martes, 27 de enero de 2015

De cuando nace el amor.

Tiritaba. Pero no de frío. Eran los nervios que se transformaban en esos temblores que hacen que castañeteen los dientes. Entrelazaba los dedos de las manos enfundadas en guantes negros y cruzaba aliento y espera. Jugaba a fumar con los dedos, el vaho y el frío para distraerse y no estar tan nerviosa. Pero no lo conseguía. En su garganta una bufanda beige. En su cabeza, bajo un gorro del mismo color sólo cinco palabras: te espero en el parque.

Quedaron a las seis, pero ella se adelantó una hora por los nervios de llegar tarde. Llevaba una gabardina negra en la que escondía sus manos, que ya no sabía qué hacer con ellas. La nieve derritiéndose en los bordes de las aceras. Hielo en las hojas de los árboles. Sara estaba nerviosa como si fuese la primera vez que quedaba con alguien. Sentía su corazón volver a latir con una fuerza inconmesurable. Ya estaba harta de llorar y sentir el sabor salado en sus mejillas de sus lágrimas. Las había sustituido por una sonrisa que enamoraba.

Sara metió la mano por debajo del gorro sin llegar a quitárselo para colocarse bien el pelo, una larga melena pelirroja que caía en cascada por sus hombros hasta la mitad de su espalda. Sus padres le habían dotado del don de la belleza, acompañado por unas pecas preciosas en la cara que se acumulaban, pizpiretas, alrededor de la nariz. Se colocó también mil veces las gafas en su sitio, sobre una tez blanca que irradiaba luz. Quería estar perfecta para la persona que estaba esperando.

Marta vivía sus sentimientos a escondidas. Criada bajo la mano de unos padres muy conservadores tenía que ocultar lo que sentía. Reprimida y angustiada a partes iguales. Pero aquel día se enfundó en belleza. El frío se pegaba a su ventana mientras se vestía. Vaqueros negros y abrigo naranja. Bufanda y guantes negros. Se peinó el pelo durante una hora hasta que adquirió un brillo natural impagable, era castaño oscuro y largo como un día sin pan. Estaba radiante.

Se despidió de sus padres diciéndoles que iba a casa de una amiga. En cierto modo no mentía. En cierto modo era su amiga. En cierto modo aquellas palabras eran verdad. Pero sólo en cierto modo. De aquella amistad surgió una chispa un tarde. Marta recordaba mientras andaba hasta el parque los nervios que pasaron ella y Sara cuando sucedió todo. Y los nervios y miradas hacia otro lado de después. 

En el mismo intante, aquel recuerdo también estaba en la mente de Sara, que sonreía como extasiada al sentirse protagonista de una historia tan cinematográfica. Ellas se conocían desde que tenían 4 años en el colegio. En seguida se hicieron inseparables, y en poco tiempo, amigas de por vida. Crecieron juntas, aprendieron juntas, buscaron el amor, que no encontraban, juntas. 

Todo pasó en cierto modo muy rápido una semana atrás. Una tarde en la que se desbordaron los sentimientos y las palabras dejaron paso a los hechos. Era el cumpleaños de una amiga en común, y ambas se propusieron hacer la tarta de cumpleaños como regalo conjunto. La cocina sirvió para que la historia de amor de estas dos jóvenes comenzase. La masa ya estaba hecha, sólo faltaba decorar la tarta para dejarla perfecta. Su amistad ya estaba hecha, sólo faltaba decorar la tarta para dejarla perfecta.

Empezaron con el típico juego de ensuciarse la cara. Marta cogió el bote de nata y le hizo un cono en la nariz a Sara. Ésta cogió un poco de la crema de chocolate con dos dedos y se los pasó por los labios a su amiga embadurnando toda la barbilla. Risas y carcajadas. Más calmadas se miraron la una a la otra. Y los sentimientos jugaron a su juego favorito. Marta, en un acto involuntario y con la normalidad de una amistad fraguada, acercó su boca hasta la nariz de su amiga y lamió con gusto y sonrisas la nata. Sara recibió el primer flechazo. Su corazón encajó aquello feliz y bombeó con pasión. Y no pudo reprimir sus actos. Sara, de igual manera que hizo Marta, se acercó para pasar su lengua por el chocolate de la mejilla de su amiga. Y el tiempo se paró. La respiración de ambas agitada. No estaban acompasadas, pero poco le faltaba. Sara bajó su lengua por la mejilla de Marta, hundió sus labios en la comisura de los de su mejor amiga, y el tiempo volvió a detenerse. Marta bombeaba felicidad. Jamás se había sentido tan feliz y libre. Giró su cabeza y completó el beso uniendo los labios en una figura de amor. Se besaron intercambiando sentimientos. Y volaban. Escapando de un mundo frágil y monótono hasta el satélite en el que se encontraban. Besándose. Sintiendo. Amando.

Se oyó la puerta de la casa y entró la madre de Marta, apagando el calor de la cocina, pero no extinguiendo la llama que acababa de nacer. Se intercambiaron miradas de vergüenza y sonrisas de gratitud y amor. Los ojos vidriosos. Dicen que cuando besas de verdad por primera vez no puedes evitar que se te empañen los ojos, pues estos creen que no es real lo que está sucediendo y se limpian para ver mejor.

La semana trascurrió con preguntas individuales sin respuesta. Ambas se preguntaban así mismas qué había pasado. ¿Qué fue aquello? ¿Le habrá gustado a ella tanto como a mí? ¿Qué es este sentimiento en mi pecho? Fue una semana de introspección, en la que no se vieron en ningún momento y sus conversaciones por redes sociales y móviles se limitaron a simples monosílabos y frases hechas.

Por ello, cuando a la semana Marta llamó a Sara y le dijo "te espero en el parque" a ambas se le encendieron los corazones.

Y con pasos grandes Marta se presentó frente a Sara. Se miraron y rieron tontamente. Sara se moría de vergüenza y giró la cara a la izquierda rozando la mejilla por su hombro. Mientras, Marta enrojecía como los tomates. La luz, el frío, el vaho, la nieve. Todo parecía perfectamente manipulado y colocado en su sitio perfecto para que la imagen de aquellas dos chicas fuese la mejor posible. 

Marta tomó la iniciativa y rodeó sin miramiento la cintura de Sara con sus brazos, acercándola a su cuerpo. Ambas no podían evitar la amplia sonrisa de satisfacción que tenían.

- Tienes la mezcla perfecta de timidez y ternura - declaró Marta.

Era una voz dulce que erizó cada vello de Sara. Se acercaron lentamente, tan lento que creyeron enloquecer. Unieron sus frentes y respiraron juntas, mirándose fijamente a los ojos. Se retiraron el pelo la una a la otra por detrás de la oreja, sonriéron a la vez, nerviosas por lo que estaba pasando y lo que estaban deseando que sucediese.  pasó. Marta pasó su lengua por sus labios, nerviosa y tímida, y aquello no pudo resistirlo Sara. En un movimiento fugaz se besaron. Sus labios unidos. Sus lenguas bailando. Su aliento fundido.

Y comenzó a nevar.



Los restos de una cena romántica reposaban en la mesa. Las velas consumidas. La casa de Sara preparada para una ocasión tan especial. Había estado allí tantas veces que se sabía la casa de memoria, pero Marta, aquella noche, se sentía una extraña en aquellas habitaciones.

- Voy un momento a ponerme más cómoda - dijo Sara nerviosa desapareciendo por la puerta del vestidor -. Espérame en mi habitación si quieres.

Marta se sentó en la cama donde ellas mismas habían hablado de amores no correspondidos, discutido y arreglado en mil ocasiones su amistad, estudiado y compartido su niñez y adolescencia. Y ahora se sentaba en ella esperando a que su amiga entrase por la puerta y volviese a besarla.

Sara estaba temblando en el vestidor. Estaba tan nerviosa que no sabía lo que ponerse, así que se desnudó.

Entró en la habitación sin miedo.

- Prométeme que no dejarás de besarme así - dijo Marta con la cara de su amiga entre sus manos.
- Te lo prometo. 

Y los besos se elevaron al cuadrado y la humedad y el calor empaparon los cristales de las ventanas.

FIN




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