viernes, 21 de noviembre de 2014

Día 17 (EDICIÓN ESPECIAL Parte III). Torrevieja Zombie.

El plan seguía en pie. Con la trampa de mi hermano Mario había conseguido acorralar a los zombies en el ascensor y matar a los que habían conseguido entrar por el portón de metal, pero era cuestión de minutos que consiguiesen entrar decenas de zetas más. Cogimos mesas, sillas, sofás y todo lo que pudimos de las casas de los vecinos y taponamos las escaleras. Pero haciendo esto nos cortábamos nosotros también la salida. Teníamos que conseguir salir de aquel edificio o acabaríamos muertos. O no muertos, que era peor.
El plan se le ocurrió a Asun. Y a mí me pareció una idea brillante. No podíamos salir por el ático a edificios contiguos. Una mala sujeción o una mala caída nos dejaría a merced de los no muertos. Pero podíamos hacer un agujero en una de las paredes del edificio para colarnos en el contiguo y buscar por ahí una salida. Habíamos estado en esa misma calle que ahora estaba atestada de zombies días atrás, y habíamos podido comprobar que la tienda del piso inferior estaba cerrada a cal y canto. Así que decidimos probar suerte. Cogimos martillos de todas las casas, y una maza de mi hermano Mario, y la emprendimos a golpes con la pared del primer piso que daba al edificio de al lado. No tardamos en hacer un boquete, y abrirlo lo suficiente como para caber todos sin dificultad.
Fui yo el primero en internarme en el edificio nuevo. Era una tienda de ropa de dos plantas. Cogí una pistola y apunté a la oscuridad. No entraba ni un rayo de luz de la mañana. Gema me pasó una linterna por el hueco, y aproveché para decirles que esperaran. Encendí la linterna y vislumbre la tienda vacía. Algo no iba bien, y no sabía aún qué era. Busqué en la más absoluta soledad por cada rincón del primer piso de la tienda, miré detrás de estanterías e incluso dentro de los probadores, y no encontré nada. Pero temía bajar a la planta baja, llena de maniquís y ropa con la que confundirse. Me armé de valor y puse los pies en la escalera para empezar a bajar.
Cada paso en el metal de la escalera resonaba en la tienda como picos de metal. Si hubiese algún zeta por aquí hace ya rato que habría salido a atacarme, pensé. Pero seguí con la pistola apuntando hacia adelante y la linterna debajo, posición que tan bien queda en las películas pero que yo no acababa de cogerle la comodidad.
De repente me di cuenta de qué era lo que estaba mal. Esta tienda por lo menos debía estar cerrada dos semanas. Tiempo suficiente para que la humedad típica de Torrevieja se instalase y se encerrase entre aquellas paredes. Pero allí no olía a cerrado. Olía a sudor. Olía a lo mismo que olíamos nosotros. Vi una sombra corretear por el rabillo del ojo y giré rápidamente en la misma dirección. Ahí había alguien. Sujeté el arma con más fuerza y apunté hacia donde se había escondido la sombra. Me acerqué lentamente hasta un armario para mirar detrás. Había una persona. Le apunté a la cabeza con la linterna, pero estaba de espaldas, echa un ovillo de miedo y acurrucada en sus rodillas.
Fue entonces cuando sentí el frío tacto del metal en el nuca.
- Como te muevas esparzo tus sesos por la pared - dijo una voz que me sonaba muchísimo.
Pero la jugada de aquellas personas no salió como planearon. Claire apareció para ponerle también una pistola en la nuca a mi captor.
- Inténtalo, hijo de puta - susurró Claire, terrorífica. Tras ella llegaron Gema, Mari, Asun, Javier, Mario, y Raúl, con linternas y antorchas que iluminaron la estancia.
Y allí estábamos: yo apuntando a un rincón tras un armario a una persona escondida en sí misma, una voz apuntando a mi sien, y a su vez, Claire apuntándo a aquella persona.
- Vamos a tranquilizarnos - dije levantando los brazos y apuntando la pistola al techo - no vamos a haceros daño.
Al mismo tiempo dejé de sentir la presión de la pistola en mi cabeza, y pude volverme para ver a aquella voz que me amenazó.
- Me alegro mucho de verte, Álex.

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