miércoles, 15 de octubre de 2014

Día 7. Torrevieja Zombie.

El día anterior me había quedado completamente en blanco. Le dije a Raúlque pasaríamos la noche cada uno como estábamos, en la relativa seguridad de nuestros escondites, y al día siguiente pondríamos en marcha un plan que aún no estaba pensado.
La mañana llegó con un calor pesado. Dentro de la cabina el olor a sudor se mezclaba con el calor y los nerviosismos del momento. Tenía un plan. Me había pasado toda la noche pensando en un plan que no sabía si iba o no a funcionar.
Me puse a los mandos del camión y me abrí paso hasta la rotonda con el pirulí de Torrevieja. Giré a mano izquierda y luego otra vez a la izquierda para situarme detrás del instituto. El Palacio de los deportes Infanta Cristina lanzaba gritos demoníacos desde su interior. No quería ni imaginarme qué clase de bichos había ahí dentro. Y mucho menos cuántos. Dirigí al camión hacia la verja corredera por donde antes entraban los profesores, cogí todo el impulso que pude y me la jugué a una carta. Si la puerta no cedía nos quedaríamos sin camión y sin esperanzas por sobrevivir.
Menos mal que la puerta, vieja y oxidada, cedió sin ningún problema.
Me abrí paso lentamente entre los zetas que se nos habían echado encima, tomé la curva a la derecha, pasé por encima de los postes para dejar las bicicletas (donde había dejado cientos de veces la mía cuando iba al instituto), y me planté con el camión en la puerta del instituto empujando a paso de tortuga a los zombies que esperaban que tanto Raúl como la otra persona se cayesen para devorarlos. El ruido ensordecedor de los zombies apagaba el del camión.
Llamé a Raúl por teléfono. El único plan que se me había ocurrido era ponerme debajo con el camión, que saltasen al techo, que aguantasen ahí como pudiesen hasta que llegásemos a un sitio seguro para que se pudiesen meter en el interior de la cabina. Raúl no dijo nada cuando se lo conté a él. Simplemente estuvo de acuerdo. Supuse que a él no se le ocurrió por la noche uno mejor que ese.
Me acerqué lo más que pude al edificio con algunas maniobras y esperé sus saltos. Utilizaron cuerdas que cogieron del gimnasio en algún momento (a Raúl se le veía preparado para cualquier situación) para que la operación fuese segura. Raúl saltó primero, se colgó de la cuerda y lo oí caer en el techo. Se inclinó sobre el parabrisas para darme su ok. La otra persona hizo exactamente lo mismo, también se colgó de la cuerda y cayó en el techo de la cabina sin ningún problema. Nadie diría que fuese una operación tan complicada y peligrosa, pero salió excesivamente bien. La segunda persona también se inclinó sobre el parabrisas para darme su ok.
- No puede ser verdad - dije cuando la vi.
Y allí estaba ella, Gema con su dedo pulgar apuntando al cielo pero con una mirada de miedo intenso.
Con más cuidado que antes me abrí paso entre el ejército de cadáveres y volví sobre mis pasos. En cada bache me paraba, avisaba de unas posibles turbulencias, se agarraban y entonces continuaba. Tardamos cuatro horas en todo el proceso de carga y salida del instituto.
Una vez fuera pude coger un poco más de velocidad. Me metí junto a la escuela de Idiomas en dirección al Hospital Quirón. Supuse que en la Avenida Asociación Víctimas del Terrorismo habría poca gente, y en cierto modo no me equivocaba. Gente no había. Sí unos cuantos zetas nos perseguían a lo lejos. Pudimos parar cerca de la explanada que había en la avenida para hacer el rápido intercambio. Al otro lado se veía el Auditorio Conservatorio de Torrevieja observándonos. Gema y Raúl bajaron rápidamente por el parabrisas y bordearon la cabina para entrar por las puertas que ya teníamos abiertas.
De debajo del camión apareció una mano que cogió a Raúl por el tobillo. El zombie se había quedado enganchado en la suspensión, y ahora aparecía por sorpresa. Raúl cayó de espaldas al suelo y lanzaba patadas al aire para librarse de la prisión de esa mano fría, pero no conseguía liberarse. El zeta comenzó a salir de su escondrijo, no tenía piernas, seguramente se las habíamos amputado con las ruedas, pero lanzaba bocados al aire. Cerca de la pierna de Raúl.
Sin pensarlo muy bien cogí la llave inglesa con la que Javi me salvó la vida y me bajé del camión. Con todas las fuerzas del mundo la alcé al aire y la empotré contra el cráneo del atacante. Estalló como estalla un globo de agua. Raúl se liberó por fin de los dedos del zombie y subimos todos al camión.
No hubo ni saludos ni abrazos ni nada. La situación era de supervivencia, y no había tiempo siquiera para eso.
- Aquí estamos seguros - declaró Javi con la intención de romper un poco el hielo -. Los zombies no hacen más que dar unos golpes en la chapa.
Golpes terroríficos, pero podría ser peor. Y al final acababas acostumbrándote.
Se hizo la noche en completo silencio. Los cuatro nos quedamos pensando en el siguiente paso, pero nadie se atrevía a hablar. Organizamos los turnos de guardia, mientras dos dormían, otros dos vigilaban. Los que dormían se ponían en la parte trasera de la cabina del camión, los vigilantes uno de conductor y otro de copiloto.
Habíamos sobrevivido a otro día.

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