuando yo estaba.

Sólo quería decirte
que te has equivocado
que no habrán más bocados
por besos.

Sólo quería decirte
que cuando toques techo,
que lo harás algún día,
mirarás atrás y comprenderás
que pudiste ser feliz, amiga mía.

Pero yo ya no estaré allí,
y sentirás la desdicha
de lo que pudo haber sido
y jamás fue.