domingo, 19 de abril de 2015

Día 20 (EDICIÓN ESPECIAL, Parte II). Torrevieja Zombie.

- ¿No lo oís? - preguntó Gema sin dejar de lado esa sonrisa que había conquistado toda la sala -. Callad y prestad atención.

Me concentré en el ambiente, pero para decir la verdad sólo oía mis latidos taquicárdicos y mi respiración agitada como marea. No oía nada, pero Claire asentía con la cabeza a la vez que se le dibujaba una sonrisa en la comisura de los labios.

- Lo oigo - dijo.

Yo debía de estar sordo porque no escuchaba nada. Me volví a concentrar y estaba vez dejé de respirar para apagar al menos el ruido de mis pulmones. Y parecía que oía algo. Al principio lo confundí con algún tipo de problema cardíaco, pero no, aquel ruido era externo a mi cuerpo. Entre sístoles y diástoles podía escuchar un martilleo metálico que se esparcía por el edificio a modo de vibración. Era extremadamente difícil escucharlo si no estabas completamente atento y sabías que había algo, pero se me saltaron las lágrimas al escuchar algo que parecía código Morse.

No tengo ni la más remota idea de Morse, pero aquel leve sonido reactivo mis ganas de seguir luchando para la supervivencia de este grupo peculiar. Me puse en pie y besé a Gema en la mejilla sonoramente como lo hacía mi abuela cada vez que se sentía orgullosa de mí. Ayudé a ambas chicas a levantarse y se me ocurrió un plan:

- El muy cabrón de Aris los habrá encerrado en alqun lado. El sonido parece que viene por las tuberías, así que estoy convencido de que están en alguna parte del sótano del edificio - comencé -. Si me entretenéis a Aris unos minutos puedo ir a buscarlos.

- Podemos tenderle una emboscada cuando suba por las escaleras - dijo Gema. Se había pasado la noche entera escuchando ese sonido hasta que vislumbró que eran nuestros compañeros. También había ideado un plan para desarmar a Aris, y no era más que una simple emboscada miliciana de guerrilla. Se esconderían, dejarían que Aris se confiase, se pusiese nervioso y comenzase a buscarlas, luego ellas saldrían con toda la fuerza de su escondrijo por la espalda de él con varas y palos de madera y le desarmarían. Era un plan perfecto.

- Yo bajaré por la escalera, intentaré que no me vea.

Escalón a escalón bajé hasta el hall del edificio sin hacer ruido. Aris estaba frente a la puerta de cristal, pensativo, viendo como un puñado de zombies se apretujaban al otro lado buscando saciar su hambre con su carne. Sin quitarle ojo de encima seguí bajando las escaleras hasta el sótano. No me había visto, estaba seguro. El ruido era aún más perceptible ahora. Estaba convencido de que había tomado una buena decisión. Me guié por el sonido de una vara de metal chocando contra las cañerías. Eran pasillos oscuros y encharcados de agua de lluvia, llenos de tuberías que vibraban con cada golpe. Llegué a una puerta de metal cerrada a cal y canto con sillas, mesas y barriles de lo que creí que era cerveza. ¿Cómo había conseguido Aris hacer todo esto? Los golpes se intensificaban detrás de la puerta, así que, convencido, comencé a abrirme camino quitando todos los objetos que la cubrían. Llegué al pomo y tiré hacia mí. Se abrió más fácilmente de lo que había estado imaginando. Pero no encontré lo que yo creía que habría. Un zeta de más de 150 kilos se abalanzó sobre mí intentando morder mi yugular. Mis manos en su pecho para intentar frenar su ataque. Pero era imposible. Tropecé y caí de espaldas al charco de agua podrida, con aquella mole muerta intentando desgarrarme. No grité. No me asuste. Simplemente luché por salir de aquella situación. Puse una mano en su frente para evitar su mordisco y a base de cabezazos en los pómulos invertí la situación. Me puse encima de él a horcajadas y sin dejar de sujetarle la cabeza con una mano le reventé la cabeza contra el suelo a base de puñetazos hasta que dejó de intentar morderme y empezó a convulsionar. Mi cuerpo completamente lleno de sangre. Tampoco me asusté entonces. Esperé en el más absoluto silencio a que el zeta muriese por segunda vez en su vida y esperando mi conversión en no muerto. Pero no ocurrió. Volvía a estar solo, vivo y sin esperanzas.

Pero otros golpes oí a mi espalda, al otro lado del pasillo. Era como si llamasen a una puerta de madera con los nudillos. Corrí hacia el origen del sonido. Una puerta de madera de roble. Estaba cerrada con llave, pero estaba colgada por fuera. Abrí el cerrojo, giré el pomo y Javi cayó sobre mí. Estaba inconsciente. En el quicio de la puerta, Mario respiraba con dificultad. Miré al techo y vi cómo de la habitación se escapaba una espesa humareda de un gas que desconocía. Arrastré a Javi lejos de la puerta y lo apoyé en el suelo contra la pared. Lo mismo hice con Mario antes de entrar a la habitación. Allí estaba el resto. Asun, Álex, Mari y Raúl dormían en el húmedo suelo de aquel cuartucho que pudo haber sido su catacumba. Arrastré a Álex y Raúl cogiéndolos por el lomo de la camiseta como dos gatos recién nacidos hasta donde Javier se comenzaba a despertar. Asun me guiñó un ojo cuando la cogí en brazos para sacarla de la habitación. Y Mari se abrazó a mí cuando se despertó en mi regazo mientras salíamos por la puerta.

Los había encontrado. Pero estábamos peor que nunca.

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